Autocronograma

AUTOCRONOGRAMA

2008: 23 años deseando esta carrera.

2010: Bitácora de quien estudia en Puán porque la vida es justa y (si te dejás) siempre te lleva para donde querés ir.

2011: Te amo te amo te amo, dame más: Seminarios y materias al por mayor.

2012: Crónicas de la deslumbrada:Letras es todo lo que imaginé y más.

2013: Estampas del mejor viaje porque "la carrera" ya tiene caras y cuerpos amorosos.

2014: Emprolijar los cabos sueltos de esta madeja.

2015: Pata en alto para leer y escribir todo lo acumulado.

2016: El año del Alemán obligatorio.

2017: Dicen que me tengo que recibir.

2018: El año del flamenco: parada en la pata de la última materia y bailando hacia Madrid.

2019: Licenciada licenciate y dejá de cursar mil seminarios. (No funcionó el automandato)

2020: Ya tú sabes qué ha sucedido... No voy a decir "sin palabras" sino "sin Puán".

2021: Semipresencialidad y virtualidad caliente: El regreso: Onceava temporada.

2022: O que será que será Que andam sussurrando em versos e trovas 2023: Verano de escritura de 3 monografías y una obra teatral para cerrar racimo de seminarios. Primer año de ya 15 de carrera en que no sé qué me depara el futuro marzo ni me prometo nada.

30 de septiembre de 2012

Descubrì a Gomez de la Serna

Ramón Gómez de la Serna - Greguerías nuevas [Junio de 1936]



Aviso
Esta antología de greguerías colecciona las no incluidas en ninguna otra colección. Son nuevas sobre las recogidas en la edición de Flor de greguerías, que ha publicado Espasa-Calpe en su Colección Universal el año 1935.
Ni el prólogo, que con el título de Explicaciones es una estética y un anecdotario completo de la greguería, y que va a la cabeza de esa edición, en que seleccioné más de cien mil greguerías publicadas, quiero que vaya al comienzo de esta, para evitar insistencias.
Sigo encontrando sólo en los Haikais ejemplarios remotos:
Un grano de arena
en la concha:
Playa dorada.
La hora en que el canto de las cigarras
es tan fuerte
que las ramas de bambú
tiemblan.

Sigo espigando antecedentes desde Shakespeare, que gregueriza cuando dijo antes que nadie «el ave del alba», pasando por Quevedo, cuando dice que «los ojos pequeños tienen niñas y los grandes mozas», llegando a Víctor Hugo, cuando define el murmullo como «el humo de la conversación», y deteniéndome en Jules Renard, que gregueriza al decir que «cuando llueve se le pone carne de gallina al estanque».
Entre las últimas greguerías entrevistas en los jóvenes escritores están esa de Seral y Casas, que dice: «El tricornio de la Guardia Civil parece un intento plástico de resolver la cuadratura del círculo», o esa otra del mismo autor: «El bombo estornuda por los platillos», no debiendo olvidar la de Andrés Caso: «Los moscardones son moscas que viajan en motocicleta», ni la de E. G. Más: «Cuando las moscas se superponen realizan ejercicios gimnásticos», ni la de Lillie: «El “speaker” es un individuo que ha sido vacunado con una aguja de gramófono».
Entre los definidores últimos de la greguería ha habido algunos nuevos que la han llamado «filosofía bailable, huevo de Colón, policromía del sentido natural, similitud alterada».
Yo, pobre inventor de las greguerías, no cejo en su creación, pero cuando se acercan a mí esos inventores que hay en España y que siempre dan conmigo, les digo:
—Ya ven ustedes... Yo he inventado la greguería y cada vez vivo más miserablemente, porque los inventores somos los que, además, hemos inventado el hambre, que es el mejor procedimiento para no comer... y para seguir inventando. ¡Pero viva el seguir penando antes de ser los repetidores filosóficos del dos y dos son cuatro!
Sufrimiento de los ojos revisados, miradas a los plafones, espera en la oscuridad y el silencio, reunión en la mente del tiempo de no haber nacido con el de no haber muerto. Todo eso necesito padecer para encontrar greguerías, la mayor parte de las cuales suelo tachar después de publicadas, dejando las escritas en menos de un cuatro por ciento.
Ramón Gómez de la Serna
Madrid, 1936.



