Autocronograma

AUTOCRONOGRAMA

2008: 23 años deseando esta carrera.

2010: Bitácora de quien estudia en Puán porque la vida es justa y (si te dejás) siempre te lleva para donde querés ir.

2011: Te amo te amo te amo, dame más: Seminarios y materias al por mayor.

2012: Crónicas de la deslumbrada:Letras es todo lo que imaginé y más.

2013: Estampas del mejor viaje porque "la carrera" ya tiene caras y cuerpos amorosos.

2014: Emprolijar los cabos sueltos de esta madeja.

2015: Pata en alto para leer y escribir todo lo acumulado.

2016: El año del Alemán obligatorio.

2017: Dicen que me tengo que recibir.

2018: El año del flamenco: parada en la pata de la última materia y bailando hacia Madrid.

2019: Licenciada licenciate y dejá de cursar mil seminarios. (No funcionó el automandato)

2020: Ya tú sabes qué ha sucedido... No voy a decir "sin palabras" sino "sin Puán".

2021: Semipresencialidad y virtualidad caliente: El regreso: Onceava temporada.

2022: O que será que será Que andam sussurrando em versos e trovas 2023: Verano de escritura de 3 monografías y una obra teatral para cerrar racimo de seminarios. Primer año de ya 15 de carrera en que no sé qué me depara el futuro marzo ni me prometo nada.

20 de enero de 2013

El efecto hermanador de la literatura

Ciudadanía hispánica de la literatura



Antonio Muñoz Molina
Académico y escritor
(España)

Si el primer impulso de la unidad europea fue la economía, el de la comunidad hispánica ha sido casi desde siempre la literatura. A principios de los años cincuenta del siglo pasado unos pocos europeos tomaron, para citar el poema de Jorge Luis Borges, la extraña decisión de ser razonables, y quizás desengañados por decenios de palabrerías tóxicas y utopías delirantes, decidieron empezar por lo más simple en apariencia, por lo menos poético. Para construir la fraternidad europea después de dos guerras genocidas, empezaron por poner en común el carbón y el acero. No es mala idea, desde luego. Me dedico a la literatura pero no tengo nada contra los comerciantes, porque vender y comprar y viajar de un lado a otro llevando mercancías es una de las tareas más nobles y civilizadoras que ha conocido el mundo. Es más: por dedicarme a la literatura dependo del comercio para que mis libros lleguen a sus posibles lectores, o para tener yo acceso a los libros que me gustan, muchos de ellos editados en lugares muy lejanos del mundo. Nosotros, los hablantes de español, hemos descubierto la anchura de los continentes a la vez físicos e imaginarios que habitamos gracias a un cierto número de libros, a la hermosa mercancía de las palabras impresas.

Las distancias inmensas de la geografía, los prejuicios mezquinos de la ignorancia, el amor por el sectarismo y las fronteras de nuestras clases políticas, se han hecho menores, y en ocasiones se han borrado por completo, gracias al efecto hermanador de la literatura. Si Europa cumple cincuenta años, en cierto sentido el espacio común que abarca a América Latina y a España está cumpliendo cuarenta, porque ese es el tiempo que ha pasado desde que se publicó por primera vez Cien años de soledad. Como señaló Marcel Proust, no hay un público que esté esperando ansiosamente lo nuevo, ya que lo nuevo, por definición, es desconocido: nadie espera lo que no sabe que existe.

En 1967 no había millones de lectores esperando la aparición de esa novela que no iba a parecerse a ninguna otra, y la prueba de ello es que sus editores fueron muy prudentes al publicarla, y que hasta algún importante editor, célebremente, prefirió no hacerlo. Es el libro el que crea a sus lectores: es su misma novedad lo que al deslumbrar a quienes se acercan a ella les revela un tesoro inusitado que jamás se habrían atrevido a concebir. Proust decía que los cuartetos últimos y más radicales de Beethoven no esperaron a que se creara un público para ellos después de la muerte de su autor: fueron los mismos cuartetos los que poco a poco crearon a ese público, y lo mismo podemos decir de la obra misma de Proust, o del éxito universal de Cien años de soledad, que resume y contiene también el éxito de la gran narrativa latinoamericana.

