Autocronograma

AUTOCRONOGRAMA

2008: 23 años deseando esta carrera.

2010: Bitácora de quien estudia en Puán porque la vida es justa y (si te dejás) siempre te lleva para donde querés ir.

2011: Te amo te amo te amo, dame más: Seminarios y materias al por mayor.

2012: Crónicas de la deslumbrada:Letras es todo lo que imaginé y más.

2013: Estampas del mejor viaje porque "la carrera" ya tiene caras y cuerpos amorosos.

2014: Emprolijar los cabos sueltos de esta madeja.

2015: Pata en alto para leer y escribir todo lo acumulado.

2016: El año del Alemán obligatorio.

2017: Dicen que me tengo que recibir.

2018: El año del flamenco: parada en la pata de la última materia y bailando hacia Madrid.

2019: Licenciada licenciate y dejá de cursar mil seminarios. (No funcionó el automandato)

2020: Ya tú sabes qué ha sucedido... No voy a decir "sin palabras" sino "sin Puán".

2021: Semipresencialidad y virtualidad caliente: El regreso: Onceava temporada.

2022: O que será que será Que andam sussurrando em versos e trovas 2023: Verano de escritura de 3 monografías y una obra teatral para cerrar racimo de seminarios. Primer año de ya 15 de carrera en que no sé qué me depara el futuro marzo ni me prometo nada.

27 de junio de 2012

Sino que vayan pasando

Terminé monografía sobre Libro de buen amor y La Celestina. Ahora me toca leer el Libro V de La Diana para el Ubacyt y La tía fingida para el sábado.
Entrego la mono y me traigo consignas de segundo parcial para la semana que viene.

25 de junio de 2012

Buscar

Rosa Rossi. Teresa de Ávila. Biografía de una escritora. Barcelona. Icaria. 1984.

Google machista

Pongo "matriherencia" en el buscador y me dice: Quizás quisiste decir "matrix herencia" (falocéntrico y sobreprotector).

24 de junio de 2012

2do parcial de Latinoamericana I

8

Eeeehhhh????

¿"Deificación de la hembra"? Quiero creerque no son términos de mi siglo, que el crítico que estoy leyendo se olvidó las comillas para aludir a algún texto misógino que no conozco y se oculta en medievales falocentrismos.

Celia hablaba y yo seguía escuchando alegóricamente





"¿Por qué representar el mal?
Si la colección comienza con la belleza, la idealización, el determinismo y la certeza de lo narrado a través de los hijos, los poetas y la fama, ¿por qué debe concluir con lo monstruoso, lo anómalo, un deambular que pareciera no acabar jamás y un gesto final que mina la posibilidad de narrar, de transferir la experiencia de lo visto (el poeta que no es poeta, el lector que debe juzgar, la noche del coloquio aún no transcripta)?
Lo demoníaco es la contracara, la oscuridad frente a la luz, lo que completa el cuadro de lo existente. Pese a sus connotaciones negativas, es también un símbolo de potencialidad. Y puede ser visto, a su vez, como el reflejo, la inversión de lo alto (visión apofática). Representar lo infernal es seguir una ambición de totalidad en cuanto a qué debe ser representado. Se amplían las posibilidades de lo representado.
Llegar al fondo, a lo más bajo de lo existente es el punto necesario para el ascenso. Es lo que permite mirar hacia arriba."


Celia Burgos. Exposición a partir de El coloquio de los perros. 23 de junio de 2012.

Ayer: Jornada perruna

EL COLOQUIO DE LOS PERROS. Exposición para Seminario. junio de 2012.

Preguntas que plantea la novela-coloquio:
* ¿Por qué al final de la colección se rompe así la verosimilitud?
* ¿Por qué hablan los perros?
* ¿Por qué perros (y no otro animal) y por qué hablan y son escuchados por humanos (podrían comunicarse entre ellos solamente)?
* ¿Por qué este diálogo aparece referido por un humano (que además es presentado como "engañoso"?
* ¿Por qué este texto aparece dentro de la novela ejemplar "El casamiento engañoso"?
* ¿Por qué se dice que el Alférez no sólo escuchó el diálogo sino que lo pasó a papel y se lo dio a leer al Licenciado?
* ¿Por qué el Licenciado lee al mismo tiempo que nosotros?
* ¿Por qué se lee en forma de texto teatral, sin acotaciones y sin narrador que ha quedado relegado a otro plano?
* ¿Por qué habla un solo perro y no podemos leer la narración de la vida del otro?
* ¿Por qué los perros han nacido de una bruja o han sido transformados en perros por otra bruja?
* ¿Qué es, cuándo se cumplirá y quién cree en la profecía de la Camacha?

(Si logramos contestar a dos de estas preguntas somos Gardel)

Uno de los modos posibles de resolver tantas incógnitas es elegir la lectura alegórica. Y en el mismo postulado de la frase anterior nos estamos trepando a la "mesa de juegos" de Cervantes: Precisamente, puede tratarse, este último texto de la colección, de la invitación a que cada lector elija su modo de leer las Novelas ejemplares. Creo que El Coloquio es, o puede ser leído como, una alegoría de la forma de narrar y de escuchar una narración, de la forma de escribir y leer una narración o, más aún, una alegoría de qué es y cómo se forma y vive un escritor cuando ha encontrado a su lector, no cualquiera que pone los ojos o la oreja a lo creado, sino aquel que es "un perro" igual que él, que ha nacido del mismo parto monstruoso, que ha recibido el don de la palabra en el mismo momento y que tiene los mimos problemas y dudas que el escritor mismo. Podríamos decir que Berganza y Cipión son dos escritores, dos creadores de ficción, que se encuentran, en el particular momento en que Campuzano los escuchó y en el particular momento en que nosotros los leemos, en el momento de escribir uno y leer el otro pero que van a cambiar de lugares enseguida porque Cipión es también un escritor y solamente se encuentra esperando su turno.
Para doblar la apuesta y con el permiso de la exposición de Pablo del sábado pasado, quiero proponer ampliar la rueda y ver en este texto la invitación del propio Cervantes a ser nosotros, lectores del siglo XXI, llenos del vértigo que dan los 400 años de distancia, igual de dudosos sobre nuestra entidad y naturaleza, igual de confusos sobre nuestra misma condición de "prodigios" y "cosas nunca vistas", digo, ser nosotros los escritores Cipiones en potencia que podríamos levantarnos ya para ir a escribir la próxima novela ejemplar (o similares).
No es rara en Cervantes la reflexión metatextual ni la teorización dentro de sus ficciones sobre la esencia, el modo y el sentido de la creación literaria. El coloquio está lleno de referencias directas o indirectas a lo literario, a los géneros y modos de crear. Para no irme por las ramas, intentaré armar una alegoría lineal, buscando equivalentes uno a uno de cada elemento de la novela con su equivalente metafórico dentro de la vida o la obra no de Cervantes mismo (que no me animo) sino de un escritor en abstracto (Algún crítico propuso que El C se trataba no de un yo autobiográfico de Cervantes sino de su yo intelectual). Voy a hacer trampa algunas veces, y a saltearme lo que no puedo encajar en mi esquema pero, como el Licenciado Peralta, ustedes tratarán de disfrutar del artificio y no de dilucidar si se trata de verdad o mentira.



Yo

Falocentrismo

Tengo un profesor (¿una cátedra?) al que no le gusta la palabra "falocentrismo" (con un compañero imaginamos la opción "pijocentrismo").
Yo con la palabra no tengo nada personal, lo que odio es el concepto mismo, la construcción ideológica y discursiva. Y ni te cuento del vivir dentro de ella.

17 de junio de 2012

Verdaderamente vamos en cuerpo y en ánima

"Hay opinión que no vamos a estos convites sino con la fantasía, en la cual nos representa el demonio las imágenes de todas aquellas cosas que después contamos que nos han sucedido. Otros dicen que no, sino que verdaderamente vamos en cuerpo y en ánima y emtrambas opiniones tengo para mí que son verdaderas, puesto que nosotras no sabemos cuándo vamos de una o de otra manera, porque todo lo que nos pasa en la fantasía es tan intensamente que no hay diferenciarlo de cuando vamos real y verdaderamente. Algunas experiencias desto han hecho los señores inquisidores con algunas de nosotras que han tenido presas, y pienso que han hallado ser verdad lo que digo."


Miguel de Cervantes Saavedra. El coloquio de los perros. En Novelas ejemplares.

Verdades de fe

Dios existe.

Los Reyes no son los padres.

Cervantes me habla a mí.

Todo era de vidrio

"Y aunque le hicieron todos los remedios posibles, solo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no de lo del entendimiento porque quedó sano, y loco de la más estraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto. Imaginose el desdichado que era todo él hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían, que real y verdaderamente él no era como los otros hombres: que todo era de vidrio de pies a cabeza."



Miguel de Cevantes Saavedra. El licenciado Vidriera. En Novelas ejemplares.

16 de junio de 2012

Fetichismo ético

Alegoría y literatura. A propósito del Quijote


Por Jesús Maestro

Los secretos morales son la razón de ser de la alegoría. Las artes y las cien-
cias, por su parte, son actividades genuinamente seculares. La literatura, de mo-
do particular, ha sido siempre un discurso especialmente provocativo frente a
las normas, frente a todo tipo de normas (morales, poéticas, religiosas, econó-
micas, jurídicas, etc.) Resiste todas las interpretaciones que se vierten sobre
ella. La literatura sobrevive al discurso crítico, cuyo fin es la obsolescencia más
irremediable. El Quijote se está convirtiendo con toda probabilidad en una de
las pruebas más evidentes. La alegoría, en cierto modo, debe recordar al crítico
literario algo sustancialmente muy importante: la interpretación literaria no se
descubre, se inventa.
No hay ningún fenómeno natural ni de la vida del ser humano que no pueda
ser objeto de una interpretación alegórica. Del mismo modo que hay disciplinas
que están dignificadas por su objeto de estudio (dios dignifica a la teología, el
hombre a la antropología, la mujer posmoderna al feminismo, la identidad diso-
ciativa a los nacionalismos separatistas europeos, etc.), hay alegorías que están
dignificadas por el suyo: Cervantes y su obra literaria dignifican las alegorías
que se formulan sobre el Quijote. Paralelamente, no conviene olvidar que toda
alegoría constituye en última instancia una interpretación abductiva, nunca
científica, desde el punto de vista de lo que es el cierre categorial de una cien-
cia. La alegoría no nos ofrece realmente una interpretación científica del objeto
de estudio (en este caso el Quijote), sino una expresión ética del sujeto que es-
tudia, interpreta o simplemente alegoriza (el crítico literario, por ejemplo). No
nos sirve tanto para conocer la obra (el Quijote), sino el intérprete de la obra
(Unamuno, por ejemplo, en su Vida de don Quijote y Sancho). Una interpreta-
ción alegórica es, en suma, una invitación a discutir un problema no en térmi-
nos científicos, sino en términos morales. (Éste es el camino por el que circula
toda teoría literaria posmoderna, al sustituir la ciencia y la filología por la ética
y el moralismo correcto). En este sentido, la alegoría funciona como una retóri-
ca de la ética. En última instancia expresa la superstición simbólica de ideales
morales, con frecuencia supremos. Reduce la literatura a un fetichismo ético.