La luna ilumina la cifra de almanaque de los cisnes.
Hay espárragos tan delicados que parece que se han hecho las uñas.
Cuando vemos que el director de orquesta dirige sin batuta le ofreceríamos un lápiz.
La única voluptuosidad al ser comido por un cocodrilo es la de encontrar que está enguantado por dentro.
Las lilas no son flores de la primavera, sino su primer blusa de percal barato.
¡Con qué ansia supersticiosa lijamos contra las aceras el luto de recordatorio que tienen las suelas de los zapatos nuevos!
El camarero elegante es el que deja el ticket de la consumición como si nos diese su tarjeta.
La manzanilla parece estar hecha con esencia de aceitunas borrachas.
Los tulipanes debían nacer con una bombilla dentro para que acabasen de ser las candilejas de los jardines.
El león tiene en la garganta grutas de miedo, de las que sale el rugido.
En los patios juegan a la pelota las horas aburridas.
Cuando cae una gota es que llueve, porque no existe el azar de una gota.
Al observar en los espejos de los cafés a alguien que está a trasmano, nos convertimos en su espía.
Los pingüinos son unos niños que se han escapado de la mesa con el babero puesto.
En el cielo hay manicomios de desmelenados cometas.
Cuando al llegar a su término el tranvía le vuelven del revés los asientos, el tranvía se queda loco de desorientación.
Las anchoas sueñan con panteón de aceituna.
Hay rubias que mantienen el patrón oro pase lo que pase en los Bancos.
En la primera espuma que aparece por el gollete de la botella de champán está su placer de vivir, el gusto de que le haya llegado la hora de ser bebido.
Al sonar el órgano de la catedral, todos los santos parecen tocar la flauta.
Las nueces dan un espectáculo de vejez.
Al sacarnos con el vermouth un platillo de almendras parece que nos dan por adelantado la vuelta de lo que nos va a costar.
Los macarrones son instrumentos de viento que nos comemos.
Cuando el limpiabotas nos dice ya está, parece un escultor que acaba de rematar nuestra figura.
Las bodas se repiten. Esa que se casa hoy se casó hace tres siglos con el mismo marido y tuvo los mismos padrinos y los mismos testigos. Tendrá los mismos hijos.
No aprovechéis en el peinado de la niña la cinta de la caja de bombones, porque, sin saberlo, todos notarán que va vestida de bombonera.
Las estatuas de los jardines son las que han echado de los museos.
Hay preciosas vajillas que esperan que las compremos cuando lleguemos a ser Napoleones.
Esos bocadillos con escasa tajada entre pan y pan parecen tener hambre.
El trapo de limpiar el polvo es como un pañal de niño.
El que en el café alcanza su gabán para rebuscar en sus bolsillos parece estar cacheándose a sí mismo.
El que en la ventanilla del telégrafo cuenta las palabras del telegrama que hemos escrito parece el representante de la Academia que cuida nuestro estilo, poniéndonos una multa por los excesos y faltas de redacción.
Los borrones son los moscones de la tinta.
Esos que son sentenciados a varias penas de muerte parece que han de ser ejecutados en lonchas por una máquina de partir jamón.
Los inválidos esperan en los bancos públicos a que les retoñe el brazo o la pierna que perdieron.
Los calcetines metidos en los zapatitos del niño que duerme son como las orugas de sus sueños.
Ese que en el café coloca la capa muy doblada y el sombrero encima parece que va a celebrar los funerales de la capa, su requiem de corpore insepulto.
La langosta tiene en vez de ojos, gemelos de teatro.
En la cara consternada de aquella mujer se veía que se la había soltado el broche de una liga y temía que se la soltara el otro.
Los negros son negros porque es tan despiadado el sol de Africa, que sólo así logran estar a la sombra.
El reloj del doctor le mueve la hormiga de la pulsación.
Hay una cara amarilla de aficionado nato a la mayonesa.
Hay un momento embarazoso en las mesas elegantes, cuando al llegar los postres están todos los cubiertos de pescado intactos, porque nadie ha notado, sino demasiado tarde, que el pescado estaba en los pastelillos.
Nos cambia el destino ese hombre que coloca su maleta sobre la nuestra.
Hay títulos de films tan sorprendentes como este: «¿Por qué te obstinas en amar a otro si hoy es lunes?» Y hay frases de película que salvarían la vida si se pudiesen decir en la vida: «Ya que nos hemos perdido el uno para el otro, vamos a tratar de recomponer la vida».
Cuando comemos calamares fritos en forma de pulsera empulseramos al estómago.
La que toca el arpa toca la timbrada melancolía de la lluvia.
Demasiado estuche para las cosas de afeitar: cirujano fracasado.
Es bonito ver pecear el asfalto bajo la lluvia.
Cuando se admira la impasibilidad de las estatuas es cuando después de un tiroteo se ve que aún están en su pedestal, que no han echado a correr.
Al oír al político que «nadie puede dudar de su gestión» me parece oír que «nadie puede dudar de su digestión».
El reloj es un guardapelo del tiempo.
Hay un teatro hecho de reticencias tontas con apariencia trascendental, como por ejemplo: «Para morir una vez no se necesita morir dos veces».
Los dedos de las manos de los negros son como palillos que están deseando tocar el tambor.
El ciclista que se cae parece un insecto boca arriba.
En invierno los rosales están pensando sus rosas.
Cuando el niño pregunta a otro niño «¿cómo se llama tu mamá?», comienza la indagatoria trascendental de la vida.
Al llegar al final de su descenso el ascensor, debía sonarle una nota de acordeón.
La botánica luce su poesía cuando llama a los pensamientos violetas pasionales.
El nido es una corona sin espinas.
La viuda parece llevar su espeso manto para que no la piquen las moscas de la muerte.
La chicharra se hace la ilusión de que tiene una aserraduría mecánica.
El sofá está hecho para recibir peticiones de mano.
Nuestra verdadera y única propiedad son los huesos.
Al que toca el violón hay que llamarle gondolero del violón.
Cuando el domingo caiga en lunes, la vida habrá perdido la cabeza.
El que toca el bombo es un hombre cargado de hijos.
Tenemos incisivos para ser cáusticos.
Hay un último gesto de la bailarina que se encoge y se pliega, como si fuese a meterse de nuevo en el claustro materno.
Dentro del sombrero hongo hay sombra de funeraria.
Los vasos colocados boca abajo parecen esconder la mariposa invisible.
Cuando caen los pétalos de una rosa, musitan al caer una palabra, una media palabra de silencio y despedida.
Las estatuas saben que estuvieron caídas antes de ser erigidas y eso las hace modestas.
Leía en el jardín mientras daba de mamar al niño y le transmitía la lectura ¡Pobre niño al que transfusionan un alma de novela mala!
El ventilador afeita la barba al calor.
Los cocodrilos de circo son falsos porque nunca les hemos oído llorar.
Hay un momento en que a la butaca le salen fuera los pelos que ha perdido su señor.
El ruido que hace el hielo cuando se mueve la botella en el cubo de plata, es un entrechocar de dientes, un titiriteo de cristal.
La vieja con dos grandes perlas verdaderas en los pendientes cree que aún está lobulada en ellas su juventud. ¡Con qué altivez habla!
Los montes se relacionan con los huesos. Que se ponen los montes tristes, pues los huesos nos duelen.
La que monda guisantes derrama botonaduras de pecheras verdes.
Los banderilleros fueron los precursores de los ballets rusos.
Aquella chulapa no se cortaba nunca el mismo día las uñas de las dos manos para no quedarse desarmá.
Es triste sentarse en los bancos públicos y sentir alrededor coronas de viento.
En los mármoles ha quedado solidificada la espuma y el arabesco de una última ola.
Jugar al dominó es recomponer esqueletos.
Hay unas dueñas de casa que guardan las sábanas en los armarios como si fuesen perniles... Sacan una sábana como si fuese un permiso de casamiento.
Al ver una mujer con gabán de astracán pensamos: ¡Lo que la habrá costado rizarse el gabán!
Se dejó enchufada la plancha eléctrica y comenzaron a salir en los techos de los pisos bajos las huellas de una plantilla requemada y nefasta.
Las moscas son granos que vuelan.
Cuando en nuestras mangas faltan botones parece que hemos sido deshonrados.
Los que se tiran de la nariz cuando están preocupados se vuelven los narigudos de la preocupación.
Abrir un paraguas es como disparar contra la lluvia.
Cuando los aviones arrojan proclamas al aire parecen sembrar el mundo de papeles para hacer pajaritas.
Al decir Señoras y señores en la conferencia, leones lejanos levantan la cabeza con hambre feroz de carne de conferenciante.
Los cocos tienen dentro agua de oasis.
Se ve uno mejor en el espejo de la muerte que en el de la vida.
¿Y si estuviéramos equivocados? ¿Y si la Tierra es la Luna y la Luna es la Tierra?
Cuando sentimos blando el asfalto bajo nuestros pies los días caliginosos parece que se nos ha reblandecido la medula.
El abanico es celosía del corazón.
El clavel blanco refresca las miradas y nos lo colocamos en el ojal de las pupilas.