El número de lectores que nacieron gracias a esa literatura es incalculable: y no me olvido de los escritores que le deben la revelación definitiva de su vocación literaria, entre los cuales me cuento, a mucha honra. Pero me importa hoy resaltar sobre todo que esos libros crearon también un mundo, un espacio, un mapamundi que tiene mucho que ver con la idea misma de la ciudadanía. La influencia fue aún más decisiva entre quienes descubrimos la literatura de América Latina en esa época fervorosa de la adolescencia en la que nos estaba sucediendo el descubrimiento de la vocación de escribir. Si, como dice un personaje sinvergüenza de Cary Grant, el secreto del éxito es comenzar desde arriba, yo no puedo imaginar un comienzo mucho mejor para mi encuentro, hacia los quince años, con la literatura de mi época, que la lectura de Cien años de soledad. Yo no tenía a nadie que guiara mis lecturas, y si bien eso me hizo distraerme con muchos libros malos(que tampoco me hicieron daño, la verdad)también me permitió un encuentro en condiciones de perfecta inocencia con unos cuantos libros excepcionales.

Tuve la suerte de leer el Quijote sin que me lo mandara o me lo recomendara nadie y sin saber si quiera que era una obra maestra, de modo que lo leí con plena felicidad y sin ninguna reverencia, sin que me estropeara el deleite ni el menor rastro de imposición cultural. Exactamente lo mismo me sucedió con Cien años de soledad. Cayó en mis manos de una manera casual, y me puse a leerlo como leía casi cualquier cosa, con el mismo fervor indiscriminado con que leía novelas policiales o relatos de aventuras o incluso novelitas baratas de espías y del oeste, y hasta los papeles rotos de la calle, por citar al mejor de nuestros novelistas. Pero desde la primera línea me encontré sumergido en un mundo, en un idioma, en una manera de contar que no podían compararse a nada conocido por mí. Era the shock of the new, el sobresalto de lo nuevo, por decirlo con la expresión del crítico Robert Hugues: pero también era, paradójicamente, la sugestión de lo más antiguo, el hechizo de los cuentos primitivos y de las historias familiares que nos contaban los mayores.

Era un mundo del todo exótico para un chico que jamás había salido de su vida rural y su provincia española, con animales y plantas tan desconocidos como las palabras que los nombraban, como los nombres desmedidos de los personajes.

Pero detrás de ese exotismo estaba el reconocimiento de una vida rural de trabajo sin recompensa como la que mi familia vivía, y también el trauma de una historia de explotación y violencia no muy distinta de la que habían padecido las clases populares españolas. Hasta los nombres, a pesar de su rareza, eran familiares después de todo: ¿ no se parecían a los de los héroes y los países de las novelas de caballerías, a los que le trastornaron la cabeza con el retumbar de su sonoridad al pobre Alonso Quijano? Remedios la bella era parienta de la princesa Micomicona de Etiopía, y el gitano Melquíades tenía el mismo talento para las narraciones disparatadas y burlonas que Cide Hamete Benengeli, y dominaba las artes dudosas de la nigromancia como el mago Fritón o Frestón o como el mismo Merlín. Macondo era fantástico y real al mismo tiempo, pero también lo era la Mancha de los ejércitos de gigantes o ese paraje perfectamente literal en el que se abre la cueva de Montesinos.

Pero en esa novela no estaba roturada sólo la geografía de Macondo: estaba el ámbito entero del que de pronto nos sentíamos parte los que la leíamos, sin que contase para nada nuestro origen. Los españoles encerrados en nuestro país franquista emergíamos de pronto, a través de la lectura, a toda la anchura por la que resonaba la lengua en la que estaba escrita, y estoy seguro de que lo mismo pueden decir quienes la leyeron en cualquier país de América Latina. Nuestros territorios estancos eran traspasados e iluminados por el fulgor de un mismo meteoro. Y ese fue el espacio en el que desde entonces habitó nuestra imaginación, otorgándonos un derecho soberano de ciudadanía que se nos fue llenando, sin que nos diéramos cuenta, de un profundo sentido político.