© Maestro, Jesús G., en CERVANTES-
L@lists.ou.edu, AITENSO, 25 de mayo de 2005

Fiebre de sábado

Anoche me fui a dormir a las 21.30. No daba más. No entraba en mi cerebro ni media palabra nueva.
Hoy entrábamos al seminario una hora más tarde: mal para mi ansiedad y me deseo de participar del debate antes de irme al parcial de Latinoamericana.
Ariel me pasó a buscar a las 9. De 10 a 11 escuché las exposiciones sobre El casamiento engañoso, sonreí a mis compañeros ante la confirmación de algunas de nuestras intuiciones y las posibilidades de discusión de otras. Pero cuando iba a empezar el intercambio me sonó la campana y tuve que cambiar de aula.
Segundo parcial: Dos preguntas: Una obligatoria de teóricos: Papel de las Ciencias sociales en la peduración del colonialismo: Mignolo, Lander, Quijano; y otra para elegir entre tres: Elegí la de Lope de Aguirre (Eje temático: Espacio y rebeldía). Solamente permitida una página para cada pregunta. En hora y media se me acabó el espacio. Le entregué a mi profe de prácticos mientras él le decía a la titular: "Ella es la que tiene muy buenas notas y va a dar final". Y los dos que se ponen a aconsejarme sobre temas de interés y más lecturas y yo que soy tan sensible al reconocimiento, al aliento a mi entusiasmo desorganizado pero poderoso, yo que me enredo y me enloquece tanta posibilidad de más y más allí esperándome. (Tengo que ir a buscar el link que me dijeron).
12.45 subí al teórico de Española I. Justo enganché el final de la clase sobre romancero (uno de mis temas más queridos). Anoté libro nuevo de Colihue para comprar. Firmé la asistencia y volví al aula del seminario.
Los chicos ya salían. Yo había dicho que no podía ir a almorzar con ellos para hablar de nuestra exposición del sábado que viene pero... ¿No me merecía un poco de alimento y cariño compañeril?
Aquí las fotos que nos sacó Juan Cruz Lamuedra mientras debatíamos (menos mal que no me sacó tragando ravioles):





A las 3 me tocaba práctico de Española I. Devolución de hipótesis de monografía. Todo bien lo mío pero los términos "discurso falocéntrico" no son muy acordes al análisis de textos medievales. Bué, pero no naturalicemos: Ya sé que en la Edad Media no había otra posibilidad de discurso pero era parte del programa algo que se llamó "protofeminismo" y que para mí sigue siendo más de los mismo. Permiso de la JTP para aportar desde mis lecturas (Me preguntó si participaba de estudios de género, je).
Salí a las 4 y le mandé mensajito a Ariel que me dijo que andaba todavía por ahí y me iba a buscar a la 148 a la salida para volver juntos en su auto (placer placer no esperarte 163). Como era temprano me senté en Sócrates y me dejé tentar por el mozo y su capuchino a la italiana. Ariel llegó apenas lo había pedido pero el mozo llegó antes de que pudiera suspenderlo: copa mortal con chocolate, crema, dos cerezas y ópera con más crema + platito con macita de dulce de leche y cereza (Gorda).
Volvimos en el auto hablando de épica maravillosa (alias fantasía heroica).

:)

14 de junio de 2012

Historia de América

PARA UNA HISTORIA DE AMÉRICA I
Las estructuras

Marcello Carmagnani y otros (Coordinadores)

Disponibilidad: Consultar

Precio: $ 110,00

Índice
Para una historia de América perfila la originalidad y los rasgos esenciales del proceso histórico del subcontinente americano, sin pretender ofrecer un panorama exhaustivo de su evolución. Los tres volúmenes presentan una historia culturalmente nueva, donde se recoge el cambio de perspectivas e interpretaciones, como resultado de la renovación generacional de estudiosos, así como de los cambios en el interés cultural en el mundo americano, en las últimas décadas. Quisimos captar dicha renovación cultural al reunir a un nutrido grupo de estudiosos para producir los tres volúmenes que componen la obra Para una historia de América. Es ésta una gran empresa cultural americana cuya finalidad última constituye una invitación a pensar la historia en términos continentales y no como una mera adición de historias nacionales o regionales.
El primer volumen presenta las dimensiones estructurales de la evolución americana. Los autores, mediante un gran esfuerzo intelectual, reflexionan en torno a los rasgos esenciales y profundos de la historia continental y logran desentrañar y explicarnos el desenvolvimiento de nuestra América, ni más ni menos en un arco temporal de cuatro milenios.
Este volumen inicial, repetimos, no pretende ser exhaustivo; en cambio, introduce al lector en los procesos básicos que conforman el espacio geohistórico, propone las formas que adoptaron los componentes económicos y sociales y, de similar modo, señala las transformaciones que ocurrieron en el ámbito de la cultura material y de los imaginarios colectivos. En suma, se presenta una historia comprensiva y comprensible del subcontinente americano. Se expone la conformación de esa historia, en virtud de la actividad de una pluralidad de actores, quienes a nivel individual, familiar y colectivo mostraron gran capacidad para transformar su entorno. Gracias a la extraordinaria contribución de sus autores, este primer volumen nos ofrece una interpretación de la original y valerosa historia del hombre americano.




Colección: Historia

ISBN: 9789681655242

Formato: 15,5 x 23 cm., 570 pp.

Primera edición: 1999

Última edición: 1999


PARA UNA HISTORIA DE AMÉRICA II
Los nudos (1)

Marcello Carmagnani y otros (Coordinadores)

Disponibilidad: Consultar

Precio: $ 85,00

Índice
Este segundo volumen de Para una historia de América: Los nudos (1) valora puntos nodales de la historia del subcontinente americano, sin pretender estudiarlos todos, ni cubrir todas las variantes posibles de los diferentes espacios.
Los tres volúmenes presentan una historia culturalmente nueva donde se recoge el cambio de perspectivas e interpretaciones ocurridas como resultado de la renovación generacional de estudiosos, así como de los cambios en el interés cultural en el mundo americano, en las últimas décadas. Quisimos captar dicha renovación cultural al reunir a un nutrido grupo de estudiosos para producir los tres volúmenes que componen la obra Para una historia de América (J.C. Chiaramonte, A. Gallo, H. Pérez Brignoli, F. J. Devoto, L. A. Romero, R. Cortés Conde, V. Bulmer Thomas e H. Sabato, entre otros). Es ésta una gran empresa cultural americana cuya finalidad última constituye una invitación a pensar la historia en términos continentales y no como una mera adición de historias nacionales o regionales.
Los estudios y ensayos que se presentan en este volumen acompañan al volumen primero de Para una historia de América: Las estructuras. En Los nudos (1) se examinan algunos puntos de particular importancia para la comprensión de la evolución histórica del subcontinente americano con el propósito de arrojar luz particular en torno a temas fundamentales que se tocan en el volumen primero, pero que, por límites obvios, no fueron analizados en mayor detalle. Los estudios y ensayos se escogieron por su importancia y porque permiten abrir nuevos interrogantes y originales vías de investigación.
En suma, el objetivo de los dos volúmenes de Los nudos es el de profundizar temas y abrir otros nuevos, además de dirigir nuestras investigaciones hacia una historia global que nos permita comprender mejor las diferentes realidades americanas de ayer y de hoy.




Colección: Historia

ISBN: 9681658442

Formato: 15,5 x 23 cm., 463 pp.

Primera edición: 1999

Última edición: 1999



Mientras preparo un parcial, pongo en remojo una monografía

Entrevista con Jacques Derrida
Entrevista de Cristina de Peretti
Política y Sociedad, 3 (1989). Madrid (pp. 101-106). Publicado asimismo en Debate feminista 2 (México) (Septiembre 1990). Edición digital de Derrida en castellano.

Jacques Derrida



Jacques Derrida, pensador francés contemporáneo, pone en marcha a lo largo de sus escritos -ya muy numerosos - lo que se ha dado en llamar la «estrategia general de la deconstrucción» que, pese a lo que suele creerse erróneamente, no es tanto una crítica negativa -destructiva- de la tradición filosófica cuanto una especie de «Palanca» de intervención activa (teórica y práctica) de su ámbito problemático. Si, en el marco de esta tradición, el logofonocentrismo señala la relación necesariamente inmediata y natural del pensamiento (logos unido a la verdad y al sentido) con la voz (foné que dice el sentido), el falogocentrismo muestra, a su vez, la estrecha solidaridad que existe entre «la erección del logos paterno (el discurso, el nombre propio dinástico, rey, ley, voz, yo, velo del yo-la-verdad-hablo, etc.) y del falo “como significante privilegiado”».

En la deconstrucción como práctica textual, la diseminación, esa «imposible reapropiación (monocéntrica, paterna, familiar) del concepto y del esperma», esto es, la diseminación como lo que no vuelve al padre, supone un riguroso desplazamiento de los supuestos hermenéuticos que salvaguardan el privilegio ontológico y semántico del texto y de la autocracia del autor (como padre-creador y guardián a la vez del sentido único y verdadero del texto) y legitiman la búsqueda y garantía del origen como fundamento último de la razón patriarcal.



* * *



Pregunta.-Usted ha declarado siempre que existe una unidad esencial entre el logocentrismo y el falocentrismo y, como consecuencia de ello, utiliza el término «falogocentrismo». A partir de esta unidad ¿piensa usted que se puede decir que la deconstrucción implica un cierto punto de vista feminista y, viceversa, que la critica feminista como crítica cultural (es decir, literaria, filosófica, política, artística, etc.), para ser realmente subversiva, debe articularse necesariamente como deconstrucción?

Jacques Derrida. -La unidad entre logocentrismo y falocentrismo, si existe, no es la unidad de un sistema filosófico. Por otra parte, esta unidad no es patente a simple vista: para captar lo que hace que todo logocentrismo sea un falocentrismo hay que descifrar un cierto número de signos. Este desciframiento no es simplemente una lectura semiótica: implica los protocolos y la estrategia de la deconstrucción. Debido a que la solidaridad entre logocentrismo y falocentrismo es irreductible, a que no es simplemente filosófica o no adopta sólo la forma de un sistema filosófico, he creído necesario proponer una única palabra: falogocentrismo, para subrayar de alguna manera la indisociabilidad de ambos términos.

Dicho esto, no sé si la deconstrucción implica como usted sugiere, un punto de vista feminista. ¿Por qué? Mis reservas son, en primer lugar, que no existe la deconstrucción. Hay procedimientos deconstructivos diversos y heterogéneos según las situaciones o los contextos y, de todos modos, tampoco existe un solo punto de vista feminista. Por otra parte, en el caso de que hubiera algo así como el feminismo, habría muchas posibilidades o muchos riesgos de que este feminismo, precisamente en cuanto sistema que invierte o que se propone invertir una jerarquía, reprodujese frecuentemente ciertos rasgos del falocentrismo. Por lo tanto, no creo que se pueda decir simplemente que la deconstrucción del falocentrismo implica un punto de vista feminista.