El calañés es un disco de flamenquería.
En la espuma que hace el barco al correr parece haber muerte de gaviotas.
Eso de traje con dos pantalones revela la penuria de la época.
La caja de píldoras recién recetada resulta encantadora hasta que se abre y se ve en el prospecto que sirve para todas las enfermedades.
El que se echa más de dos cucharones de sopa es un buzo de la sopa.
En las máquinas de escribir el alfabeto baila la jota.
El eco de las sirenas de los barcos repercute en ese flato de aire que se oye a veces en las cañerías.
Cuando vemos una pestaña caída en la mejilla nos parece ver una espina de las miradas.
Los muelles de aire comprimido de las puertas tienen escondida en su fondo una langosta forzuda.
En las huellas digitales se ve lo que tenemos de parentesco con los árboles.
¿Cómo definiríamos esa hora? La hora en que se sueltan las ligas las campanas.
Las contraltos son mujeres marmóreas, tan resistentes que pasan de una época a otra como columnas.
El mayor compromiso de la vida es tener que regalar los siete gatos que le han nacido a la gata.
El vendedor de papel de Armenia parece que quema perfumadas cartas de amor.
Al apoyar la cabeza en la mano y el codo en la mesa, reflexionamos con cartabón.
El terrón sueña con dorados barrotes de jaula.
¡Qué frías tienen las mejillas las manzanas!
El avión que arroja proclamas parece que se despluma.
No pongáis forro a un piano porque parecerá una camilla de la Cruz Roja.
Esos agujeros que hacen las orugas en las hojas se deben a que son las revisoras de los árboles.
Del otro lado de la luna cae el pañuelo negro de un dolor de muelas.
Las almejas de párpados entreabiertos nos miran como los ojos entornados del mar.
Cuando se lee que ha naufragado uno de esos barcos que llaman laúdes parece que ha naufragado un trovador.
El sueño es una lotería de imágenes.
Cuando el doctor se quita el gabán es cuando penetra más en el secreto de la enfermedad.
Las máquinas registradoras nos hacen la instantánea del precio.
Las espigas son los camarones de la tierra de campos.
Con las agujas perdidas se zurcen los silencios.
Las angulas se hacen recortando flecos de mantones de Manila.
Las piernas de muestra de las tiendas de medias nos están haciendo buscar por todos lados la mujer de las piernas de carne plateada.
El hombre desciende de la hormiga.
El corsé es el mapa femenino.
Esos ¡ay! suspirosos que lanzan las actrices los han aprendido sufriendo zapatos que les venían chicos.
La H es la escalera del alfabeto.
El corazón aprieta con su mano crispada las cartas de adiós.
Detrás de la badana del sombrero se esconden los pensamientos recalcitrantes.
He oído a un judío exclamar ingenuamente: «¡Gracias a Dios que los judíos no son negros!»
A las notas de violín les gusta meterse y acostarse en los pianos de cola.
La perdición de Eva se debió a su coquetería, a que se hizo un elegante boa con la serpiente y un día oyó las insinuaciones del boa.
La medicina emplea el truco de los calcetineros cuando dice que el corazón tiene el tamaño del puño cerrado.
Es triste que el interior de los baúles esté tapizado de pasillo.
Cuando hay dos guitarras juntas siempre se desafían.
Las que hacen pitillos a su esposo convierten el comedor en fábrica de municiones.
Cerramos a veces la mano como guardando una mariposa hija de nuestro pensamiento.
La colmena es un motor de abejas.
Cuando la mamá da dinero al niño debe hacerlo con cuidado para no convertirle en pequeño mendigo de limosnas.
Las perlas falsas son hijas de las almejas.
Los niños comprenderían mejor la espiral si se les dijese que es como el tirabuzón de una niña.
La muerte es dormir sin nariz.
Las anclas son anzuelos para pescar puertos.
La cuerda de la persiana levantada es como cuerda de horca preparada para ahorcar las horas de sol.
Cuando se corta un árbol queda preparado el tajo para ejecutar a quien lo cortó.
¿Por qué todos los violines son de S S?
El secreto de los místicos es que escribían con pluma de ave y el cielo les dejaba caer la pluma de la inspiración.
Los grooms con botines parecen que han estudiado en Oxford.
Aquellos viejos que usaban patillas en los mofletes parecían tener flemones de nubes.
El rábano tiene pelos en la nariz.
El libro encuadernado es un libro con guantes.
Hay muchas gentes que llevan candados en las sienes.
Cuando un mono anda a otro en el cuello parece que le está haciendo la corbata.
Los caballeros con gola llevaban la cabeza servida en un frutero.
La inyección es la picadura del insecto sin alas.
El dedo con dedal presume de guerrero.
Lo más bonito de cuando corren las fuentes es ver cómo los surtidores se desafían a sable.
Dejar el reloj en la relojera es como dormir con el doctor al lado.
Cuando el cura lleva paraguas parece que lleva de la mano a un pequeño seminarista.
A las tijeras les faltan alas para ser los pájaros que quisieran ser. ¡Gaviotas de los despachos!
Durante el domingo los bancos del jardín se llenan como barcos salvavidas.
Hay unos rorros que parecen haber nacido con gorrito.
Cuando el anfitrión reparte los puros después de la comida es como si diese los premios a que se han hecho acreedores los que se han portado bien en la mesa.
El que limpia con el pañuelo las gafas parece que enjuga lágrimas del cristal, compungido ante el espectáculo de la vida.
Las alas de las palomas cantan al volar.
Para evitar el calor los termómetros del verano deberían colocarse al revés.
La que se mira mucho en el espejo de bolsillo parece que repasa el espejo retrovisor de su vida y ve en él todo lo que ha dejado atrás: galanteadores, paisajes, inviernos.
Lo que tenemos de parentesco con la luna y sus cráteres está en el ombligo.
El despertador es el zapatero de los sueños.
En primavera les crecen las orejas a algunos.
¿Hay peces en el sol? Sí, pero fritos.
El aldabón acuña la moneda de la llamada.
Los corsés se ruborizan y por eso se ponen rosas.
La manga de riego intenta vanamente crear un arco iris.
Las locomotoras son como esfinges domesticadas.
Los carretes tienen alma de ratón.
No dejéis caer violentamente la tapa del piano, porque suena a féretro.
Es un extraño caso de telepatía el acordarse de ciertas gentes la misma tarde en que han estado a visitarnos.
El inventar nuevas compras atrae recibos de deudas olvidadas.
El vendedor ambulante de corbatas resulta manco de profesión.
Los porteros leen el periódico como si estuviesen enterándose de los chismes de la vecindad.
La leche es la hermana del agua, así como el vino es su hermano.
El mono nos mira como si nos tomase por pedagogos.
Los niños con chupete miran al fumador en pipa como a un compañero de cochecito.
Los que esperan en grupo un tranvía son parientes de parada.
Tomaba tanto bicarbonato que era como el albañil de su estómago.
El sifón fue inventado por Moisés.
Lo más terrible del régimen es cuando el doctor prescribe el café sin azúcar.
Silvina es el nombre más modesto del santoral.
El que tiene aparato de succionar el polvo se cree libre hasta de microbios.
El que quita al mismo tiempo varias hojas del almanaque debía pagar réditos al tiempo.
Las camisas quisieran ser globos grotescos en cielos de feria.
El que toma alcachofas con aceite y vinagre va realizando el bautismo de cada hoja.
Hay unos sillones que después que se ha levantado el que estaba sentado comienzan a rezongar crujidos de indignación.
Los monos no encanecen porque no piensan.
Las ventanas de los acuariums parecen ventanillas de un tren submarino.
El teléfono lo inventó el deshollinador hablando con su compañero a través de las chimeneas.
Las pelotas de tenis no tienen corazón.
Una mecedora con un abanico es como una mujer.
Cuando en sus juegos de jardín se ocultan detrás de nosotros los niños nos convierten en árboles.
Los caballeros de frac dan la impresión de que tienen descorazonado y vacío el pecho.
Vivimos una época tan desamorosa que ya apenas se toca el piano a cuatro manos.
Esos que mondan las manzanas como si desenrrollasen la cuerda de un peón, se ve que se pasaron la infancia jugando al trompo.
Hay unas nubes de materia gris que son nubes pensantes y que añaden cerebro al mundo.
La P es la B fuera de su cuidado.
El reloj es el gran geómetra de las horas, siempre con el compás en ristre.
Cuando el rosal nos engancha con sus espinas es como si quisiera ponernos una rosa.
¡Planchó hasta los pañuelos de las magnolias!
El cofre-fort es el frigidaire para conservar la frescura del dinero.
Lo más sabroso de los higos es que su interior está lleno de pistilos de flores.
El hombre que no ha visto el mar tiene algo de huérfano.
Las malvas reales son la alta apoteosis de las amapolas.
El sombrero de copa tiene tanto misterio porque está hecho con gatos muertos.
Cuando se oye la palabra estupendo parece que lleva en el fondo la palabra estúpido.
Lo más lamentable no es el ladrido del perro, sino cuando gruñe con resignada grima.