Compartir un libro es formar parte de una fraternidad más allá de los vínculos mezquinos del parentesco o de la identificación inmediata. El libro que tenemos en común con un desconocido nos revela que hay vínculos y semejanzas que se sustentan sobre lo mejor y lo más universal de la naturaleza humana. En torno a Cien años de soledad siguieron llegándonos libros que nos alimentaban la imaginación y el conocimiento de América, y que nos hacían tomar conciencia de las dimensiones inusitadas de nuestro idioma. Fue una orgía perpetua que cambió en unos pocos años la literatura en español, una edad de oro que nos deslumbra menos porque nos hemos acostumbrado a ella. Qué mejor aprendizaje para un aspirante a escritor que leer, en rápida sucesión, la Ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la catedral, Boquitas pintadas, El beso de la mujer araña, El siglo de las Luces, El aleph, La invención de Morel, El astillero, Los adioses, El perseguidor, Pedro Páramo y no sigo enumerando porque el tiempo de esta intervención se me iría tan sólo en una lista de títulos.

La comunidad hispánica se fue haciendo en la lectura de cada uno de ellos: creando a sus lectores, esos libros crearon también un proyecto ciudadano supranacional y transatlántico que es el que ha hecho posible, entre muchas otras cosas, este congreso de la lengua. Pero ese impulso nacido de la literatura era mucho más antiguo, y había tenido en Rubén Darío a uno de sus héroes, quizás el primer escritor de nuestra lengua cuyo influjo coincide con la extensión total del español. Rubén, nicaragüense peregrino, escapa de las fronteras de su propio país y desde entonces y hasta su muerte vive en el reino fantástico de la lengua española. Viaja a España, se educa en los simbolistas franceses, traslada al español las músicas de esa poesía, y también nos trae con un poderío incluso mayor la respiración épica y terrenal de Walt Whitman. Su amor por la España desolada y vencida de 1898 es tan generoso como el que le lleva a levantarse en defensa de una América hispana amenazada por el avasallamiento de los Estados Unidos.

La Oda a Teddy Roosevelt es un poema magnífico y al mismo tiempo un manifiesto político, una celebración de la civilización en español y a la vez un reconocimiento, a través del homenaje a Whitman, de las virtudes fertilizadoras del cosmopolitismo. Trastornando la literatura escrita en español Rubén crea una tradición unitaria que hasta entonces no había existido. Rubén está en el origen de casi todos los nombres mayores de las primeras décadas del siglo XX. Sin la Oda a Teddy Roosevelt no existiría el Grito hacia Roma o la Oda a Walt Whitman de García Lorca, ni el Tirano Banderas de Valle-Inclán, ni quizás la vehemencia visionaria de José Martí. Pero sobre todo no existiría la trama que une la creación literaria a lo largo de América Latina y al otro lado del Atlántico, y que a partir de ella establece el territorio abierto de nuestra conciencia común.

Los profesores y los ideólogos, ha denunciado hace poco Milan Kundera, se obstinan en confinar la creación literaria en la camisa de fuerza de las tradiciones nacionales. Nosotros tenemos la buena fortuna, el valioso antídoto, de un idioma que atraviesa intacto las fronteras más lejanas, y que es a la vez profundamente unitario e inagotable en sus variedades. Por supuesto que ni siquiera ese territorio tan amplio es el único en el que nos movemos: cualquier patrioterismo es dañino, lo mismo el de una aldea que el de un continente, y del mismo modo que Rubén y Borges trajeron al español las prosodias de otros idiomas el impacto de la gran literatura de América Latina ha ido mucho más allá de los lectores y los escritores hispanohablantes. Kafka y William Faulkner están presentes en Gabriel García Márquez en la misma medida en que él influye en Salman Rushdie o Borges en Paul Auster o en Don de Lillo, o Whitman en Lorca, a través de Rubén y de las traducciones de León Felipe.