Hechas estas precisiones, es cierto que la deconstrucción desestabiliza, sin duda alguna, la jerarquía contra la cual se dirige la crítica feminista y creo que no hay deconstrucción consecuente del falogocentrismo que no implique un replanteamiento de la jerarquía falocéntrica, por tanto, en cierto modo, la toma en consideración de lo que ocurre en la llamada lucha feminista. Prefiero utilizar la expresión un poco imprecisa: «lo que ocurre en la llamada lucha feminista» antes que hablar del feminismo porque, como ya intenté mostrar muy en especial en aquel breve texto sobre Nietzsche: Eperons, ocurre con frecuencia que el feminismo no es, a su vez, más que una traducción invertida del falogocentrismo. Por todo ello, apuesto más bien por una doble estrategia. Por una parte, en nombre de una deconstrucción radical no hay que neutralizar las jerarquías y pensar que se debe abandonar el combate feminista en su forma clásica. En un cierto aspecto, hay, pues, que aceptar el feminismo en una cierta fase, en ciertas situaciones, aceptar las luchas, como usted dice, políticas, culturales y sociales del feminismo teniendo en cuenta al mismo tiempo que, a menudo, se basan todavía en presupuestos falogocéntricos y que, por lo tanto, mediante otro gesto, es preciso seguir cuestionándose dichos presupuestos. De ahí resulta una doble postura muy difícil de mantener para los hombres y yo creo que todavía más para las mujeres, para las mujeres que quieren a la vez comprometerse en un combate feminista y no renunciar a una cierta radicalidad deconstructiva. Un doble trabajo, una doble postura, a veces, suponen contradicciones, tensiones, pero creo que estas contradicciones deben ser asumidas. Es decir que en el discurso, en la práctica, hay que intentar subrayar ambos niveles, subrayarlos en el discurso, en el estilo, en la estrategia. Lo que expreso en términos un tanto abstractos puede ser muy concreto, y considero que muchas de las tensiones que se dan en el interior de los grupos feministas se aclaran más o menos explícitamente, más o menos temáticamente, por la existencia de estos dos niveles, de estos dos alcances de la crítica: una crítica feminista clásica, un combate político clásico por una parte y, por otra, un hostigamiento deconstructivo que está a otro nivel. Valores como los de la cultura, de lo literario, de lo político, de lo artístico son valores determinados en sí mismos, precisamente en este espacio falogocéntrico. Aquí también hay que tenerlo en cuenta, hay que subrayarlo. Todas las consecuencias estratégicas difíciles a las que acabo de referirme deben ser analizadas según los contextos, según las situaciones, según el grado de desarrollo de las luchas feministas en tal o cual sociedad, en tal o cual país, en tal o cual momento. Por ejemplo, la estrategia no puede ser la misma en una democracia occidental de los países industriales y en una sociedad asiática o africana que conoce, a la vez, una estructura política y un tipo de desarrollo industrial diferentes. Por lo tanto, en estos casos, hay que saber adaptarse. Incluso dentro de una misma sociedad. No es lo mismo la situación en la universidad, en una fábrica, etc. La lucidez recomienda ajustar, sin empirismo, sin relativismo, estos principios a estas situaciones.



P.—¿Piensa usted que la crítica cultural feminista es una tarea que deben llevar a cabo sólo las mujeres? En el caso contrario ¿cuáles serían, en su opinión, los límites de dicha tarea realizada por los hombres?

Jacques Derrida. —Aquí también hay que poner en funcionamiento con mucha prudencia un buen número de distinciones. No veo por qué razón lo que usted denomina la crítica cultural feminista debe estar reservada sólo a las mujeres. No veo en absoluto lo que podría justificar semejante exclusión. Comprendo que. en ciertas situaciones, al comienzo de las luchas, etc., quizá fuera necesario no tanto excluir a los hombres de la participación en dicha crítica cultural cuanto reconstruir unas solidaridades femeninas que, en último término, conducen únicamente a marginar la actividad de los hombres en estos grupos. En mi opinión, se trata de una necesidad que sólo se puede imponer hasta cierto punto pero que no debe convertirse en regla. Por el contrario, la regla debe ser romper con semejante situación.

Usted me pregunta acerca de los límites de una crítica cultural feminista llevada a cabo por los hombres. Aquí hace falta una segunda distinción. Cuando usted habla de «los hombres» se refiere, por una parte, a la objetividad del estado civil y, por otra, a lo que se denomina la organización anatómica, es decir a todo lo que hace que reconozcamos inmediatamente —o creamos reconocer inmediatamente— la diferencia entre un hombre y una mujer Pero, como usted sabe, las cosas son, desde el punto de vista de las pulsiones de la organización fantasmática, del inconsciente —por decirlo en dos palabras—, mucho más complicadas y puede haber personas llamadas «hombres» que están mucho más preparadas, motivadas, etc., que determinadas mujeres para llevar a cabo dicha crítica cultural. Por lo tanto, habría que ver quién es el hombre, quién es la mujer y qué parte de femenino y de masculino hay en cada individuo para poder evaluar estos límites. Dicho esto, es evidente que, si confiamos en una identidad segura del hombre y de la mujer, en una diferencia sexual en cierto modo determinable y no problemática, no sé hasta qué punto se puede hablar de límites esenciales en la crítica cultural. Como acabamos de ver, la crítica cultural no puede ser radical más que si se dedica a la vez a interrogar y a perturbar o. como usted dice, a subvertir todo lo que concierne a las jerarquías falogocéntricas. Ahora bien a este respecto, la motivación que tienen los llamados «hombres» para emprender dicha deconstrucción no es forzosamente más limitada que la que tienen las mujeres porque, sin duda, el falogocentrismo rige todos los deseos bajo su ley, pero la opresión a la que somete, lo que esta jerarquía imprime o impone puede pasar tanto sobre lo que se da en llamar «los hombres» como sobre lo que se da en llamar «las mujeres».

Dado que esta crítica cultural concierne a unos discursos, a una simbólica, a una fantasmática, etc., cosas todas ellas no necesariamente ligadas o no inmediatamente ligadas a una identidad sexual marcada por la anatomía o por la objetividad del estado civil, en la medida en que se trata de discursos —en sentido amplio— de lo simbólico, de la cultura, etc., no veo por qué un sexo debe tener al respecto un poder más limitado que el otro sexo. Se puede incluso afirmar—y ésta es una de las paradojas que habría que subrayar— que, precisamente a causa de la autoridad del falogocentrismo, en ciertas situaciones, los hombres se han beneficiado de esta jerarquía y han adquirido, en determinadas situaciones, una cultura filosófica más avanzada, donde hay más hombres, digamos, que participan en la legitimidad de la cultura filosófica. Puede darse el caso, de hecho (y esto no es en absoluto un derecho sino un hecho), de que la deconstrucción del falogocentrismo esté, durante una determinada fase, representada o sostenida más a menudo por los hombres que por las mujeres. No hay por qué escandalizarse por ello. Este es «precisamente» el efecto del falogocentrismo o, incluso, de las contradicciones que estructura, de los double-binds que puede estructurar. La axiomática de la deconstrucción ha sido a menudo propuesta por los hombres. Naturalmente, esto crea a renglón seguido todo tipo de tensiones en los movimientos feministas donde ciertas mujeres creen que tienen que rechazar dicho discurso deconstructivo so pretexto de que está asociado en muchos casos a los hombres. Otras mujeres, por el contrario, piensan que prestarse a dicho rechazo es una debilidad estratégica. Como usted sabe, me refiero a cosas muy concretas. Ello puede crear problemas en los movimientos feministas. El rechazo de todo discurso asociado a un hombre puede provocar en la estrategia feminista unas crispaciones y unos debilitamientos a los cuales hay que estar atento. Como muy bien sabe, se trata de un gesto que se repite con frecuencia y que consiste en decir: «¡no! éste es el discurso de un hombre, por muy feminista que sea, no queremos el discurso de un hombre», y a menudo esto va acompañado de una regresión. Hablo de un modo muy abstracto pero usted sabe que se pueden encontrar ejemplos muy concretos.



P.—¿Piensa usted que lo femenino en el sentido fuerte del término, es decir como situación genérica, existe? ¿O no? Y en este sentido, ¿cree usted que es posible elegir entre las dos formas esenciales de la teoría feminista, esto es, entre el feminismo de la igualdad —que se presentaría, quizá, como una especie de radicalización de la idea de igualdad de la Ilustración— y el feminismo de la diferencia —que pone el acento en las eventuales virtualidades de «lo femenino» a fin de apoyar unas alternativas de acción en determinados ámbitos (cultural, etc.)—?

¿Cuál de estos dos feminismos tendría, en su opinión, mayor poder de subversión?

Jacques Derrida. —Se trata de una cuestión esencial y muy difícil. Para dar una primera respuesta rápida, yo diría que la elección de uno de estos dos feminismos conduce al fracaso. Si optamos por el feminismo igualitario, de la Ilustración, según la política democrática clásica, si nos atenemos a él, reproduciremos una cultura que tiende a borrar las diferencias, a regular simplemente el progreso de la condición de las mujeres sobre el progreso de la condición de los hombres. Permaneceremos así en la superficie de las condiciones profesionales, sociales y políticas desembocando en una especie de interiorización del modelo masculino. Pero si nos limitamos a un feminismo de la diferencia nos arriesgamos también a reproducir una jerarquía, a hacer caso omiso de las formas de lucha política, sindical, profesional, so pretexto de que la mujer, en la medida en que es diferente y para afirmar su diferencia sexual, no tiene por qué rivalizar con los hombres en todos estos planos. También aquí nos arriesgamos a reproducir una jerarquía dada. En esta cuestión pienso que no hay que elegir.

Para volver a la primera parte de su pregunta, no creo que haya que decir libremente sí a esto, no a lo otro. No se trata de una cuestión de elección Las exigencias de la situación y las luchas feministas no son luchas que se eligen libremente. Son luchas —cuando son verdadera- mente luchas— ineludibles y, por lo tanto, poderosamente motivadas, En consecuencia, la elección está fuera de lugar Todo ello resulta muy difícil e implica un gesto doble, desdoblado y sobredeterminado, Es preciso luchar en los dos frentes a la vez, es decir luchar políticamente según unos esquemas clásicos de reivindicación a favor, pongamos por caso, de la igualdad de oportunidades. Esta era la lucha de las sufragistas: el derecho al voto, el mismo salario por igual trabajo, la participación de las mujeres en la vida pública, el acceso a los puestos de responsabilidad en todas las profesiones. La forma clásica del sindicalismo feminista, si se quiere. Y opino que es preciso que éste llegue lo más lejos posible. Se han hecho ciertos progresos, al menos en las democracias industriales de Occidente pero, como es sabido, aún es preciso realizar enormes progresos en otras sociedades y también en las nuestras.

Pero si este igualitarismo terminase por neutralizar la diferencia sexual, si terminase por borrar lo femenino como tal, dicho progreso confirmaría a la vez la jerarquía y la neutralización falogocéntrica. El falogocentrismo es una jerarquía que se presenta bajo la forma de la neutralidad. Se habla del «hombre en general» y detrás de la tapadera del hombre en general, es el hombre-varón el que se lleva el gato al agua. Si nos atuviéramos a una forma igualitarista, al estilo de la Ilustración, correríamos el riesgo de reproducir esta situación. Hoy día es preciso renovar el movimiento crítico de los Ilustrados. Con todo resultaría muy sencillo analizarlo como un movimiento falogocéntrico muy marcado. Un análisis del discurso ilustrado, en mi opinión, lo confirmaría. Por lo tanto, tampoco aquí puede adoptarse una postura sencilla. A estas preguntas no se puede contestar con un sí o con un no. Considero que con respecto a estas cuestiones no disponemos, como ocurre en una votación, de un modo binario de decidir respondiendo sí o no. El binarismo, en cuanto oposición entre el sí y el no, es precisamente lo que en este caso hay que deconstruir



P.—En su opinión, ¿cuál sería la relación de la crítica cultural feminista como deconstrucción con otras opciones con otros puntos de vista críticos con determinados grupos sociales (homosexuales minorías étnicas, etc.) marginados? ¿Opina usted que comparativamente, la crítica feminista puede constituir una lucha más subversiva, más global?