Al otro día del día de mucho frío huele a andén vacío del tren que se fue.
Los cometas son estrellas en traje de baile.
Cuando nos quitamos ese pelo que llevábamos pegado a un hombro parece que nos quedamos sin una pesada cruz.
Los mitones son guantes para tocar el piano los días helados.
Los que hacen dibujos en el papel secante debían ser sentenciados a no poder secar lo que escriban.
El cocktail se prepara en una bala y por eso es en el fondo esencia explosiva de bala.
Una participación de enlace se parece a un programa de propaganda de una futura película.
El que de los tres que entran en el restaurante se queda con la chapa del guardarropa es el que no va a pagar la cena.
A aquel abrigo de pieles viejo que vendía el ropavejero parecían haberle sacado las muelas.
Al que tiene auto le sale en la cabeza un obsesionante tapón de radiador.
Comprar una vajilla para veinticuatro cubiertos es tentar al destino.
Cuando el padre levanta la tapadera de la sopera produce el milagro de la sopa.
La sartén es el espejo de los huevos fritos.
La máquina de escribir en la casa de empeños despacha cartas de melancolía.
Las amapolas son flores para los sombreros de los segadores.
Hay una noche de espléndida luna en que la luna celebra su cumpleaños.
La escoba baila el vals de la mañana.
Las muñecas que cierran los ojos los cierran muertos, no dormidos.
Las focas tienen facha de ser los guardias de la circulación en el fondo del mar.
El calzador es la cuchara de los zapatos.
Las pulgas hacen grandes distancias en nada de tiempo. La que nos picó hace un rato aquí, está ya picando a otro en Zaragoza.
La T está pidiendo hilos de telégrafo.
Al enviar los trajes al tinte parece que se les envía de vacaciones o a que tomen baños.
Cuando el jefe de oficina cierra su bureau americano lo hace como si cerrase el Canal de Panamá.
El sonajero es el salero de la infancia.
Los sauces llorones necesitan pañuelo.
El picador es un Don Quijote que ha engordado.
La lupa es el monóculo de los viejos.
El que sea estrecho el pasillo de butacas, entre fila y fila, no tiene importancia, porque el único contacto que no es deshonesto es el contacto de los huesos de las rodillas.
Debían expender en las florerías la llamada flor de civilización.
La inmortalidad del cangrejo consiste en andar hacia atrás, rejuveneciéndose hacia el pasado.
Hay una clase de noches en que luce en el cielo la luna de los desiertos.
Los nenúfares son las soperas de los cisnes.
El timbalero es el cocinero de la orquesta.
El fieltro del bock es la media tostada de la cerveza.
Cuando cae una estrella diríamos que hemos visto el rabillo del hilo de que colgaba.
Un camafeo es como un sello de lacre del pasado.
El que dice: perendengues pone los merengues en la conversación.
Cuando la mujer se limpia en el pelo los dedos llenos de tinta ya comienza a teñirse.
Harmonía debe escribirse con hache porque esa H es la lira de la palabra.
El fracaso del hombre y de la matemática está en que los meses del año no pueden tener todos el mismo número de días.
En las cajas de lápices guardan sus sueños los niños.
Cuando se busca una aguja y no se encuentra, la impotencia humana sufre de no poder convertir un alfiler en una aguja.
Los eclipses de luna son que la luna cubre su rostro al mirarse en su espejo de tocador.
Hay unos animalitos que corren sobre el agua como si todas las equis —X X X X X— se hubieran escapado de los libros.
Las pulseras dejan ojeras en los brazos.
En la copa llena de pajas envueltas en papel de seda hay una alusión dentífrica; como si fuese una colección de cepillos de dientes.
La que tiende un pañolito en la cuerda del balcón parece poner a secar lágrimas.
Los galgos en la ciudad van como a buscar las liebres del colegio.
Al árbol le gusta morir abrazado por la enredadera.
Las cucharillas largas para los refrescos son como cucharillas farmacéuticas.
Se está viendo el derrumbamiento del agua en la palabra
CA
TA
RA
TA
Los servilleteros convierten a las servilletas en ratas con collar.
Los guantes blancos de la mujer revelan que la vida es una porquería, por como se ponen en seguida.
La serpiente es la cinta métrica de la Providencia.
Las cigüeñas vuelan como dando zancadas por el aire.
Cuando el mar está en un día de fiesta los langostinos se rizan los bigotes.
Esas que enseñan mucho las encías al reír son como muestrario de una tienda de dentista.
Lo más bonito de tomar cerveza es ver cómo la afeitan el copete en el mostrador.
Al que abre con perfección las latas habría que nombrarle peluquero de conservas.
Los pedigüeños de mostaza son los que arruinan los restaurantes.
Llega un momento en que las viejas sólo conversan con sus abanicos.
Lo más refrescante del verano es el mármol. ¡Si se pudiese tomar mármol con paja!
Los bañistas odian el albornoz porque es la mortaja de los sueños.
La tortilla es como una medalla conmemorativa que se come.
La flor natural de los juegos florales es esa flor que hay en el copete de las tartas de santo.
Las berenjenas parecen maduros ántrax de la Naturaleza.
Cuando el armario está abierto parece que toda la casa bosteza.
Al despertarnos el teléfono comete la impertinencia de si nos avisasen que ha salido un tren que no pensábamos tomar.
Las medias son los mariposeros de las piernas.
Los tigres aparecen en el circo como si acabasen de salir de debajo de la cama.
Hay quien no se atreve a entrar en el jardín público porque teme que esté lleno de sobrinitos.
La fresa y el vino se adoran y el azúcar viene a consagrar su amor.
El tapón del champán es una bala fracasada.
Los azabaches están hechos con lágrimas lloradas en la oscuridad.
En los relojes de sol están las greguerías abuelas: «Mientras las cuentas pasan. Para tantas horas no hay más que un sol».
Las azucenas parece que llevan un guante puesto y el otro no.
Esas vallas que ponen a los lados de las terrazas de los cafés son los obstáculos para la carrera de caballos de los peatones.
Los blancos de las uñas de las bellas manos son medias lunas para terciopelos azules.
Cuando aparecen cinco perlas en una ostra es que el mar ha regalado al hombre una botonadura.
Los bostezos son oes que huyen.
Hay unos cantos rodados tan suaves que parecen talones de ninfa.
Cuando oíamos hablar, siendo pequeños, de las Antillas, se nos abría el apetito recordando las natillas.
Debajo de la almohada de los cochecitos de niño esconde la mamá sus ilusiones muertas.
El río cree que el puente es un castillo.
Los matarifes llevan blusas negras porque están de luto por todas las reses que han matado.
Parece que le suenan las tripas a la orquesta cuando los músicos templan sus instrumentos.
Lo peor de un día de no salir de casa es que al día siguiente estará parado el reloj de bolsillo.
Cuando se caen las píldoras de una medicina, eso quiere decir que no debemos seguirlas tomando.
Durante la tormenta es cuando hay que aprovechar para poner en hora los barómetros.
El hombre que se mira nerviosamente un hombro parece que está esperando que le salgan charreteras.
En los cipreses retoñan los palos de los navíos náufragos.
Los vegetarianos no admiten sino transfusiones de sangre de remolacha.
El que oculta su cara con las manos en el dolor parece que está haciendo la mascarilla de su pena.
El ricillo que cae sobre la nuca de la mujer es como el recuerdo persistente de caricias olvidadas.
El agujero redondo que tiene la guitarra es el buzón para los ayes y los jipíos.
¡Qué bella es la Naturaleza!; pero nadie se hace una blusa de mariposas.
El cactus solitario que han sacado al balcón parece la nariz del señor de la casa puesta a orear.
La salchicha la inventó el primero que cortó la cola a su perro.
Los geranios son unos pensamiento que se han quitado el luto.
Las telas de lunares se estampan las noches estrelladas.
Cuando se mete el papel en la máquina de escribir se hace el primer ensayo de echar la carta al correo.
Se llama osario al juego de bolos de la muerte.
Las mesas de billar se sostienen sobre cuatro patas ortopédicas.
Cuando el caballo pasa sin jockey parece que el jockey ha volado, no que se ha caído.
Los que fechan cualquier cosa con números romanos —MCMXXXV— son unos MMMMEMOS.
A veces giran sobre la ciudad luces de reflector que parecen ser los pulverizadores que la perfuman de luz.
El mayor deseo del abrelibros es quedarse entre las páginas como un pez en su pecera.
La bombilla que se funde nos gasta una broma de fotógrafo al magnesio.
La sidra quisiera ser champán, pero no puede serlo porque no ha viajado lo bastante por el extranjero.
El picor de la rumba es contagioso.
El jardín se fuma en pipa las hojas caídas.
Que se le rompa una uña al guitarrista es algo tan terrible como que al pájaro se le rompa el pico.
No volveremos al teatro de las butacas que rechinan.
Tenía unas ojeras tan grandes que parecía llevar antifaz.
Tosía como un picapedrero de los pulmones.