Y quienes escribimos ahora continuamos ese diálogo interminable con nuestros mayores, estemos en Bogotá, en Lima, en Buenos Aires, en Madrid, en Nueva York: es un diálogo hecho de amor y también de rechazo, de admiración y de rebeldía, porque uno se hace no sólo venerando a un maestro sino también enfureciéndose contra él, queriendo negarlo para marcar distancia y buscar el propio espacio. En la novela española, la generación de Valle-Inclán y de Pío Baroja se hizo, para bien y para mal, en una discordia con Galdós que era en el fondo un diálogo casi exasperado, por lo inevitable: los que hemos venido detrás de los escritores del boom, seguimos aprendiendo de ellos y peleando contra ellos, y como muchos, sin darnos mucha cuenta, hemos dejado de ser jóvenes en el curso de esta diatriba, ahora descubrimos que otros más jóvenes irrumpen con sus propias voces y conversan y disputan con nosotros.

Quisiéramos que ese diálogo fuese más intenso, y que el espacio común del idioma se volviera mucho más terrenal, más fácilmente transitable. Quizás porque nuestro mundo común ha sido creado por la literatura, y no por el comercio del carbón y el acero, notamos con frecuencia que nos sobran palabras y nos faltan hechos, y que los vapores de un idioma demasiado sonoro y demasiado meloso nos aletargan la conciencia, la capacidad de juzgar y actuar. Celebramos con euforia estadística lo cientos de millones de hablantes que tiene nuestra lengua, pero no advertimos que falta mucho aún para que nuestras mejores creaciones alcancen la visibilidad que merece en los repertorios de la cultura universal, en los cuales tenemos una presencia muy limitada, y muchas veces desfigurada también por la caricatura de lo exótico. Los idiomas no existen fuera de las personas que los hablan: el porvenir del español no puede estar en la demografía, sino en el progreso, en la justicia social y en la educación que mejorarán la vida y por lo tanto las capacidades expresivas de quienes lo hablan.

El enemigo del español no es el inglés, sino la pobreza. Lo que amenaza a la literatura y a los libros es la ignorancia y el abandono de la educación, no el Internet. La amplitud y la unidad de la lengua contrastan con la fragmentación de las literaturas que se escriben en ella, de la que sólo escapan unos pocos libros, unos pocos autores. Necesitamos mejores escuelas y mejores bibliotecas para tener más lectores: pero también necesitamos tejidos editoriales lo bastante vigorosos como para establecer de verdad un mercado común de los libros, no sólo entre España y América Latina, sino también en el interior de América, donde los libros son algunas de las mercancías que viajan más difícilmente. Necesitamos periódicos que informen con una perspectiva de verdad hispánica y revistas culturales que tengan esas virtudes que casi siempre nos faltan, rigor generoso, amplitud de miras, entusiasmo eficiente.

Necesitamos que ni los chantajes de la tiranía ni los del terrorismo pongan límites a la libertad de expresión. La mejor literatura en español la ha escrito gente que cruzaba fronteras, que escribía sobre Macondo en México o sobre la Amazonía peruana en Barcelona, sobre Cuba en Nueva York, o en Londres, sobre Benarés en Buenos Aires, sobre Santa María en Madrid. Necesitamos inocularnos contra la facilidad verbosa y la autoindulgencia del estilo con la disciplina de la sequedad expresiva. Son propósitos literarios, pero en el fondo son deseos políticos. Si tantos de nosotros nos hicimos lectores y algunos incluso llegamos a cumplir el sueño de hacernos escritores gracias al ejemplo de la generación de Gabriel García Márquez, también necesitamos que se haga práctica y tangible la ciudadanía por ahora quimérica que hemos podido soñar gracias a la literatura.


Tomado de http://congresosdelalengua.es/cartagena/inauguracion/molina_m.htm

13 de enero de 2013

Beatus Ille de Antonio Muñoz Molina

Cuando Horacio escribió el Beatus ille ya había recibido de Mecenas como regalo su finca de la Sabina, que tan feliz le hizo.