Jacques Derrida. —Evidentemente, con mucha frecuencia, lo que usted denomina la crítica feminista lucha contra determinados procesos de marginalización, de legitimación y, puesto que es la misma máquina social o socio-política la que opera estas marginalizaciones o estas represiones, de entrada el feminismo se solidariza con las luchas de los homosexuales o de las minorías étnicas. Todos los militantes son sensibles a esta solidaridad de minoritarios, de oprimidos, de marginados. Sin embargo. so pretexto de que estas luchas tienen a menudo un adversario común y de que hasta cierto punto hacen causa común, no hay tampoco por qué borrar las diferencias entre estos grupos y entre estas luchas, A veces, desde el punto de vista de una determinada Fantasmática, la homosexualidad puede ser anti-feminista. Puede haber una homosexualidad, una homosexualidad feminista que reproduzca los rasgos del falogocentrismo. Todo ello es muy complejo.

La palabra «global» que usted propone podría significar —en este sentido estoy dispuesto a aceptarla— que la crítica feminista, si quiere ser radical, debe dirigirse contra esa poderosa máquina que llamo falogocentrismo y que es la condición de todas estas opresiones contra las facciones dominadas de la sociedad, contra la homosexualidad, etc. Desde este punto de vista, por lo tanto, podría poseer un poder de subversión más radical, Dicho esto, es preciso estar atento a gran cantidad de pliegues. El falogocentrismo puede ser a la vez, a cierto nivel, un machismo o un androcentrismo que somete a la mujer por medio de una relación heterosexual jerarquizada. Pero también se da un componente homosexual del falogocentrismo a otro nivel al que hay que estar asimismo muy atento. Nos encontramos en medio de toda una serie combinatoria de pulsiones, de posiciones sexuales, y lo que hay que hacer es prestar mucha atención a éstas. No se puede determinar demasiado deprisa los límites de lo que se denomina heterosexualidad, hombre-mujer, etc. Lo que la deconstrucción —si algo semejante existe— nos enseña son las astucias y las argucias de todas estas categorías. Por ejemplo, hay que luchar por la liberación, por la desmarginalización, por la supresión de la represión de la homosexualidad en la sociedad sin olvidar que la homosexualidad es reprimida en nombre de un cierto fantasma homosexual, En el fondo, la policía, el ejército, la autoridad social que representa al falogocentrismo conlleva un componente homosexual a otro nivel.



P.—¿Qué consecuencias políticas pueden derivarse de la crítica feminista de la cultura? ¿Cómo podrían articularse las consignas las líneas rectoras de una acción política?

Jacques Derrida. —No sé pensar en términos de consignas. Opino que las consignas son muy útiles pero, precisamente, una consigna se determina siempre en una situación concreta, precisa y no existen consignas generales. Así, la consigna feminista de una iraní no puede ser la consigna feminista de una católica española o la de una estudiante americana, etc. A veces pueden incluso ser contradictorias, incompatibles entre sí. Por otra parte, el término «cultura» me molesta un poco porque, justamente, una deconstrucción ambiciosa va más allá de lo cultural. Es preciso interrogar la instancia misma de lo cultural.

Como usted bien sabe, lo que me interesa sobre todo es algo que, en el pensamiento, no reconoce la cultura como la instancia última. En cierto modo, toda cultura es falogocéntrica y. quizá, lo que me parece indispensable es un movimiento que vaya más allá de dicho valor de cultura. No digo que, de una vez por todas, haya que ir más allá de la cultura sino que, constantemente hay que no perder de vista algo que no se limita a la esfera de lo cultural, incluso en un sentido muy amplio. Lo que me interesa en el pensamiento no es cultural, tampoco es científico. Por eso, en el fondo, en lo que aún puede tener de cultural, la lucha feminista sólo me interesa en parte. Llega un momento en el que, tras haberla considerado muy importante por referirse a un síntoma masivo de nuestra cultura precisamente, me parece insuficiente, Llega un momento en el que las cuestiones del pensamiento que me interesan, no digo que estén desexualizadas o que neutralicen la diferencia sexual pero sí que conservan con la diferencia sexual una relación que ya no pertenece a dicha problemática, a esas posiciones en las que el feminismo se ha desarrollado.

Hoy día, como es sabido, la cultura se convierte en el elemento que todo lo anega en los discursos generales de nuestra cultura precisamente occidental, Cuando se habla de cultura se está designando una especie de elemento oceánico que todo lo anega: la ciencia, la filosofía, las artes, las costumbres, etc. y, justamente, sin que se cuestione el modo en que este valor de cultural, con toda su historia, se ha impuesto. Entonces, la cultura ¿qué es? ¿es la Bildung, es la paideia, la colonización? ¿Pertenece a la oposición naturaleza/cultura? Este valor de cultura me molesta. Ahora existen ministerios de la cultura; a menudo se determina la cultura como lenguaje comunicacional, como lenguaje informacional y la deconstrucción del concepto de cultura me parece ser una tarea importante incluso desde el punto de vista de las luchas feministas. No utilizaré, pues, la palabra «cultura» sin comillas, sin muchas comillas.



P.—Hay muchas mujeres, sobre todo en Francia y en Estados Unidos que han optado por la estrategia general de la deconstrucción para llevar a cabo su investigación filosófica o literaria, etc. ¿Qué opina en general de su trabajo?

Jacques Derrida. —No sé exactamente a quién se refiere pero aquí tampoco me gustaría ahogar las singularidades o los individuos en una generalidad: «las mujeres en Francia».



P.—Me refiero, en Francia por ejemplo, a Sarah Kofman, a Lucette Finas, a Sylviane Agacinski...

Jacques Derrida. —En cada caso lo que hacen es muy diferente. Realizan un trabajo muy idiomático y, en el fondo, aunque éste sirva, en mi opinión, a una causa feminista general, no se trata de una lucha organizada y homogénea y eso mismo me parece algo muy positivo. Algunas lo realizan, como Sarah Kofman, a la vez desde el punto de vista de la filosofía y del psicoanálisis; Sylviane Agacinski leyendo a Kierkegaard; otras, como Hélene Cixous, inventando una lengua poética o unas lenguas ficcionales; Lucette Finas leyendo textos de la tradición o de la modernidad literarias. Si tuviéramos más tiempo, insistiría sobre todo en la singularidad de cada una de estas obras.

Un discurso es tanto más deconstructivo cuanto menos se refiere a la deconstrucción como un método general. La deconstrucción no es un método, no es un sistema de reglas o de procedimientos. Hay reglas limitadas, si se quiere, recurrencias pero no hay, una metodología general de la deconstrucción, El juego deconstructivo debe ser, en la mayor medida posible, idiomático, singular; debe ajustarse a una situación a un texto, a un corpus, etc., y en lo que respecta a los textos «feministas» (entre comillas) ocurre lo mismo. La relación entre dichos textos y la deconstrucción es de esta índole. No se trata de aplicar la deconstrucción al feminismo, Lo que decíamos hace un momento, al comienzo, de la deconstrucción del falogocentrismo muestra que éste no es un caso particular sobre el que aplicar la deconstrucción. En cierto modo, toda crítica del falogocentrismo es deconstructiva y feminista, toda deconstrucción comporta un elemento feminista.



P.—Para terminar una pregunta que no tiene nada que ver con el feminismo. ¿Piensa usted que la a fidelidad, al pensamiento de Derrida, consiste en seguir fielmente la estrategia general de la deconstrucción o, por el contrario, considera que para ser verdaderamente fiel a Derrida, hay que intentar deconstruir a Derrida?

Jacques Derrida. Es una pregunta difícil porque cuando usted pronuncia mí nombre, parece suponer que hay un sistema, un corpus o una identidad que se trata de deconstruir o no. Bajo este nombre, hay un determinado número de textos que son, a su vez, heterogéneos, múltiples, replegados sobre sí mismos... textos en medio de los cuales yo mismo me debato y que, en cierto modo, intento deconstruir. Si se quiere, la deconstrucción no se aplica a un punto central. Puede haber gestos deconstructivos dentro de un texto que se reclama de una estrategia general de la deconstrucción. Cuando escribo, una frase deconstruye, de alguna forma, a la otra. Por lo tanto, la auto-deconstrucción, aún cuando no sea nunca transparente y reflexiva, es el proceso mismo de la deconstrucción. No sólo se puede sino que hay que deconstruir a Derrida y, hasta cierto punto, yo mismo intento hacerlo.

Pero si se pensase que eso consiste en sorprender un sistema y en hallar en él el punto central a partir del cual todo podría tambalearse, ello significaría que no se lee. Semejante punto no existe. La debilidad y la fuerza de los textos deconstructivos consisten precisamente en el hecho de que no se agrupan en torno a un punto que pueda servir de palanca definitiva en una estrategia de deconstrucción en deconstrucción...

13 de junio de 2012

Del kay pacha al hanan pacha

Elías Rengifo ofrecerá conferencia sobre los cuentos de Arguedas






La Casa de la Literatura Peruana durante el 2011, año del Centenario del Nacimiento de José María Arguedas, organizó mes a mes el Coloquio Anual José María Arguedas, donde se presentaron destacados investigadores de la obra literaria y antropológica del autor de Los ríos profundos y Todas las sangres. Este año, con el fin de seguir celebrando la obra literaria de José María Arguedas, se presentará la conferencia “Del kay pacha al hanan pacha. El proyecto cuentístico de José María Arguedas” a cargo del especialista Elías Rengifo de la Cruz. La cita es el jueves 14 de junio a las 6: 30 p.m. en nuestro auditorio (Jr. Ancash 207, Lima). Ingreso libre.

La obra cuentística de José María Arguedas está signada por una evolución crítica y creativa así como sucede en su poesía y en su novelística. Para Arguedas, el género del cuento no solamente existe en forma significativa en la literatura escrita en español, sino que se expresa de igual manera en la literatura quechua oral. Sin embargo, esta diversidad adquiere su mayor relieve cuando Arguedas proclama y desarrolla una literatura escrita en quechua cuyo texto clave es «El sueño del pongo» (1965). Por otro lado, esta conjunción de la pasión literaria y la vocación por recopilar, traducir y estudiar la literatura oral no se limita a la obra de Arguedas, sino que se proyecta hasta nuestros días en narrativas en desarrollo gestada en nuevos registros.

Elías Rengifo de la Cruz (Piura, 1968) es licenciado en Literatura y docente del Departamento de Literatura de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sus áreas de especialización son la narrativa peruana y la literatura oral y popular. Su más reciente publicación es Escritura sagrada/poesía festiva. La tradición oral de San Pedro de Casta, investigación acerca de la literatura y el impacto de la escritura en la zona de Huarochirí, Lima.


Tomado de http://www.casadelaliteratura.gob.pe/?p=6500

11 de junio de 2012

Tarde de recorrido según Mercado libre

Palermo-San Telmo-Flores: todo en subte: mi ralí para recolectar: El mar dulce de Roberto Payró, La galatea de Cervantes y Lucía Miranda de Hugo Wast.