La trenza alrededor de la cabeza es aureola de colegiala o de pianista.
Las pirámides son las jorobas del desierto.
La que estrena traje parece ir dejando tarjetas de participación en todas las porterías por las que pasa.
Aquel de los invitados que deja la copa del licor llena es el que más nos ha estafado.
Cuando abandona sus muletas en el suelo el cojo que pide limosna es cuando se ve lo que tienen de remos.
Una de las mayores maldades de la vida es tirar una cerilla al agua.
Las coles de Bruselas son coles para casas de muñecas.
Hay una hora de los serenos dormidos en que se escapan por los balcones los ángeles del alba.
Hay un agujerito luminoso como hecho con un alfiler en la pared, en el libro o en el suelo y que es el único agujerito que da a lo sobrenatural.
Lo peor del viaje de la vida es la llegada a la estación de Cloroformo.
No comprendemos que cuando con la cara mojada pedimos una toalla la pedimos en pleno naufragio.
Hay tapones tan difíciles de sacar que el lograrlo equivale a haber matado un toro.
La hiedra es el recordatorio de los corazones muertos.
Las ranas se tiran al estanque como si se echasen al correo.
Cuando entra el balón en la portería futbolística debía explotar.
Estar en la inopia significa la miopía máxima.
Lo que más hace subir la cuenta de los hoteles es ese día más, que no se ajusta ni a la tarifa ni a la verdad.
Hay cajas de cerillas con fósforos que parecen haberse comido las uñas.
A cada disparo recula el cañón como asustado por lo que acaba de hacer.
Cuando en la radio se oye en una estación una tiple y en la otra un tenor había que casarlos.
El agua se suelta el pelo en las cascadas.
La lava parece un cocodrilo que avanza.
En la afinación los violines se rizan el bigote.
La gran invención sucederá el día en que el guante de la mano izquierda sirva para la mano derecha.
Debajo de un traje de terciopelo parece que la mujer va desnuda.
Las raíces están buscando siempre su corazón bajo tierra.
Hay unas mandarinas que esconden un pulverizador.
Lo más terrible del desafío es cuando suenan en las tazas de las espadas los timbres de la muerte.
En las ostras nos comemos las glándulas del mar.
La F es la fuente de las letras.
Era tan celoso que temía que las máquinas de pesar diesen billetes amorosos a su mujer.
Ballena se escribe con elle por los dos surtidores líquidos que lanza a lo alto por las narices.
En las setas se come uno los gnomos del bosque.
Cuando las cortinas del cine se descorren sobre la pantalla parece que la Venus cineástica entreabre un peinador.
No podremos creer que somos vegetarianos basta que no tengamos partenueces en la dentadura.
El más terrible de los escaparates es ese que sólo tiene sombreros de viuda con larga pena negra.
Hay el especialista en pedir del menú el único plato que se ha acabado.
Las estatuas son viudas siempre.
El que toca la marara parece el especiero de la orquesta preparando el guiso.
Cuando el viento vuelve de revés la tela del paraguas se resiente el pudor, como si las faldas se hubiesen levantado mostrando las piernas.
No desechéis ni cambiéis por otro mejor el vino que entra en el cubierto, porque es el preparado contraveneno de los tres platos, pan y postre que os han dado.
Los pulpos son los dioses caídos en el fondo del mar, asidos e insaciables en su ceguera última.
Si será engañosa la mujer que dice que estuvo despierta cuando más dormida estaba.
Los corales heredados son como vegetaciones de un corazón muerto.
Todo el campo se asoma a ver la hora en los relojes de estación.
Las antiguas guerras eran nobles porque no había más gases asfixiantes que el polvo que lenvantaban los cañones al correr por el campo.
No hay nada que desoriente tanto como un número de teléfono que hemos apuntado y que no sabemos a quién pertenece.
Hay una tarde otoñal que se podría llamar tarde de gabán con cuello de terciopelo.
Lo más feliz del paisaje se esconde entre juncos.
El momento catarral ha llegado cuando las bombillas se visten de hermanas de la caridad con tocas de papel.
Si hay cometa a la vista es que hay boda en el cielo.
El único que cambia de verdad la faz del planeta es el que ara modestamente el terruño.
Morimos en nuestras escobas. ¡No cambies tanto de escoba, mujer!
El mar es la rotativa más antigua del mundo, que tira incesantemente y en rotograbado el diario La Ola.
El sereno nos abre el ascensor como los escuderos abrían la puerta de las sillas de manos.
Hay una tos con gatillo que brota en disparos. La mujer con sortija de perla luce la más bella verruga de las manos.
Las musarañas se ven durante los entreactos en el techo de los cinematógrafos.
Ante los que llevan una pulsera en el tobillo se piensa cómo ha podido llegar hasta allí desde la muñeca.
Los nervios parecen tener cierre de cremallera.
Hay que procurar no dejar en la ampolla de cristal el alma de la inyección.
Cuando recogemos el guante caído damos la mano a la muerte.
El telón es rojo porque está teñido con la sangre de todas las tragedias.
Una de las cosas que más indignan es cuando hemos pedido jamón y el camarero nos trae salchichón.
El barco ya está herido por la úlcera del ancla.
Esos borradores de telegramas equivocados que se encuentran en los pupitres de Telégrafos nos contagian sus faltas.
Cuando los toreros saludan con la espada y la muleta en alto parece que van a tocar el violín.
El jamón de York es un jamón anémico.
El que juega a los dados parece tirar a lo alto las falanges que le sobraron.
Los viejos llegan a pensar con sus cejas cargadas de experiencia.
Al leer los periódicos en el hall de los hoteles sospechamos que alguien les ha robado ya la noticia más interesante.
En el dátil maduro mordemos el lóbulo de la oreja de la Naturaleza.
El anillo de boda nos convierte en aves anilladas.
El que no entrega el billete a la salida de la estación salva sus recuerdos de viaje.
Los arcos de triunfo son elefantes petrificados.
En la percha del olvido hay olvidado un sombrero de copa.
Los olivos aprovechan como ningún árbol el fondo de huesos que hay en la tierra.
En los baúles está descuartizado nuestro pasado.
El despertador es un timbre con calambre.
El que guarda las recetas se convierte en enfermo crónico. ¡Hay que tirarlas!
No me explico la abolición de las cortinas cuando eran lo único que nos aislaba bien del mundo.
Lo peor de los médicos es que le miran a uno como si uno mismo no fuere uno mismo.
Cuando pasa el camarero con un chocolate con bizcochos parece que va a servir a alguien el desayuno en la cama.
Los obeliscos son las palmatorias de los siglos.
La prestidigitación de la maternidad es admirable. No había nada y sale a poco un niño haciendo pis.
Esa pincelada blanca que se inicia en las cabezas es el salibazo del tiempo.
Cuando la mujer se queja de tortícolis tememos que sea ese el comienzo de que se convierta en estatua de sal por haber tenido alguna extraña curiosidad.
Lo malo de que llore una mujer es que después no querrá salir de paseo.
El llavero es la castañuela de los viudos.
Los gorritos de cotillón son una competencia ilicita a los payasos que cometen unos señores que después no comprenden las payasadas de la vida.
En la pantorrilla de la mujer muy blanca sonríen las mejores angulas.
En el paseo provinciano con música las jovencitas aún no andan como mujeres, sino como yegüitas.
Cuando el amigo que nos lleva en automóvil toma gasolina tememos que nos dé el sablazo de los cinco litros.
El que pide un vaso de agua en las visitas es un conferenciante fracasado.
Los que matan a una mujer y después se suicidan debían variar el sistema: suicidarse antes y matar después a la mujer.
El ocarinista moja y cierra el marbete del sobre de la noche.
El arco iris es la bandera internacional.
Como tenemos laberintos en la vida hay muchas cosas que vimos y se pierden en ellos.
Camarero sirviendo aperitivo en la terrraza de la mañana celebra el bautizo del día.
El alba llena de agua de vida los depósitos de la ciudad.
Los aviadores temen subir en los ascensores.
El hombre más dichoso es el afortunado en arroz con tropezones.
Apretaba el secante como si asfaltase las cartas.
El violín colgado parece un pavo asado.
Al ver la radiografía del pie se ve que está hecho para dar puntapiés.
Se debe decir trascendental, pero en los momentos en que es demasiado grave lo que sucede hay que decir transcendental.
Mientras hablamos por teléfono es cuando aprendemos a hacer las cosas como si fuésemos mancos.
La fraternidad humana se cumple cuando el que come al lado del que necesita aceite y vinagre le alcanza las vinagreras.
El blanco disponible de los telones de teatro es como el nicho para el anuncio de nuestro propio saldo.
Cuando el doctor escribe la receta nos mira una última vez para ver si pone una medicina de las caras o de las baratas.
A esos árboles de los que sólo cuelgan unos borlones parece que les quedan las castañuelas.
El viento es tan bestia como el toro cuando embiste la barrera.