“Feliz aquel que, ajeno a los negocios,
como los primitivos,
labra tierra paterna con sus bueyes
libre de toda usura;
que no oye el agrio son de la corneta,
ni teme el mar airado,
y evita el Foro y las soberbias puertas
de los más poderosos;
y los largos sarmientos de las vides
une a los altos álamos,
o contempla de lejos su vacada
en un valle apartado;
y, las ramas inútiles podando,
injerta otras más fértiles,
o guarda espesa miel en limpias ánforas,
o esquila sus ovejas.
O, cuando Otoño adorna su cabeza
de fruta sazonada,
cómo goza coger peras de injerto
y las uvas de púrpura,
que a ti, Príapo, da y a ti, Silvano,
que cuidas de las lindes.
Grato es yacer bajo una vieja encina
o sobre espeso prado.
Mientras, fluye el arroyo por su cauce,
trina el ave en el bosque
y hay un rumor de fuentes manantiales
que invita a sueños leves.
Pero, en invierno, cuando Jove envía
lluvias y nieves juntas,
acosa al jabalí con su jauría
a las abiertas trampas,
o extiende redes ralas con un palo,
engaños para tordos,
y la liebre y la grulla coge a lazo,
presas muy agradables.
Ante estos goces, ¿quién no olvidaría
las penas que Amor trae?
Mas si una mujer fiel cuida en su parte
de la casa y los hijos,
como una de Sabina o bien de Apulia
por soles abrasada,
apila en el lar sacro leña seca
para su hombre cansado,
y, llevando al redil la grey alegre,
ordeña las ovejas,
y saca del barril vino del año
e improvisa una cena,
no me placieran más ostras lucrinas,
o escaro o rodaballo,
si el invierno en las olas orientales
en este mar los vierte.
Ni ave africana, ni faisán de Jonia
descienden en mi vientre
con más gusto que olivas escogidas
en las ramas del árbol,
o la acedera, amante de los prados,
y las salubres malvas,
o un cabrito salvado de los lobos,
o un cordero en las fiestas.
En la mesa, qué bien ver las ovejas
recogerse de prisa,
ver los bueyes exhaustos arrastrando
la reja, el cuello flojo,
ver esclavos nacidos en la casa
en torno de los lares.”

11 de enero de 2013

Muñoz Molina

Leí Carlota Fainberg en digital, a las apuradas para el final de la cursada y me gustó tanto que allí no más presenté hipótesis para monografía final a defender en febrero (todo esto en medio de la ida al LESOE y los parciales de dos materias más).
Ahora, feliz en mi enero, le di oportunidad de ilustrar mis planteos a otra novela que tenía hace rato en los estantes: El viento de la luna. Me faltan diez páginas y es maravillosa.
Ayer me fui bajo el solazo de las 3 de la tarde a buscar dos novelas más que compré por mercado libre: El jinete polaco a 35 pesitos a retirar en Gascón y Corrientes y Beatus Ille a 25 en Uriburu y Corrientes. Dos vendedores maduros y sonrientes me recomendaron que disfrute de tan buen autor. Y sí, en el tren ya empecé Beatus y acá estoy engordando monografía.

5 de enero de 2013

Del debate 2007 a la UBA 2012


jueves, 19 de julio de 2007

¿Generación? ¿Nocilla?


Por Vicente Luis Mora


Bueno, este va a ser un post largo, de hecho va a tener hasta índice:

A. Vicente Luis Mora: ¿Generación? ¿Nocilla?
B. Respuestas de Eloy Fernández Porta
C. Respuestas de Jorge Carrión


A. Vicente Luis Mora: ¿Generación? ¿Nocilla?
El Cultural de El Mundo de hoy (19/07/07) publica un artículo titulado “La generación nocilla y el afterpop piden paso”. Desde el suplemento se nos propuso la semana pasada una serie abierta de preguntas a una serie abierta de personas (hay algún escritor a quien ni siquiera conozco), que intentamos contestar cada cual como pudimos. Me parece muy interesante el artículo, que demuestra una muy saludable curiosidad (sólo compartida por Culturas, de La Vanguardia) por intentar adentrarse en una serie de jóvenes y valiosos narradores (me excluyo) que tienen en común… Bueno, pospongamos qué puedan/podamos tener en común. Desde luego, avanzo que tienen en común el hecho de que casi todos acaban o acabamos de publicar un libro, y teniendo en cuenta que un periódico es una estructura editora de actualidad, ese hecho debería tranquilizar a algunos no citados. Como digo, la postura del artículo es muy saludable. Lo que ocurre es que, como es natural, no es posible acertar de pleno en todas las cosas, sobre todo cuando se quiere hablar de muchas cosas en muy poco espacio, y eso va tanto por el suplemento como por los mismos autores consultados. Quizá aquí, con más espacio, es el lugar de explicarse. A mí me toca puntualizar algunas cosas con las que es normal que esté en desacuerdo, porque ya las he manifestado antes, porque ya había expresado la opinión en (disculpen la publicidad) La luz nueva (Berenice, 2007), mi ensayo sobre narrativa española actual. Ahí había dicho cosas que se enfrentan a otras postuladas en el cuestionario, de modo que es normal que las recuerde:

