Autocronograma

AUTOCRONOGRAMA

2008: 23 años deseando esta carrera.

2010: Bitácora de quien estudia en Puán porque la vida es justa y (si te dejás) siempre te lleva para donde querés ir.

2011: Te amo te amo te amo, dame más: Seminarios y materias al por mayor.

2012: Crónicas de la deslumbrada:Letras es todo lo que imaginé y más.

2013: Estampas del mejor viaje porque "la carrera" ya tiene caras y cuerpos amorosos.

2014: Emprolijar los cabos sueltos de esta madeja.

2015: Pata en alto para leer y escribir todo lo acumulado.

2016: El año del Alemán obligatorio.

2017: Dicen que me tengo que recibir.

2018: El año del flamenco: parada en la pata de la última materia y bailando hacia Madrid.

2019: Licenciada licenciate y dejá de cursar mil seminarios. (No funcionó el automandato)

2020: Ya tú sabes qué ha sucedido... No voy a decir "sin palabras" sino "sin Puán".

2021: Semipresencialidad y virtualidad caliente: El regreso: Onceava temporada.

2022: O que será que será Que andam sussurrando em versos e trovas 2023: Verano de escritura de 3 monografías y una obra teatral para cerrar racimo de seminarios. Primer año de ya 15 de carrera en que no sé qué me depara el futuro marzo ni me prometo nada.

9 de octubre de 2015

Topuzián por Bogado

REVISTA OTRA PARTE

TEORÍA Y ENSAYO

Muerte y resurrección del autor (1963-2005)

Marcelo Topuzian
Fernando Bogado

Ay, el autor, el autor. Siempre llorado, siempre pedido, siempre utilizado como caballito de batalla por la actual filosofía política —digamos, la oficialista… ¿hay otra?— para atacar a ese gran bicho cipayo que es la French Theory, monstruo de dos cabezas que tiene en cada punta una de las patrias imaginarias de la intelectualidad local y de cierta persistente burguesía: Francia y Estados Unidos. Sin embargo: ¿qué es lo que implicó verdaderamente (y este es un adverbio que no debemos olvidar) la “muerte del autor”? En un libro con altas pretensiones que cumple de manera responsable, Marcelo Topuzian recupera el momento específico de la discusión, sus presupuestos y, luego, el derrotero particular de una muerte que ha dejado una impronta irrenunciable en el mundo de la teoría. Y es que, después de todo, ¿no podemos afirmar que el discurso de la teoría literaria es siempre un discurso sobre el autor?
Los dos extremos del análisis son presentados con hondura en la primera parte: por un lado, la perspectiva de Roland Barthes, quien en el artículo claramentetelqueliano “La muerte del autor” (1968) se convierte en defensor de un concepto del autor que peca de cierta trascendencia. Al “matarlo”, lo termina colocando en una instancia trascendente que muestra un posible vínculo con la crítica biografista y la fenomenología: el autor sigue estando como fundamento, sólo que ausente en lugar de presente. El otro extremo es el foucaultiano, resumido en la conferencia de 1969 “¿Qué es un autor?”: en vez de colocar al autor en ese espacio trascendente, lo mejor que se puede hacer con él es pensarlo verdaderamente como categoría infaltable de cualquier discurso. La tercera parte de la primera sección está dedicada a Paul de Man, aunque su nombre bien podría entenderse como puente para pensar el traslado de esta polémica a las aulas norteamericanas.
Topuzian revela un triple objetivo en este libro, algo que queda mucho más claro en la segunda parte, donde pasa a considerar a los herederos del muerto. El primer objetivo es revisar la historia de una categoría crítica y teórica fundamental, la “muerte del autor”, pero ahora como problema que corresponde a una determinada época de la teoría. El segundo objetivo es debatir abiertamente con las metodologías que plantean un “regreso” del autor, como los estudios culturales, enfoque que predomina en las academias del norte y que casi se avizora como peligro que hay que conjurar. Y, finalmente, el tercer objetivo es plantear la posibilidad de que la teoría todavía pueda dar una verdad acerca de su objeto, “verdad” que nos remite directamente a cierto léxico mucho más cercano a Fráncfort y a la teoría crítica que a la ya citada French Theory. Casi parece decir, con el último punto, que lo que el libro realmente quiere hacer es detener un avance y plantarse en una costa: la de cierta forma mucho más “adorniana” de la crítica y la teoría. Y es que, reconocida la guerra, conviene siempre evitar las bajas: el autor, mal que nos pese —insinúa Topuzian—, todavía es parte de una posible verdad de la teoría.

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