9 de junio de 2012

Alegoría de la docencia, la amistad o similares

Todos necesitamos ser admirados, reconocidos, festejados. Me gusta la admiración de aquellos que admiro (que eso es casi amor, recíproco, balsámico). No me gusta el admirador tipo súbdito, tipo escalón, alias felpudo, menospreciado objeto del admirado.

Viene un perro y debatimos





Noelia Vitali Y dónde está Berganza? (No puedo concebir uno sin el otro)

Juan Cruz Lamuedra Acá me dicen que en realidad es Berganza. Hay que debatir!

Noelia Vitali Mirá, a mí también me pareció primero que era Berganza (por el color), pero no quise poner en discusión su identidad! Entonces, dónde estará Cipión? Realmente esa capacidad de formar una comunidad perruna, de rescatar esa amistad entre dos perros es una de las cosas que más me fascinaron siempre del Coloquio!

Julia D'Onofrio ¿Cómo no se nos ocurrió llamarlo "Gavilán" O "Montiel" a ver si respondía a esos nombres?

Julia D'Onofrio El sábado que viene lo llevo a mi perro que se aburre mucho acá metido en casa

Juan Diego Vila Es que Cipión debo ser yo, que escucho las aventuras de todos y comento.... ;)

Noelia Vitali O sea que volviste a tu forma verdadera?

Celia Burgos Yo creo que es Berganza. Fíjense en el detalle del cuello de polar. Cambió tantas veces de collar en el Coloquio! Su nuevo amo habrá decido, en lugar de darle uno nuevo, vestirlo con algo más adecuado a clima de hoy.

Celia Burgos Además, este perro era muy copado. Cipión tiene mucha mala onda, ergo, este perro no es Cipión XD

Juan Diego Vila Bueno -yo ya canté que Cipion sería yo-, ¿están todos de acuerdo en que Julia deberá reiterar la preguntas al perro de si él es el hijo de ella? Quizás logremos una transformación portentosa en el aula la próxima oportunidad en que nos visite.

Celia Burgos jajaja no, Diego no puede ser Cipión porque comenta con la mejor de las ondas. Este perro se adelantó dos semanas al Coloquio y hasta se atrevió a entrar a la 254 XD

Julia D'Onofrio estos chicos no entienden nada ¿Diego comenta con la mejor de las ondas? jajajaja ¡Cómo engaña Vila!

Julia D'Onofrio ‎"Sin ofender" como diría mi hija ;-)

Julia D'Onofrio Y agrego a la mala onda del Cipión cervantino: más que mala onda lo suyo parece inconsecuencia, dice defender una cosa y hace otra. Le cuesta adecuar forma y contenido. Es el crítico por excelencia

Noelia Vitali Sí, igual,la mala onda también suele ser uno de los atributos de los críticos.

Paula Irupé Salmoiraghi Uy, anóten todos estos mensajes para el día de la lectura del Coloquio (¿Quién se hará cargo de las identificaciones ese día, Celia Burgos?)

7 de junio de 2012

Río de las congojas de Libertad Demitrópulos

Domingo, 8 de noviembre de 2009

Río de las congojas de Libertad Demitrópulos

La siguiente es una selección del trabajo:

Epica e inmigración: reescrituras del pasado colonial, Silvia Tieffemberg, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Morón

Prepared for delivery at the 2001 meeting of the Latin American Studies Association, Washington DC, September 6-8, 2001"

La ciudad de Buenos Aires, actual capital de la República Argentina, fue fundada por primera vez en 1536 por Pedro de Mendoza y despoblada por Domingo Martínez de Irala en 1541. Juan de Garay, quien poco tiempo antes había fundado la ciudad de Santa Fe, vuelve a fundarla en 1580.

"La primera fundación de Buenos Aires", dice Enrique de Gandía, "fue determinada por causas políticas y militares: las de ocupar el Río de la Plata e impedir el paso de los portugueses (...) en dirección a las minas del Alto Perú (...)"15. La corriente que originó la primera Buenos Aires vino del Atlántico, siguiendo el derrotero marcado por Gaboto y llevaba el objetivo no declarado de alcanzar el imperio fabuloso del rey blanco y -al menos- emular la gloria y el oro conseguido por Cortés y Pizarro. La corriente que fundó la segunda Buenos Aires, en cambio, llegó desde el interior de América y el interés era puramente comercial: establecer un puerto para agilizar las comunicaciones con Europa. Acompañaban a Garay un grupo de colonos afincados desde tiempo atrás en la región, entre ellos, incluso, se contaba con mayoría de mestizos.

Y en el comienzo fue la memoria

En 1981, cuando Argentina vivía los últimos años de la dictadura que asolaba el país desde 1976, se publica Río de las congojas de Libertad Demitrópulos. El referente vuelve a ser Garay pero el presente de la dictadura exige otra teorización. La inmigración europea se percibe como un hecho consumado que ha modificado la idiosincrasia del "ser argentino", cualquier cosa que esto signifique, pero, fundamentalmente, como un hecho del pasado que no se cuestiona. En la década del ochenta, por el contrario, no pocas familias argentinas habían emigrado ante la posibilidad de "desaparecer" en alguno de los centros de detención clandestina. Los organismos de derechos humanos que, desde los primeros años de la dictadura, habían comenzado a indagar sobre el destino de miles de personas que se suponían muertas pero cuyos cuerpos nunca se habían recuperado, intensifican ahora su labor.

Libertad Demitrópulos no fue la única en articular desde la narrativa un discurso que permitiera enfrentar el silencio monofónico de la dictadura.

Respiración artificial de Ricardo Piglia, El beso de la mujer araña de Manuel Puig, Nadie nada nunca de Juan José Saer, por citar algunos ejemplos, son textos que hacen gala de no pretender ser "un reflejo real de los hechos", sino que, por el contrario, ponen de manifiesto su carácter de constructo y se repliegan en un discurso que no opone "otra versión" de los hechos al discurso oficial, sino que desnudan los mecanismos ideológicos que hacen que todo discurso sea una versión siempre parcial y provisoria de algo que alguien supone que ocurrió o está ocurriendo. La literatura argentina durante el proceso -dice Francine Masiello- "(...) juega con el orden natural de las cosas; crea otro orden y disuelve el discurso oficial desde dentro."

Río de las congojas juega a hacer de los márgenes, el centro, desarticulando un discurso que se encuentra instalado en algunos sectores de la sociedad desde mucho antes del inicio del Proceso.

La epopeya permea nuestra producción textual desde la llegada de los europeos a América. De hecho en la Jerusalén liberada de Torcuato Tasso -que sirvió como modelo a muchas de las epopeyas americanas- se encuentra claramente representada la teoría de los dos demonios y la guerra justa, presente también en la llamada doctrina de la seguridad nacional implantada por el gobierno de facto en Argentina.

Frente al discurso monológico de la épica, Libertad Demitrópulos opone un discurso polifónico que narra la segunda fundación de Buenos Aires desde las voces de dos mestizos, una criolla y un negro. Recuerdos y olvidos desgajan versiones a veces contradictorias, de una historia que subsume el centro desde el margen. El lugar de la enunciación se focaliza no en Buenos Aires, sino en Santa Fe, desde donde Garay partió para fundar Buenos Aires, el Río de la Plata cede el protagonismo al Paraná -llamado "río de las congojas y los desabrimientos", la fundación misma de la ciudad queda desdibujada frente a la narración del levantamiento de los mestizos ocurrido en Santa Fe y la figura del héroe épico se desplaza desde Juan de Garay a la criolla María Muratore.

En Río de las congojas, mientras los varones fundan ciudades, las mujeres fundan familias.

La novela lleva como epígrafe un poema del poeta griego contemporáneo Yannis Ritsos donde se nos advierte:

"Conviene que guardemos a nuestros muertos y su

fuerza, no sea que alguna vez

nuestros enemigos los desentierren y se los lleven

consigo. Y entonces

sin su protección nuestro peligro iba a ser doble. (...)

Quizá será más seguro que los guardemos

dentro de nosotros mismos, (...)"

Saber guardar a los muertos se convierte en un punto de inflexión que polariza la trama argumental y determina dos tipos de fundaciones y distintos agentes sociales que las llevan a cabo. Mientras la fundación de una ciudad es un acto casi instantáneo entre la voluntad de un hombre y su concreción, la génesis de una familia es un acto que necesita de la férrea voluntad de una mujer que persiste hasta la concreción, a través del tiempo. La permanencia de estas fundaciones es también disímil: Santa Fe se despuebla aunque Blas de Acuña permanezca en el sitio fundacional, mientras que la familia fundada por Isabel Descalzo perdura más allá de la vida de quien la fundara. De la misma manera, y con esto vuelvo al epígrafe de la novela, los hombres sepultan en la tierra y resguardan tumbas y las mujeres sepultan en el alma y resguardan mitos a través de la memoria.

La identidad de Blas de Acuña, cofundador con Garay de Santa Fe y Buenos Aires, está determinada por el lugar físico: la plaza donde murieron los jefes rebeldes, el naranjo al pie del cual ha enterrado un anillo mágico, la tumba con los restos materiales de María. A ellos se aferra en un intento agónico de contrarrestar la desintegración.

Por el contrario, la figura casi fantasmal de Isabel Descalzo, la esposa no reconocida por Blas, se agranda y adueña del relato hacia el final de la novela. Ella ha decidido emprender la tarea ingente de fundar una familia. Y esa tarea necesita de una mujer que la lleve a cabo y de un sustento histórico: el de la memoria. Si bien cuando Blas regresa a la casa con el cuerpo de María, Isabel ayuda a cavar la fosa y cuida esa tumba en ausencia del marido, su verdadera tarea será narrar a los hijos la historia de María Muratore: "Ella aderezó la historia de la finadita (...) De tanto oír contársela los hijos fueron aprendiéndola". Es decir, para conformar esta familia, Isabel no solo pare los hijos, también les da un pasado común: "Y también fueron entrando en el mito, porque si otros tenían blasones ellos tenían su historia con una mujer que parecía hombre por lo valiente (...)" y por ese pasado común, una identidad: "Cuando les preguntaban en dónde vives, respondían: en lo de Muratore; cuáles son tus bienes: una tumba; tu origen: una mujer heroica; (...)".

En este personaje, costurera de profesión, se pone de manifiesto la factura de la historia: Isabel corta, adereza, cose sus propios recuerdos, recrea los ajenos, compone en su imaginación para producir una historia extraoficial, no documentada, una historia mítica. La novela permite dos finales para la vida de María Muratore. La historia oficial dice que María murió junto a Garay, a la vera del río, mientras dormían la siesta. Para Isabel, María muere en el campo de batalla, vestida de hombre. Y esta historia mítica se trasmite, infinitamente narrada, como único y verdadero legado, de madres -puesto que los hombres escuchan pero no trasmiten- a hijos. Finalmente, cuando Isabel próxima a morir es abandonada en un camastro, se pregunta por qué su hija, anciana también, se ha alejado. Entonces recuerda que aquella -su única hija es ahora portadora del mito y comprende: " A eso se fue. (...) Así, hasta nunca acabar. Hasta la memoria que es no morir. Para eso."

Isabel comprende, en definitiva, que el sentido de la vida no es el cuidado de una tumba en un pedazo de tierra, sino la conservación de la memoria, en algún lugar del alma -que ni siquiera nosotros mismos conozcamos- como única garantía de supervivencia.