a.a) No soy posmoderno. No he dicho eso nunca y, si alguna vez me he metido a mí mismo en alguna de mis etiquetas críticas, ha sido en la de “pangeico”. Si la pregunta es: “¿entre escritor tardomoderno o posmoderno, qué preferiría que le considerasen?”, la respuesta sería: “escritor”.

a.b) En el artículo se habla de que estos autores publican en editoriales independientes. Bueno, en parte es así, pero se aclara más la situación global si se dice que hasta seis de los quince escritores citados, casi la mitad, han sido publicados por Berenice. Creo que ése es un dato que dice, por sí solo, bastantes cosas.

a.c) No es exacto decir que en el Atlas literario celebrado en Sevilla “los autores de este grupo arremetieron, según los presentes, con ironía e incluso violencia, contra los otros narradores tardomodernos”. Lo hicieron algunos. Yo no sólo no lo hice, sino que en La luz nueva hablo, creo que muy elogiosamente, de no pocos de estos escritores tardomodernos.

a.d) ¿Por qué no aparecen mencionados Diego Doncel, Mercedes Cebrián, Robert Juan-Cantavella, Salvador Gutiérrez Solís o Manuel Vilas? Tienen tantas o tan pocas razones para estar como cualquiera de los citados.

a.e) Me alegro de que por fin términos como “afterpop”, de Eloy Fernández Porta, o “tardomodernos”, concretado para este sector de la narrativa actual por un servidor, comiencen a cobrar carta de naturaleza. Los considero más exactos y abiertos a posibilidades críticas que “nocilla”.

a.f) Precisamente he dejado esa cuestión, la de fondo, para el final. ¿Generación? No, gracias. El otro día tuve el privilegio de hablar con uno de los mejores y más respetados filósofos orteguianos, o conocedores de Ortega, de este país, y decía que la categoría de generación literaria no tiene, en este momento, ningún sentido. Ni en otro tampoco, añado. ¿Nocilla? Hay dos posibilidades de uso de este término: si es sociológico, en el sentido de hablar de autores que de jóvenes tomaron nocilla, me parece una tontería, sin más. Si se usa, como creo y además parece deducirse de uno de los destacados del artículo, en relación a Nocilla Dream (Candaya, 2006), la novela de Agustín Fernández Mallo, entonces creo que deberíamos hablar más despacio. Repaso los nombres y no creo que varios de ellos tengan mucho que ver –por no decir nada– con las categorías estilísticas, referenciales o estructurales de Nocilla Dream. Esta novela, lo dije en este mismo blog, me parece demasiado singular hasta para parecerse a sí misma. Estoy deseando ver Nocilla Experience, la próxima entrega de la trilogía, para ver qué demonios se inventa el bueno de Agustín, porque cada libro suyo que he leído de poesía no se parecía en nada al anterior. Será curioso ver la nueva novela –o lo que sea, sigo sin tenerlo claro– y compararla con la anterior. De modo que el rótulo nocilla tampoco me parece apropiado.

a.e) ¿Pero hay algo? Es decir, ¿con otra denominación, con la palabra grupo en vez de generación, habría algo que uniese a estos –u otros– nombres? Bueno, creo que a esto contestaré en los comentarios. Ahora mismo me parece más interesante dejar la pregunta abierta. Veamos lo que piensan Agustín y Jorge:



B. Respuestas de Eloy Fernández Porta
1. ¿Existe la generación nocilla? (O, si lo prefieres, porque el término generación no te guste, el grupo...)
Lo que existe es un paradigma estético que responde a una condición social. Esta condición se ha llamado "implosión mediática", en el sentido de "exceso simbólico creado por los medios". El "afterpop" es la respuesta creativa a ese fenómeno. Este término designa un conjunto de fenómenos históricamente posteriores a la cultura pop, y también estéticamente superiores y estratégicamente oposicionales. El pop ha muerto: lo que queda ahora es una reconstrucción de la alta cultura realizada a costa de sus ruinas. Huelga decir que ese término no es nacional ni generacional.