Las cornucopias son como las paletas que sirven para pintar los cuadros de los grandes espejos.
Cuando el futbolista coge la pelota en las alturas parece despejar un eclipse.
Las camisetas encogen como si nos volviesen a la infancia.
Nadie se esconde en tan puro paraíso como el tábano cuando se mete en la flor.
Tenía voz de explicador de películas de viaje.
Las Venus antiguas nos sonríen desde el cuarto de baño de la Inmortalidad.
Los tahoneros son los payasos de la madrugada.
En la mandolina suenan los hilos del telégrafo melancolizados por el ocaso.
No hay nada más virginal que las borlas de polvos nuevas.
Lo único malo de las aceitunas es que saben a zapatos de color.
El mundo estará definitivamente viejo cuando las hormigas negras se vuelvan hormigas blancas.
Cuando el que había cogido un pez se le escapa al agua, parece que se le ha caído el reloj al líquido elemento.
La lluvia sobre el estanque imita juncos de agua.
Hay unas copitas de licor blanco en las que bebemos lágrimas antiguas.
Lo que más hiela la muerte es el ojo del besugo.
Un puesto de flores en la calle parece la tumba del transeúnte desconocido.
La larga cola de la novia es la vereda que conduce hasta ella al novio desorientado.
La caparazón de las tortugas es la rodela de los primeros sapos del mundo.
El capullo que cae seco y cerrado es como el huevo de la flor que no pudo abrir su vuelo.
En vez de salmos funerarios debía de haber tangos funerales en que se relatase la vida del finado.
Hay pupilas en que queda el eco de la luz del candelabro de una fiesta.
La sombra móvil del corazón inquieta el alma.
La única hoja que no muere en los árboles de invierno es el pájaro.
Si es tan difícil salir de entre mesa y mesa del café es para evitar que la gente se vaya sin pagar.
El que pide un autógrafo en un menú convierte en langosta o en entrecot al firmante.
En los futuros escaparates de barcos habrá un espejo en que veremos navegar los barcos de la compañía.
Los relojes despertadores producen la taquicardia.
En los hoteles junto al mar se está ligado al teléfono de los peces.
Al echar diez céntimos en los cepillos nos debía salir el peso exacto de nuestra alma.
Lo más lamentable de los negros es la cara de purgados que tienen.
El sueño nos invita a crímenes y cacerías.
En los trenes vamos con dos mujeres: la nuestra y la que se refleja en el cristal.
En las botellas de whisky hay un letrero en inglés que dice: «Bébaselo el dueño y no haga el primo dándoselo todo a los invitados».
La tormenta comienza por un gran portazo conyugal como si la diosa se hubiese marchado violentamente, dejando al dios encolerizado.
El facistol para los libros fue lo que creó la pareja de la erudición.
Cuando se puede tener conversación con el autor caracterizado, ya estamos capacitados para ser autores teatrales.
Las violetas están aplastadas por los pies de Venus.
Cuando se ve cómo es capaz la mujer de la ruptura implacable es cuando rasga al bies la larga pieza de tela, como si rasgase el cielo y la tierra.
Lo que más indigna a las paredes es que les claven una percha, no sólo por lo que eso las carga de peso, sino porque es como si se las pusiesen los cuernos.
Lluvia en la madrugada es lluvia en trenes o andenes.
Los suicidas que se ahogan son tíos nuestros... ¿Qué por qué? ¡Vaya usted a saber por qué!
A las señoras hacendosas se les ocurren las ideas geniales cuando se rascan la cabeza con la aguja de hacer punto.
Los días de lluvia los cielos son espejos de los ríos en reciprocidad a que los días azules los ríos son espejos de los cielos.
El imprevisor nunca puede comer bacalao, porque, como se sabe, hay que dejarlo en remojo desde el día anterior.
Los pisapapeles son lo que más abusa de la fuerza de gravedad.
Lo que nos sorprende en esa rubia es que tiene voz de morena.
Esa novia que en el café hace ejercicios excesivos al servir el té es que quiere demostrar a su novio que es una buena dueña de casa.
Los agujeros de las medias rotas dan al frío del más allá.
En la rodilla está la apreciable calva de las piernas.
Sellar con inscripciones y fechas los huevos es una de las ofensas que menos puede sufrir la naturaleza.
Los tulipanes parece que escuchan.
Los corales azules del papel secante.
Lo peor de las lavanderas es cuando se emborrachan de lejía.
Los murciélagos, enhebrando la espadaña, zurcían de negro el cielo.
Cuando corren mucho las nubes parece que acuden presurosas a un incendio que se ha declarado en el horizonte.
La llama es un burro que se ha creído mujer.
Al que le suenan los zapatos parece como si llevase grillos en los pies.
Los que pegan las tiras del esparadrapo en forma de estrella sobre el divieso parecen suicidas que han tapado así el orificio de entrada de la bala.
La palabra ciénaga muestra con transparencia un fondo cenagoso.
Los negros tienen voz de túnel.
El azúcar de cuadradillo sirve para que sepa el niño cuándo es día de visitas.
Las golondrinas tienen algo de recordatorio en día de aniversario.
No me gusta decir presbítero porque me parece que digo présbita.
La lombriz de tierra que más vive es la frase célebre.
El alba en el tren es grave como una operación.
La oscuridad tiene cuernos.
Para tener siempre cosecha de truchas escabechadas habrá que escabechar los ríos.
Si se enciende por segunda vez un pitillo sabe a moscón.
El arco iris es una señal ferroviaria de la Naturaleza.
Hay capitalistas a los que parece que pagan sus rentas en ruedas de repuesto.
La música suele aplacar a todas las fieras menos a los espectadores de cine.
En los pianos de cola está acostada el arpa.
—¡Oh, si yo tuviese un buen horno!—, es la exclamación de la mujer que quiere el horno para no hacer después nada al horno.
Lo más bonito de la nieve es cuando pone charreteras a los árboles y a las casas.
Era tan flaco aquel lenguado que cuando lo trajo el camarero parecía traer la cuenta en la bandeja.
Los entreactos son a veces tan cortos que no dejan hacer la puntería de la colilla en la escupidera.
Cuando hay terremoto en el Japón se mueven las lámparas colgantes de todas las Embajadas del Japón.
La primogenitura es la primada de haber nacido el primero.
El violín ponía medias de la más fina seda a las más bellas piernas.
Las cajas de sardinas son las huchas en que ahorra el mar.
La niña que se echa las trenzas hacia adelante parece que va entre dos velas de pelo.
El huevo frito es una ola en miniatura; una ola con yema.
Las habichuelas son los botones de la ropa interior de la Naturaleza.
El arroz nos hace buche de palomas.
El que lleva sellos de correos en la cartera será el que llegue primero a todos los concursos de la vida.
Los pensamientos amarillos tienen celos de los pensamientos morados.
Al servirnos una ración de jamón parece que nos sirven un bello crimen en lonchas.
El que echa la sal con la punta del cuchillo tiene algo de pescador con caña.
El pantopón es el tapón de los dolores.
La idiosincrasia es una enfermedad sin especialista.
La última nota rasgada del tango es su rúbrica.
El día en que el teatro tenga butacas de cine se habrá salvado.
Los días límpidos, nítidos y diáfanos se huele el olor a reloj.
Los faisanes debían llevar la cola a los pavos reales.
Las buenas medicinas son las que tienen un tapón de repuesto para cuando se las descorcha del otro.
Los chalecos tiene cuatro bolsillos para hacernos concebir vanas esperanzas.
El que carga con el paraguas de su mujer mientras no llueve es algo más que gurrumino: paragüino.
Cuando vamos solos en el ascensor con el ascensorista es como si fuésemos con el domador.
Lo peor de una medicina es que cuando se ha tomado no se puede haberla dejado de tomar.
Lo más suntuoso de los grandes hoteles es que ponen cinco toallas cada cinco minutos.
Si no se cura soplándole el reloj parado hay que llevarlo al relojero para que lo mire con su gemelo de teatro cojo.
El felpudo es el secafirmas de las visitas.
El gong es un platillo huérfano.
La muleta es el telón del guiñol de la muerte.
Cuando se nos cae la servilleta parece que ladra debajo de la mesa.
La péndola del reloj acuna a las horas.
¡Qué palabra más tremenda es escarpia! Quizás por eso todos dicen alcayata o, en pleno barbarismo, arcayata.
Cuando nos mira el rorro de la que va delante parece que nos ve como éramos cuando teníamos su edad.
El que se pone a fumar un puro que saca del bolsillo del pecho parece que se va a fumar la estilográfica.
Las patatas fritas a la inglesa son las tarjetas de visita de doña Patata.
Uno de los espectáculos más bonitos de la Naturaleza es ver cómo la luna se traga un murciélago.
Asusta siempre ver comenzar a la mujer una labor de punto, porque parece iniciar unos zapatitos de niño.
A los atriles desocupados que esperan los músicos les gustaría leer los periódicos mientras.
La cresta es la condecoración del gallo.
Una bofetada es igual en todos los idiomas.
Eva fue la esposa de Adán y además su cuñada y su suegra.