A la luz de la desaparición forzada de personas que amenazaba la integridad de la identidad social de la Argentina entre el 76 y el 83, Río de las congojas, no solamente disuelve por dentro el discurso épico de la dictadura, implosionando la historia oficial, también desplaza la problemática: del cuerpo -irrecuperable- a la memoria. De esta manera, cada "ahora" crea un "antes" cuya densidad pone a prueba en la medida en sea capaz de responder los interrogantes que se suscitan. A menudo y simplemente, el pasado es uno de los subterfugios que utiliza el presente para seguir manteniendo la ilusión de que existe la posibilidad de"una proyección en el futuro".



Tomado de http://letrasenlared.blogspot.com.ar/2009/11/rio-de-las-congojas-de-libertad.html

Ya sin cuidado de la Porá del agua

"El río pasa con su pasar recio y su soñar suave. ¡Válgame el cielo cuando pasa besando la barranca, recio como el hombre que nunca se embravece y másmente si reluce en el verdeo espumoso del camalotal! El camalote es su pensamiento florecido y flotante y por donde empieza a enamorar. ¿Este es un río una persona de lomo divino, o es una fuerza que se le ha escapado de las manos a Tupasy, madre de Dios, o a Olaj, o a mis ojos que ya no pueden espejar la tanteza de su cuerpo sin cuerpo? Rolando en mi anoa muchas veces se me viene con el cielo y me inunda el corazón. Si uno se llega con el mate a su vera comprueba que la vida se le ovilla y desovilla con el correr del agua, se desalma, queda puro huesos del pensamiento, sin carne ni habla, sin sueño en los ojos, y se siente irse en la corriente cuesta abajo, entre pescados y flores, arenas y cañas. Una vez ahí adentro, uno aprende a conocer la historia de sus abuelos comidos por los yacarés. Se entera de que su tata viejo tenía los pies rajados e hinchados como los tuvieron su bisabuelo y su tatarabuelo y su más abuelo que todos, ése que principió el abuelaje; uno sabe así que ellos estaban siempre en el agua buscando pescado hasta que el yacaré se los comía. Entonces, ¿no va a reconocer el espíritu de su principal, vagando por las islas del gran río -ya sin cuidado de la Porá del agua- persiguiendo al pacú cuando sube a comer frutos de varillas, y él va y lo ensarta con esas destrezas propias? Uno lo ve andar por el agua a su principal, barbirrosado, costillar seco, con ese encono en fijar el sábalo en los bañados verdeantes, y emperrado en cazar nutrias y carpinchos, porque esa es la alegría que le enseñaron sus propios principales y que él me dejó. Alegría que consiste en estar alegre también en la tristeza. Alegría que ellos dejaron a mi madre, moza alegre en lo que recuerdo, de cantar aún en la muerte ocurrida por celos de un varón de mucho entrecejo y grandes pasiones, que resultó ser mi padre."




Libertad Demitrópulos. El río de las congojas.

3 de junio de 2012

Sara, Asmodeo y San Rafael



Cuentos con fantasmas y demonios reúne ocho historias fantásticas que la autora escribió —o reescribió— basadas en relatos folklóricos de la tradición judía. Alfaguara incorpora a su colección juvenil, en versión corregida, este libro editado originalmente en 1994 por el Grupo Editorial Shalom.

"Mantengan este libro bien cerrado." —advierte Ana María Shua en la nota introductoria del volumen. "O por lo menos tengan mucho cuidado al abrirlo. Aquí hay Grandes Demonios y Diablos Menores. Hay espíritus sin cuerpo lo bastante tenaces como para seguir a una mujer desde Polonia hasta América. Aquí está Lilith, la que Aúlla en la Noche, y su hijo Asmodeo, cuyo cuerpo es de llama viva. Hay muertos que se levantan de la tumba y mujeres con cabeza de gato. Han llegado hasta aquí convocados por el más temible de los conjuros: el de la palabra inmortal, la palabra que sobrevive a través de los siglos. Han llegado hasta aquí para apoderarse del alma de quien se atreva a leerlos. Como se apodera todo libro del alma de sus lectores."


Sara y el demonio Asmodeo

Un cuento de Ana María Shua



Había una vez, en una ciudad del país de los medos, una muchacha hermosa que se llamaba Sara. Muchos hombres podrían haberla cortejado por sus ojos negros, tan alegres, y también por la fortuna de su padre. Pero todos sabían en Ecbátana que Sara amaba a Uriel, y a él estaba prometida.

Sara y Uriel se conocían desde niños, sus casas eran vecinas y las dos familias estaban felices de concretar esa unión que tanto convenía a todos: la unión de dos jóvenes que se amaban y la unión de los dos rebaños de ovejas más importantes de la región, que cada uno iba a heredar.

Pero los novios no pensaban en las ovejas: pensaban cada uno en el otro y estaban impacientes por encontrarse en el lecho nupcial. Cuando Sara cumplió los quince años y Uriel tuvo diecisiete, se realizaron las bodas, con bailes y festejos y un enorme festín en el que participaron también los pobres de la ciudad.

Esa noche, después del baño ritual y la ceremonia, Sara esperó a Uriel en su habitación. Lo esperó con ansiedad, con miedo, con alegría, y no tuvo que esperarlo mucho. El muchacho se acercó suavemente a su mujer, la tomó en sus brazos, la besó con amor y con deseo. Y entonces cayó hacia atrás, sobre la cama. Tenía la cara muy blanca, los ojos cerrados, una expresión extraña que Sara nunca le había visto.

Sara pensó que Uriel quería jugar: era una broma. Riendo, se dejó caer hacia atrás al lado de su esposo, en la misma posición que él, con una pierna torcida y un brazo colgando fuera de la cama. "Veremos quién puede más", se dijo. Y como era una joven de carácter fuerte, se quedó un buen rato inmóvil y en silencio: hasta que no le importó darse por vencida y abrazarlo.

Pero Uriel no respondió a su abrazo. Su piel estaba fría. Sus brazos eran muy pesados. Cuando Sara puso su boca sobre la de él, no sintió su aliento. Cuando le abrió los ojos, los encontró dados vuelta, blancos debajo de los párpados.

Sara lanzó un grito horrible. Estaba acostada al lado de un cadáver. En ese momento un grupo de bailarinas alegraba la fiesta con sus pandereteas. Apenas un eco amortiguado de su grito llegó hasta los invitados, que sonrieron y volvieron a brindar por los jóvenes esposos.

En el cuarto de Sara una extraña figura, traslúcida y roja como una llama, empezaba a tomar cuerpo: era Asmodeo, el Rey de los Demonios.

—Te amo, Sara, mucho más de lo que puede querer un hijo de hombre. Serás mía o no seras de nadie. Si me rechazas, ningún hombre de la tierra podrá ser tu esposo: como Uriel, todos morirán antes de tenerte. Y sobre tu cabeza caerán los crímenes que me obligarás a cometer.

Sara cayó de rodillas. Trató de rezar. Aunque las palabras no salían de su garganta cerrada por el horror, a medida que las sentía formarse en sus labios y en su mente, la monsturosa figura de Asmodeo se iba haciendo más y más transparente, hasta desaparecer.

A la mañana siguiente la encontraron todavía inconsciente junto al cadáver de su esposo. Mientras las dos familias rasgaban sus vestiduras y se cubrían la cabeza de cenizas por la muerte de Uriel, Sara permanecía en su cama, desfigurada por la fiebre, con la mirada perdida y diciendo palabras sin sentido en las que se mezclaban los ruegos con el nombre de Uriel y el de Asmodeo.

Un año es el tiempo del luto y después de un año una viuda puede volver a casarse de acuerdo con la Ley. Pero los sabios sacerdotes de Ecbátana dijeron que, como el matrimonio no había sido consumado, no podía considerarse a Sara verdaderamente viuda. Sin embargo, en cuanto se recuperó, la muchacha contó a sus padres lo sucedido y dijo que no se casaría munca más.

Ragüel y Edna, los padres de Sara, no pensaban como ella. Estaban seguros de que el demonio estaba sólo en la imaginación de su hija. Uriel había muerto por una enfermedad súbita y extraña que detuvo su corazón en el momento más importante de su noche de bodas. No era el primer caso del que se tenía noticia, aunque no solía suceder con hombres tan jóvenes. Encontrándose de golpe abrazada a un cadáver, la pobre Sara había perdido momentáneamente la razón. Asmodeo era parte de su delirio.

Consultados médicos y sacerdotes, todos coincidieron en que lo mejor para la joven era volver a casarse lo antes posible, para que las dulzuras del matrimonio le hicieran olvidar la horrible experiencia.

La fortuna de Ragüel seguía siendo tentadora y los ojos de Sara también. Habían perdido su brillo alegre pero la melancolía no los había vuelto menos hermosos. Al contrario, agregaba profundidad a su mirada. Un amigo de Uriel, que siempre había pensado en Sara con amor sin esperanzas, consiguió convencer a sus padres de que pidieran su mano. Habían pasado unos meses y, no habiendo recibido ninguna otra señal del demonio, Sara misma comenzaba a dudar de que el recuerdo de Asmodeo no fuera simplemente una trampa de la fiebre. No estaba enamorada del amigo de Uriel, pero lo conocía desde siempre, no le resultaba desagradable y aceptó la imposición de sus padres.

Esta vez no hubo fiesta, sino una discreta reunión de las dos familias en la que, sin embargo, se bebió y se comió con tanta alegría como era posible en un caso tan particular. Sara se portaba con gentileza hacia sus futuros suegros y hacía esfuerzos por sonreír. Ya estaba totalmente convencida de que Asmodeo había sido un espejismo de su mente. No se sentía asustada. Ni feliz. No podía separar sus pensamientos de Uriel, su primer y único amor.

El segundo esposo de Sara murió sin dolor en el lecho nupcial, antes de consumar su matrimonio.

—No me temas, mi Sara, mi adorada —rugió esta vez Asmodeo—. Jamás te haría daño. Sólo estoy esperando que te entregues a mí por tu propia voluntad. Entretanto, cada día me recreo mirándote. Siempre estoy contigo. A través de puertas y paredes puedo verte, y a través de tus ropas.

Sara no perdió la conciencia. Salió del cuarto gritando desesperada, en busca de ayuda. Sus padres y los padres de su esposo corrieron hacia el lecho donde encontraron el cuerpo del muchacho, todavía caliente pero definitivamente cadáver.

Ahora Edna, la madre de Sara, comenzó a creer a medias en la historia de Asmodeo, pero Ragüel se negaba a aceptarla. Aunque este matrimonio tampoco tenía validez, dejaron pasar el año de luto antes de proponer a Sara otro marido.

—Si antes te lo pedí por ti misma, por tu salud —le dijo su padre, cuando ya no sabía cómo convercerla—, esta vez te lo ruego por tus padres, por la fama de tu familia. Tenemos que demostrar que nada malo sucede en esta casa.

—¡Pero sucede! —gritó Sara.

—Sara, te lo estoy rogando —pidió Ragüel—. Y también te lo ordeno. Muchos mercaderes se niegan a comerciar mi lana y las jóvenes se tapan el rostro cuando oyen el nombre de tus primos y... Sara, no volverá a suceder, es imposible...