2-¿Cómo surge, cuál sería su fecha de creación/fundación/ detección?
Surge por coordinación de actos e instituciones underground. Congresos de literatura como el de la Fundación Torrente Ballester, el Mapa Poético o Neo3 y revistas como Quimera, TBR o el antiguo Lateral.

3-Eres considerado uno de los del grupo Nocilla: ¿te sientes identificado? ¿Por qué?
Me gustan las líneas transversales, los conjuntos en intersección y las citas a ciegas. Me siento identificado con antologías de narrativa plurales como Golpes, Tripulantes o Mutantes, y con ideas como el "I+D literario" de Carrión o la "neopangea" de Mora. Ese membrete no lo había oído hasta ahora.

4- ¿Y con la etiqueta de Literatura zapping?
La idea más importante no es "cultura de masas" sino "archivo". La información que nos rodea constituye un archivo inestable; el autor afterpop lo cuestiona por medio de des-informaciones narrativas. El desinformador usa recursos como el terrorismo informativo, la erudición falaz o la histerización de datos aberrantes. El zapping, como operación sobre los datos, lo uso para saltar del anuncio de Master Card a Slavoj Zizek y explicar el primero a partir del segundo. No me dice nada, en cambio, si sólo sirve para pasar de un programa de cotilleo a un documental sobre bichos.

5-¿Qué rasgos distinguirían a esta generación?
Usar la crítica cultural contra el espectáculo, la abyección contra el kitsch, el sarcasmo contra el formalismo, la pornografía del dinero contra el erotismo del bienestar y el punk contra cierta cultura oficial de mal gusto. El punk nos interesa en el mismo sentido en que a Picasso le interesaba el arte tribal, es decir, como reacción pseudo-primitivista contra lo peor de la modernidad.

6-¿qué os diferencia de vuestros mayores?
Algunos creen que somos poppys. No es cierto. Yo sólo soy un puto intelectual europeo que encontró la nueva vanguardia en la superación crítica del pop. Conozco bastante gente que piensa igual. Los verdaderos poppys son algunos de nuestros mayores, que creen estar en los bosques de Heidegger cuando de hecho habitan las praderas de Disney.

7- Y de vuestros contemporáneos?
Prefiero buscar parecidos con artes afines a caer en el narcisismo de las pequeñas diferencias. Disfruto con el trabajo de músicos como 12Twelve, artistas como Francesc Ruiz, dibujantes como Keko y medios como Mondo Brutto.

8- ¿Tienes miedo de que los medios de comunicación intenten sólo convertiros en una etiqueta más de consumo?
Esa sería una preocupación demasiado humanista. Yo ya soy un objeto de consumo: vendo ideas, consumo relaciones, cotizo al alza o me devalúo, según. La sociedad de consumo es un conjunto de ficciones sobre el valor (económico, literario, personal). Yo añado a esas ficciones las mías propias, y procuro hacerlo con cinismo y salero.



C. Respuestas de Jorge Carrión
1-¿Existe la generación nocilla? (O, si lo prefieres, porque el término generación no te guste, el grupo...)
Los periodistas y los escritores trabajamos con palabras, tenemos que ser cuidadosos con ellas. El "boom" ya fue una etiqueta lamentable, no creo que poner "nocilla" en circulación sea una buena idea. Para comprender la literatura española actual se pueden encontrar términos bien definidos en los últimos libros de Vicente Luis Mora y de Eloy Fernández Porta. Que los lectores, y entre ellos los periodistas, encuentren esos términos, los comprendan, los analicen. Y después decidan cuál o cuáles usan. Como en cada momento histórico, en el nuestro hay creadores que tienen una sintonía "generacional", porque comparten referentes culturales, porque usan de modos parecidos las herramientas tecnológicas, porque han vivido experiencias históricas parecidas, y porque pese a todo eso apuestan por una escritura seria.
¿Cómo surge, cuál sería su fecha de creación/fundación/ detección?
La atención mediática a los autores nacidos en los años 70 que han empezado a publicar a principios de este siglo es reciente, pero las conexiones entre esas personas han sedimentado durante años.