En Cruz y Raya, época 1, año 1936, junio, 1936.
Fuente: Publicador de Revistas
Agradecimiento a Bego Vigil.

23 de septiembre de 2012

El gran enemigo

"Vivimos en mundos plurales y el gran enemigo es la simplificación. Ninguna visión tiene total hegemonía sobre el terreno que contempla. Ninguna cultura es monolítica. Ninguno de nosotros es sólo una cosa."

Claudio Guillén.

"¿Serías tan amable de apartarte? Es que me estás tapando el sol"


Llegó la hora del cosmopolitismo

El ideal de Diógenes, ser ciudadano del mundo, era un sueño en su época; hoy no sólo es posible, sino necesario. No se trata de crear un único Gobierno mundial, sino de vivir juntos como una tribu global


Kwame Anthony Appiah 10 ENE 2008


Mi madre nació en el oeste de Inglaterra, al pie de las colinas Costwolds, en el seno de una familia que, en 80 kilómetros a la redonda, podía rastrear su árbol genealógico remontándose a los primeros tiempos del periodo normando, es decir, a casi mil años antes. Mi padre nació en la capital de la región ashanti de Ghana, en una localidad que sus antepasados habían habitado desde los inicios del reino asante, cuando despuntaba el siglo XVIII. De manera que cuando estas dos personas, nacidas en lugares tan distantes, se casaron en la Inglaterra de la década de 1950, mucha gente les advirtió que sería difícil mantener un matrimonio mixto. Y mis padres estaban de acuerdo. Fíjense, mi padre pertenecía a la Iglesia metodista y mi madre a la anglicana. Y eso sí era un auténtico desafío.

En consecuencia, soy producto de un matrimonio mixto. Bautizado en el metodismo, fui a la escuela dominical en una iglesia de Ghana no adscrita a ninguna confesión concreta y a la que pertenecía mi madre. Aprendí de mi padre y de mi madre algo que ambos ejemplificaron cuando decidieron convertirse en marido y mujer: una cierta apertura hacia personas y culturas ajenas a aquéllas en las que se habían criado. Creo que mi madre lo aprendió de sus propios progenitores, que tenían amigos en muchos continentes. Me parece que mi padre lo aprendió en Kumasi, que es un lugar políglota, multicultural y abierto al mundo. Aunque él también lo aprendió a través de la educación. Porque, como muchos de los que tuvieron la oportunidad de asistir a la escuela secundaria en los más remotos rincones del Imperio Británico, tuvo una formación clásica. Le encantaba el latín y en la cabecera de la cama no sólo tenía su Biblia, sino las obras de Cicerón y Marco Aurelio. En el testamento espiritual que legó a sus hijos nos dijo que siempre debíamos recordar que éramos "ciudadanos del mundo". Utilizó esas palabras, las mismas que Marco Aurelio habría reconocido y hecho suyas. Después de todo Marco Aurelio escribió: "Qué estrecho es el parentesco que une a un hombre con toda la raza humana, porque se trata de una comunidad, no de la sangre o la simiente, sino del espíritu".

Ahora bien, la primera persona que sabemos que se consideró a sí mismo ciudadano del mundo -kosmou polites en griego, expresión de la que procede nuestro término "cosmopolita"- fue un hombre llamado Diógenes, nacido en algún momento de finales del siglo V en la localidad de Sinope, que, situada en la costa meridional del Mar Negro, pertenece ahora a Turquía. Diógenes, según la tradición, vivía en un gran tonel de terracota. Y se le llamaba cínico -kyneios en griego significa "perro"-, porque vivía como tal. De manera que le echaron a patadas de Sinope. Fue Diógenes el primero en proclamar que era "ciudadano del mundo". Se trataba de una metáfora, porque los ciudadanos comparten un Estado y Diógenes no tenía un Estado mundial al que pertenecer. De manera que él, como cualquiera que haga suya esa metáfora, tuvo que decidir qué quería decir con ella.