Finalmente la muchacha aceptó volver a casarse, sólo porque estaba convencida de que nadie se atrevería a pedir su mano. Era joven y poco sabía del corazón humano. En su tercera noche de bodas (ya no hubo fiesta ni reunión sino apenas una breve y severa ceremonia) logró acercarse al novio y susurrarle en el oído la verdadera historia de sus matrimonios anteriores. El joven se rió con una carcajada algo brutal.

—Sé luchar. Voy a ensartar a ese Asmodeo en el hierro de mi espada y saldré a mostrárselo a mis amigos que me esperan a las puertas de tu casa.

Así supo la joven que la idea de vencer a Asmodeo se había convertido para muchos en un atractivo mayor que las bellezas de su cuerpo, un atractivo casi tan codiciado como la fortuna de su padres.

Sin embargo, cuando el tercer marido murió en la noche de bodas, el cuarto en ofrecerse ya no fue un joven, sino un anciano que no tenía mucho que perder, porque ni siquiera de su propia vida le quedaba mucho. Era un mendigo harapiento al que hubo que bañar y despiojar y vestir para la ceremonia. El cuarto marido se negó a comer o beber en la casa de Sara el día de la boda. Lo mismo hicieron los siguientes.

El quinto marido fue uno de los esclavos de Ragüel, dispuesto a desafiar la maldición con tal de comprar su libertad.

El sexto estaba loco y ya había tratado de terminar con su vida arrojándose al río y comiendo frutos venenosos.

El séptimo fue un extrajero recién llegado de Egipto, un ambiciosos camellero que se negó a escuchar esos ridículos rumores de aldea.

Después de la muerte del camellero nadie más quiso casarse con Sara.

* * *

Las opiniones de los vecinos de Ecbátana estaban divididas. Los más generosos estaban dispuestos a creer que Sara tenía tratos con el demonio Asmodeo, que se había convertido en su verdadero marido y asesinaba, celoso, a sus rivales. Los malintencionados pensaban que Sara era una envenenadora, una demente que gozaba matando a los hombres que la deseaban. Afirmaban, para sostener su opinión, que existen muchas formas de administrar un veneno, no sólo a través de la bebida y los alimentos sino, por ejemplo, frotándolo sobre la piel húmeda.

Un día, una de las esclavas que la servían dejó caer a propósito una copa llena de vino caliente con especias sobre la túnica de Sara. Era la hermana de aquel joven esclavo que había intentado ser su quinto marido. Sara lanzó un grito y quiso castigarla.

—¡Eres tú la que matas a tus maridos! —le gritó la esclava—. ¡Ya has tenido siete, pero ni de uno siquiera has disfrutado! ¿Nos castigas porque se te mueren los maridos? ¡Vete con ellos y que jamás le des nietos a tus padres!

Entonces Sara, con el alma llena de tristeza, se echó a llorar y subió a la habitación de su padre con la intención de ahorcarse.

Ató el cinturón de su túnica de la viga que sostenía el techo y estaba a punto de colocar el lazo sobre su cabeza, cuando de pronto vio su cara reflejada en el metal pulido de un espejo.

Sara tenía diecinueve años y su cara seguía siendo muy joven. Las mejillas estaban cubiertas de una pelusa suave, casi invisible. Se miró las manos, movió los dedos y pensó en la maravilla de la Creación, que permitía, mediante delicadas articulaciones, que esos cilindros de carne y piel y hueso pudieran doblarse hasta cerrarse en un puño y después volver a extenderse al abrir la mano.

"Dios sabe que soy inocente. Demasiado dolor he causado ya a mis padres. Si me mato, se hablará peor aún de mi familia en toda la ciudad. No aceptaré que mi padre, en su ancianidad, baje con tristeza a la mansión de los muertos. " Así pensó Sara. Y decidió, en vez de ahorcarse, rogar al Señor que le enviara la muerte, para no tener que sufrir más insultos, más dolor.

Su oración fue escuchada. Pero en lugar de enviarle al Ángel de la Muerte, el Señor mandó a la Tierra al ángel Rafael, para librar a Sara del demonio.

Y sin embargo, un ángel solo no puede vencer a un demonio, como tampoco puede un mortal y es necesario que los dos se pongan de acuerdo para combatirlo.

* * *

En esos días, lejos de allí, en una ciudad de Asirira, un hombre viejo y ciego buscaba un guía capaz de acompañar a su hijo hasta el país de los medos para cobar una deuda. El muchacho se llamaba Tobías, tenía dieciocho años y muchas ganas de conocer el ancho mundo. Pronto encontró un hombre que se jactaba de conocer todas las rutas y lo llevó ante su padre. El hombre dijo llamarse Azarías, dio pruebas de pertenecer a una buena familia y acordaron un salario razonable por el trabajo de guiar y acompañar al muchacho: un dracma por día.

Tobías y Azarías emprendieron el largo viaje. Iban a pie. El anciano padre de Tobías había perdido su fortuna. Ese dinero que había mandado a cobrar a su hijo era toda la herencia que podía dejarle.

En el camino se descalzaron para atravesar un río poco profundo, de aguas transparentes. De pronto, un gigantesco pez se abalanzó con la boca abierta, listo para devorar uno de los pies desnudos de Tobías. El muchacho gritó y retrocedió asustado, pero Azarías, muy tranquilo, le mostró cómo atrapar al pez tomándolo de las agallas y sacándolo fuera del agua. Lo abrieron en canal para limpiarlo. Su carne parecía buena para comer. Azarías aconsejó tirar el intestino pero guardar el hígado, el corazón y la bilis, que podían ser remedios muy útiles.

Salaron una parte del pescado como provisión para el resto del viaje y asaron el resto allí mismo, a las orillas del río. Mientras comían bajo las estrellas, Azarías comenzó a hablarle a Tobías, como solía hacerlo, de la próxima ciudad que encontrarían en su ruta: Ecbátana, la ciudad de la bella Sara. Tanto habló Azarías de Sara, de su inteligencia, de su fuerza, de su simpatía, de su modestia, de su belleza incomparable, que Tobías empezó a sentir curiosidad.

—Amigo mío, me hablas de esa muchacha como si fueras un casamentero. ¿Acaso quieres que pida su mano?

—Deberías hacerlo —dijo muy serio Azarías—. Ella es de tu misma tribu y su padre es pariente del tuyo.

—¿Me salvaste la vida en el río para que la pierda en la cama de Sara? ¡Desde Ecbátana hasta Asiria ha llegado la fama de esa mujer terrible, cuyos maridos mueren sin sangre en la noche de bodas! —dijo Tobías.

—¿Tienes miedo a los demonios, Tobías? ¿O a los ojos de las muchachas hermosas? —se burló Azarías.

—No temo por mi vida —dijo Tobías—. Es que soy hijo único. ¡Mis padres morirían de pena si algo me pasara!

—Nada te pasará —dijo Azarías— si haces exactamente lo que yo te digo.

La noche era cálida y la brisa traía el olor pesado y dulce de los dátiles maduros. Tanto habló Azarías con la voz de un encantador de serpientes (o con la voz de un ángel), que Tobías sintió encenderse en su corazón un amor inesperado y terrible por esa muchacha a la que todavía no había visto.

Y soñó con ella sin conocerla, y a la mañana siguiente, cuando llegaron a Ecbátana, le rogó a Azarías que lo llevara directamente a la casa de Ragüel.

Edna y Ragüel los recibieron amablemente, como se debe hacer con los viajeros que llegan cansados y polvorientos, sobre todo si se trata de israelitas y gente de la misma tribu. La misma Sara, con el cabello cubierto como una mujer casada, y la cara escondida en el rebozo, les llevó agua para lavarse.

—Mira, Edna —comentó Ragüel, cuando los viajeros se habían lavado y descansado—, cómo se parece este muchacho a mi primo Tobit.

—¡Tobit es mi padre! —dijo Tobías, contento de encontrar algo más en común con la familia de Sara.

Ragüel lo abrazó con mucha emoción, porque hacía mucho que no tenía noticias de aquella rama de su familia que vivía en Asiria. Ordenó matar un carnero del rebaño y preparar un banquete. Mientras esperaban que la comida estuviese guisada, no dejaba de hacerle preguntas a Tobías sobre su padre y su madre.

Pero cuando se sentaron sobre los almohadones del banquete y el dueño de casa empezó a comer, para dar ejemplo a los invitados, Tobías dijo en voz alta.

—Hermano Azarías, di a Ragüel que me dé por mujer a mi amada Sara.

Ragüel se atragantó con un bocado de carne. Empezó a toser con angustia. Las lágrimas saltaban de sus ojos. Tobías le palmeó la espalda y Azarías le dio a beber un vaso de vino.

—Come y bebe, mi querido Tobías —dijo Ragüel, en cuanto se sintió mejor—. Y disfruta de esta noche. Que el Señor te dé paz y en otro momento hablaremos de esto.

—No comeré ni beberé hasta que no me contestes —dijo Tobías.

Y por más que Ragüel intentó convencerlo contándole toda la verdad, el joven se mantuvo firme en sus intenciones. Para Ragüel era espantoso ver morir a los hombres en brazos de Sara, pero más terrible resultaba todavía perder así al hijo de su primo, convertir la alegría del reencuentro en el horror de la muerte.

Sin embargo, tan firme fue Tobías que por fin Ragüel, enojado y también lleno de pena, decidió terminar rápidamente con lo que consideraba un verdadero crimen. Llamó a su mujer Edna, escribió allí mismo en una hoja de papiro el contrato matrimonial, ofreció sus propios anillos para la boda, seguro de recuperarlos muy pronto y ordenó a Edna que preparara una vez más a Sara para otra boda, esa misma noche.

Los preparativos se hicieron en silencio y la ceremonia fue breve y triste. Edna llevó a Sara, que lloraba con desesperación, a una habitación cercana a la del banquete y preparó el lecho.

—Confianza, hija... ten confianza... que tengas alegría en vez de esta tristeza —le decía, tartamudeando, llorando también ella.

Entonces, terminado el banquete, acompañaron a Tobías hasta la habitación de Sara y lo dejaron allí. Pero Ragüel, en lugar de acostarse, llamó a sus esclavos y les mandó cavar una tumba en el jardín de atrás de la casa.

—Vamos a entrerrarlo rápidamente sin que nadie se entere —le dijo a su mujer—. Es extranjero y nadie en la ciudad tiene porqué saber que estuvo aquí.

Entretanto, Sara había recibido una extraña sorpresa. El joven extranjero, en lugar de abalanzarse groseramente sobre ella para caer muerto en el acto, como lo habían hecho sus tres o cuatro últimos maridos, al entrar en su habitación cayó de rodillas y comenzó a rezar. Curiosa pero más tranquila Sara se hincó a rezar a su lado, mirándolo de vez en cuando de reojo. De acuerdo con las instrucciones de su amigo Azarías, Tobías pasó la noche rezando y conversando tranquilamente con Sara.

Todavía era de noche cuando Edna mandó a una esclava para ayudar a Sara a sacar el cadáver. La muchacha volvió corriendo a la habitación de sus amos con la feliz novedad de que el hombre seguía vivo. Ragüel se apresuró a ordenar que la fosa fuera rellenada antes del amanecer, para que Tobías no la viera.

Más tarde, mientras Tobías dormía reuniendo fuerzas para la noche siguiente, Sara le confesó a su madre que el matrimonio todavía no había sido consumado. Por supuesto, esta noticia disminuyó en parte la felicidad que sentían, pero al concocer el extraño comportamiento de Tobías, la familia comenzó a alentar esperanzas. Y Sara ya se permitía sentir algo más que compasión por ese muchacho de gestos firmes, de dulce voz y mirada ardiente pero contenida.

La segunda noche, siguiendo siempre las instrucciones de Azarías, Tobías tampoco se acercó a Sara. Otra vez hablaron como buenos amigos, se miraron, se conocieron y se gustaron. Sara sintió por fin que alguien era capaz de alejar de ella, si no al demonio Asmodeo, por lo menos al recuerdo de su primer amor, el desdichado Uriel.

Y la tercera noche Tobías le dijo a Sara que había llegado el momento. Sara empezó a llorar con amargura.

—¡No me toques, Tobías ¡ ¡Huye! ¡Que no tengan que echarte tierra en los ojos antes de que rompa el día!

Pero Tobías no le contestó. Siguiento las instrucciones de Azarías, sacó de su bolsa un trozo del hígado seco y salado del pescado que había intentado morderlo. Lo puso sobre el brasero donde se quemaban los perfumes que aromaban las casas.

El hígado comenzó a quemarse despidiendo un olor repugnante. Sara tuvo náuseas. Tobías le indicó que se tapara la boca y la nariz con un trozo de tela mojada. Furiosamente rojo, llameante, apareció la horrenda figura del demonio. Estaba loco de odio y amenazó a Tobías con garras de uñas deformadas y tan largas como cuchillos.

—¡Cobarde, hijo de un cobarde y de una puerca inmunda sin narices! ¡Atrévete a luchar contra mí sin ayuda! ¡Apaga ese fuego y veremos quién es más fuerte!

Pero Tobías sabía que no debía responder a los desafíos del demonio. Así como pudo contener durante dos largas noches su inmenso deseo de abrazar a Sara, pudo contenerse ahora ante los insultos del demonio. Sin contestarle, tratando de no mirarlo, elevó una oración.

La puerta de la habitación se abrió de golpe. Apoyada en el marco, a punto de caer, con los vestidos en desorden y cubierta por el polvo de los caminos, estaba la madre de Tobías.

—¡Hijito, mi bien, tanto tiempo sin saber de ti! Hice un viaje muy largo para verte. Estoy agotada. ¡Ese olor maldito me está matando, ayúdame por favor, apaga esas brasas!

Pero Tobías se acercó al brasero y sopló las brasas para avivar el fuego. Y el falso cuerpo de su madre desapareció para dejar paso otra vez a la llama viva de Asmodeo.

Ahora Sara lo llamaba desde un rincón de la habitación. Su cara estaba pálida, sus ojos desencajados y su cuerpo sacudido por las arcadas.

—Me muero, mi amor, sálvame. No voy a poder resistirlo. ¡Apaga las brasas!

Y Tobías soportó ver cómo su amada expulsaba un largo vómito de sangre, cómo caía al suelo retorciéndose de dolor y agonizaba entre gritos desgarradores. Pero no apagó las brasas. Y en el momento de la muerte el falso cuerpo de Sara desapareció para dejar ver nuevamente la llama viva de Asmodeo.

—¡Está bien, ridículo mortal! ¡Esta vez me obligaste! ¡Vas a sentir lo que yo siento!

Y Tobías empezó a sentir en su propio cuerpo las más espantosas torturas, el tormento del fuego y el tormento del hielo, el dolor de sentir que la carne se le separaba de los huesos, pero sobre todo el horror de la asfixia, el humo inmundo del hígado de pescado entrando por sus narices, quemando a su paso la laringe, envolviendo sus pulmones en dolor y en fuego y en muerte. Pero no apagó las brasas.

Entonces Asmodeo se fue. Voló sin despedirse. De un solo salto llegó hasta el Alto Egipto, donde pensaba reunir fuerzas para volver a la batalla. Pero apenas hubo cruzado la puerta de la habitación de Sara, el ángel Rafael dejó el cuerpo de Azarías y voló detrás de él. Tan debilitado estaba Asmodeo, que sin combate lo ató el ángel de pies y manos, encadenándolo con los mágicos eslabones que llevan el nombre de Dios, la única cadena que no puede romper el Rey de los Demonios.

Y esa misma noche Edna y Ragüel, los padres de Sara, tuvieron la inmensa dicha de que empezara una nueva historia: la historia de su primer nieto.

Ilustración de Jorge Sanzol

Sobre Sara y Asmodeo

Durante muchos años busqué demonios para mis cuentos. No me conformaba con demonios comunes, de todos los días: los quería también espantosos, sabios y temibles.

Asmodeo fue uno de los primeros que encontré: el Rey de los Demonios. Muchos dicen que fue el primer hijo de Adán con su mujer-diablo, la feroz Lilith.

Es, por lo tanto, un demonio muiy antiguo. Que reúne, por su origen, la crueldad salvaje, casi inocente de su madre diablesa, con la maldad inteligente y controlada de un hijo de hombre, creado para el bien y para el mal.

Al demonio Asmodeo me lo encontré desafiando al rey Salomón, que se vio obligado a exigir su ayuda para construir el Gran Templo de Jerusalén. En efecto estaba prohibido por las Escrituras construir un sagrado símbolo de la paz, como el Templo, usando instrumentos de hierro, el metal de la guerra por excelencia. Pero ¿cómo partir las piedras para construir sin usar herramientas? Salomón necesitaba el Shomir, que en algunas versiones de esta historia es una piedra capaz de partir rocas y metales, y en otras es un gusano. (Prefiero al gusano.)

Benaia, el más valiente de los generales de Salomón, logra dominar a Asmodeo y traerlo a su presencia. Y a través de Asmodeo, el rey obtiene el Shomir.

Pero Asmodeo, en venganza, toma la forma del rey Salomón y lo reemplaza durante cierto tiempo en el trono, mientras el verdadero rey vaga como un mendigo en tierras extranjeras.

Pensé que un demonio tan importante debía haber tenido otras actuaciones registradas. Buscando, por casualidad, en una enciclopedia cualquiera, encontré esta frase:

ASMODEO: Demonio que, enamorado de Sara, mató a sus siete maridos (Tobías 3:7).

En esa simple frase había ya un cuento. Leí en la Biblia la historia de Tobías y decidí contar la parte que faltaba: las penas de la pobre Sara.

Tomado de http://www.imaginaria.com.ar/02/5/shua.htm


Una novela para llorar en el bondi

Para este sábado me tocaba leer "Las dos doncellas". Terminé mi viernes muy apurada y no me quedó otra que "pegarle una leída" en el 163 (una hora 40 alcanzó para una lectura completa).
En general no puedo leer en el colectivo, sí en el tren, porque me mareo o me duele la cabeza. Pero ayer me acomodé, me puse los anteojos adecuados (que a veces pretendo leer con los de lejos) y la empecé. Fue esos momentos en que una desaparece de su lugar para irse al que las letras te muestran. No supe exactamente por qué en medio de la novela la emoción me puso a llorar. ¿Fue cuando Rafael va a buscar a Leocadia a la playa? ¿O cuando Rafael le dice a su hermana que no va a matarla sino a ayudarla en todo lo que pueda? ¿O cuando Teodosia oye la confesión de Leocadia y se sobrepone a los celos y se ponen en camino para ser "unas nuevas Bradamante y Marfisa"?
No sé. La cosa es que, en clase, fui ordenando mi emoción desclasificada (¿sentimental, fraternal?) y vimos cómo el remedio, la reparación, la reconstrucción de los caminos y los "errores" podía llevar a un final realmente feliz para todos.
La maestría de Cervantes nos pone esta novela detrás de "La ilustre fregona" y los mismos hechos pueden tranformarse en completamente otra cosa según quién los viva y cómo y por qué y para qué y por decisión de quién.
El punto cúlmine del análisis emotivo-académico fue pensar en San Rafael (el árcangel) en relación con el personaje del hermano (Rafael) y con mi propio hijo menor (llamado, sin conocimiento alguno del santoral, Rafael): "Remedio de Dios" significa el nombre, el que cura, el que trae el bálsamo para las heridas.

Copio y pego:

La misión de San Rafael es la de derramar bálsamo sobre vuestras heridas.

¡Cuántas veces Satanás logra heriros con el pecado, golpearos con sus solapadas seducciones!

Os hace sentir el peso de vuestra miseria, de la incapacidad, de la fragilidad y os detiene en el camino de vuestra perfecta donación.

San Rafael tiene entonces la misión de acompañaros en el camino que os he trazado, dándoos aquella medicina que cura todas vuestras enfermedades espirituales.

Cada día él hace vuestro caminar más seguro, más firmes vuestros propósitos, más valerosos vuestros actos de amor y de apostolado, más decididas las respuestas a mis deseos, más atenta la mente a mi designio materno, y fortalecidos con su bálsamo celestial, proseguís vuestros combate.





San Rafael Arcángel es el ángel que Dios envió para remedio de Tobías, a quien, para probar su paciencia, le había quitado la vista y la hacienda. Al propio tiempo auxilió a una doncella llamada Sara, que, casada siete veces, no pudo ver llegar hasta ella sus maridos, porque un demonio se los mataba. El Arcángel San Rafael, apareciéndose en forma de un gallardo joven al anciano Tobías, ofrecióse a acompañar a su hijo a cobrar cierta cantidad de dinero. En el camino, lavándose el joven Tobías los pies, vio que salía a él un gran pescado, y, habiéndole cogido y desentrañado, guardó la hiel, hígado y corazón. Aconsejado por el ángel, lanzó Tobías al demonio del aposento de Sara con el hígado del pescado, y después se casó con ella. Regresando a casa de su padre, le dio vista con la hiel del mismo pescado. La esclarecida orden española de San Juan de Dios venera a San Rafael por su especial protector.


2 de junio de 2012

Mi amiga Eugenia y la didáctica

Eugenia sale embolada de Didáctica Especial. No es la única: sus compañeros hablan de "didactonta" y cuentan anécdotas trágicas. Lo mismo me pasaba en el profesorado y en las malditas prácticas.
Me quedo pensando que es un bajón pero que, en realidad, está muy bien que "joda" ser docente, que una no encuentre del todo su lugar, la función exacta de su vocación ni de su trabajo, su función social ni su relación con la materia adorada y poco trasmisible.
Creo que lo malo es que los docentes llegan a un punto de sus vidas en que se creen completamente conformados como docentes, cuando ya no tienen dudas, cuando ya no se enojan ni con los colegas ni con los alupnos ni con el sistema. Llega un punto en que su esencia de docente parece completada, redonda, sin conflictos y es ahí cuando todo empieza a decaer, cuando creemos que estamos sobre un pedestal que merece ser admirado, cuando usamos demasiadas oraciones en modo imperativo y un tono de voz permanentemente exclamativo.
Es que la docencia es un lugar de poder tan fácilmente conseguible y conservable que tienta, que logra que todo aquel que no ha percibido en sí mismo la necesidad de terapia psicológica, se crea dueño de un "puesto" que repara sus falencias más primitivas.
Qué feíto. Por eso es bueno que Euge sufra, porque mientras sufra y busque estará en marcha y no subida al pedestal de cemento que clava los pies y no deja buscar nada más interesante que demostrarle a los demás lo irremplazable que es nuestra "didáctica" palabra.