Diógenes no quería decir que fuera partidario del establecimiento de un único poder mundial. En una ocasión se encontró a alguien que sí lo era: Alejandro Magno. El aspirante a conquistador del mundo, que, como discípulo de Aristóteles, se había educado en el respeto a los filósofos, le preguntó a Diógenes si había algo que pudiera hacer por él. "Claro", contestó éste, "¿serías tan amable de apartarte? Es que me estás tapando el sol". Y esto es lo primero que me gustaría tomar de Diógenes al interpretar la metáfora de la ciudadanía global: no hace falta ningún Gobierno mundial, ni siquiera el de un discípulo de Aristóteles. Lo que Diógenes quería decir es que podemos pensar en nosotros como conciudadanos, aunque no seamos -y no queramos ser- miembros de una única comunidad política, sometida al mismo Gobierno.

Una segunda idea que podemos tomar de Diógenes es que debemos preocuparnos de la suerte de todos nuestros congéneres, no sólo de los de nuestra misma comunidad política.

Además, y ésta es una tercera enseñanza de Diógenes, podemos sacar buenas ideas de todas las partes del mundo, no sólo de nuestra propia sociedad. Merece la pena escuchar a los demás, porque quizá tengan algo que enseñarnos; merece la pena que ellos nos escuchen, porque quizá tengan algo que aprender.

Hay una última cosa que quiero tomar de Diógenes: el valor del diálogo, de la conversación como forma fundamental de comunicación humana. En consecuencia, ésas son las ideas que yo, ciudadano estadounidense del siglo XXI de origen anglo-ghanés quiero tomar de un ciudadano de Sinope que soñó con una ciudadanía global hace veinticuatro siglos.

El cosmopolitismo es universalista: cree que todos los seres humanos importan y que compartimos la obligación de preocuparnos por los demás. Pero también acepta que la diversidad humana constituye un amplio y legítimo abanico. Y ese respeto a la diversidad surge de algo que también se remonta a Diógenes: la tolerancia hacia las opciones vitales que toman los demás y la humildad respecto a las nuestras.

La globalización ha hecho relevante este antiguo ideal, cuando ni siquiera lo era en la época de Diógenes o de Marco Aurelio. Diógenes no sabía de la mayoría de los pueblos -de China, Japón, Suramérica, el África Ecuatorial; ni tan siquiera de Europa Occidental o del Norte- y nada de lo que hiciera podía tener tampoco mucho impacto sobre ellos. Sin embargo, hoy no vivimos en el mundo de Diógenes. Sólo en los últimos siglos, cuando todas las comunidades humanas han ido imbricándose en un único entramado comercial y en una misma red informativa, hemos llegado al punto en el que es realista imaginarse que todos y cada uno de nosotros podemos entrar en contacto con alguno de los seis mil millones de otros seres humanos y enviarle algo que merezca la pena tener: una radio, un antibiótico, una buena idea. Por desgracia, ahora también podemos enviar, por negligencia tanto como por mala intención, cosas dañinas: un virus, un contaminante que se transmite por el aire, una mala idea.

Y las posibilidades de hacer el bien y el mal se multiplican de modo absolutamente inconmensurable cuando se trata de las políticas que los Gobiernos aplican en nuestro nombre. Juntos podemos arruinar la vida de los campesinos pobres inundando sus mercados de cereales subvencionados; paralizar sectores industriales aplicando aranceles excesivos; proporcionar armas que maten a miles y miles de personas. Juntos podemos mejorar los niveles de vida, adoptando nuevas políticas comerciales y de ayuda; impedir o tratar enfermedades mediante vacunas o medicamentos; tomar medidas contra el cambio climático global; fomentar la resistencia a la tiranía y el interés por el valor de cada vida humana.

Además, es evidente que la red mundial de difusión de la información -a través de la radio, la televisión, los teléfonos, Internet- no sólo significa que podemos influir en vidas de cualquier parte, sino que también podemos aprender de ellas. Todas aquellas personas de las que tenemos noticia y en las que podemos influir son seres humanos con los que tenemos responsabilidades: decir esto es proclamar simplemente la propia concepción de moralidad.

En consecuencia, el desafío radica en tomar mentalidades y sentimientos constituidos a lo largo de milenios de vida en el marco de grupos locales y dotarlos de ideas y de instituciones que nos permitan vivir juntos como la tribu global que ahora somos. Porque ahora lo que realmente necesitamos es un espíritu cosmopolita que no sólo nos vea a todos ligados por una conversación del conjunto de la especie, sino que acepte que tomemos opciones diferentes -dentro de cada nación y en las relaciones entre ellas- sobre nuestra forma de vivir.

Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

Kwame Anthony Appiah es filósofo y profesor en la Universidad de Princeton.
(Autor de uno de los textos con los que preparo mi parcial de Española III)

8 de septiembre de 2012

El esperpento de Valle Inclán


“—Comenzaré por decirle a usted que creo hay tres modos de ver el mundo artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire.
Cuando se mira de rodillas —y ésta es la posición más antigua en literatura—, se da a los personajes, a los héroes, una condición superior a la condición humana, cuando menos a la condición del narrador o del poeta. Así, Homero atribuye a sus héroes condiciones que en modo alguno tienen los hombres. Se crean, por decirlo así, seres superiores a la naturaleza humana: dioses, semidioses y héroes.
Hay una segunda manera, que es mirar a los protagonistas novelescos como de nuestra propia naturaleza, como si fuesen nuestros hermanos, como si fuesen ellos nosotros mismos, como si fuera el personaje un desdoblamiento de nuestro yo, con nuestras mismas virtudes y nuestros mismos defectos. Ésta es, indudablemente, la manera que más prosperaa. Esto es Shakespeare, todo Shakespeare. Los celos de Otelo son los celos que podría haber sufrido el autor, y las dudas de Hamlet, las dudas que podría haber sentido el autor. Los personajes, en este caso, son de la misma naturaleza humana, ni más ni menos, que el que los crea: son una realidad, la máxima verdad.
Y hay otra tercera manera, que es mirar al mundo desde un plano superior, y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de ironía. Los dioses se convierten en personajes de sainete. Ésta es una manera muy española, manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo barro que sus muñecos. Quevedo tiene esta manera. Cervantes, también. A pesar de la grandeza de don Quijote, Cervantes se cree más cabal y más cuerdo que él, y jamás se emociona con él.
Esta manera es ya definitiva en Goya. Y esta consideración es la que me movió a dar un cambio en mi literatura y a escribir los esperpentos, el género literario que yo bautizo con el nombre de esperpentos.
El mundo de los esperpentos —explica uno de los personajes en Luces de bohemia— es como si los héroes antiguos se hubiesen deformado en los espejos cóncavos de la calle, con un transporte grotesco, pero rigurosamente geométrico. Y estos seres deformados son los héroes llamados a representar una fábula clásica no deformada. Son enanos y patizambos, que juegan una tragedia. Y con este sentido los he llevado a Tirano Banderas y a El ruedo ibérico.
Vienen a ser estas dos novelas esperpentos acaecidos y trabajados con elementos que no podían darse en la forma dramática de Luces de bohemia y de Los cuernos de don Friolera.”

“Hablando con Valle-Inclán de él y su obra”. Entrevista de Gregorio Martínez Sierra a Valle-Inclán publicada en el periódico ABC el 7 de diciembre de 1928. Recogida en Ramón María del Valle-Inclán, Entrevistas, conferencias y cartas. Edición al cuidado de Joaquín y Javier del Valle-Inclán. Valencia, Pre-Textos, 1994, págs. 393-397.
Publicado por Miguel A. Lama Etiquetas: 3º de Filología Hispánica, Valle-Inclán

2 de septiembre de 2012

Teatro del absurdo en Prolilat

“Señor, sobre todo nada de filología. La filología lleva a lo peor…”


Eugene Ionesco. La lección