2. Eres considerado uno de los del grupo Nocilla: ¿te sientes identificado? ¿Por qué?
Ese "eres identificado" me suena a "la gente dice". Difícilmente alguien que haya leído mi libro de crónicas de viaje La brújula o mi tesis doctoral sobre Sebald y Juan Goytisolo dirá que pertenezco al mismo "grupo" que otros escritores que sobre todo escriben ficción y leen literatura norteamericana. Me interesa el aire fresco que ha inyectado en nuestra atmósfera enrarecida la novela de Agustín Fernández Mallo, he escrito artículos sobre algunos autores de mi edad o un poco mayores, comparto espacios con ellos (como la revista Quimera o como el blog de Vicente Luis Mora), pero eso no nos conduce al concepto de “generación” (eclipse, círculo cerrado), sino que nos lleva al concepto de red. Red de amistades, red de interlocutores, red de cómplices, pero nada de grupos ni de generaciones, porque no hay ni puede haber nómina cerrada, al contrario, debe haber apertura, búsqueda incesante de nuevos links, dentro y fuera de “España” (sea eso lo que fuere). En mi caso, mi búsqueda me ha llevado a una comunidad personal integrada por personas de Argentina, México o los Estados Unidos, además de “españoles”.

3.-¿Y con la etiqueta de Literatura zapping que dice que es la propia de la GN?
El zapping es una forma de lectura ya clásica, basada en el fragmento y en la consecutividad, con no menos de treinta años de vida. Era ya posible antes de que yo naciera. Las lecturas del sistema Windows, potenciadas por las plataformas de la red (YouTube, Google, Hotmail, etc.) me parecen algo que sí singulariza al modo de leer de la gente que nació en los setenta, que no ha conocido otra forma de enfrentarse a la realidad que no pase por la imagen y el textos simultáneos, en el televisor y, sobre todo, en la pantalla del ordenador. Horizontalidad y simultaneidad se unen a la fragmentación del zapping. En el zapping los canales siguen transcurriendo, aunque no sean visibles; en cambio, en los videos de youtube o en los e-mails, encontramos textos cerrados, brevísimos, nuevas formas de temporalidad que lo son de lectura.

4-¿Qué rasgos distinguirían a esta generación?
Esa conciencia tecnológica es realmente nueva, diferencia nuestro momento histórico de los precedentes. También es nuevo el posicionamiento respecto a la política, que ha superado la dicotomía en partidos de izquierda o de derecha, pero que en los escritores que me interesan, por lo general, es progresista, por decirlo de algún modo. La crítica al poder de la imagen y de los media es otro elemento que me interesa, porque para mí la literatura sólo puede ser una forma de crítica. Obviamente, por haber vivido la juventud en la misma época, antes de que cada uno formara su propio mundo de lecturas, compartimos series de televisión, iconos pop, una cierta forma de vivir la sentimentalidad, la posibilidad de viajar fácilmente (con lo que ello ha conllevado de transformación de coordenadas tempo-espaciales), la frecuentación de países e idiomas, una formación académica interdisciplinar, etc. De eso se habla continuamente en los blogs. Sólo hay que molestarse en buscar los lugares de encuentro y tertulia más estimulantes. Todo eso, como he dicho al principio, separa a cada momento histórico, a cada “generación”, de las precedentes y las siguientes. Pero eso no significa que cada autor, por su cuenta, no busque formas de diálogo intergeneracional. Como en la vida. Nadie puede hacer abstracción de todo eso cuando se pone a escribir. Lo que cuenta, al cabo, es como uno configura un mundo artístico a partir de los imputs que ha recibido durante toda su vida. En mi caso, el viaje y la experimentación con formatos de no-ficción, mediante las técnicas de la ficción. En GR-83, un libro de artista cuya edición fue íntegramente regalada, intenté reflexionar precisamente sobre eso: cómo conviven Google Earth y la memoria histórica, Walter Benjamin y Los Simpson.

5.-¿Qué os diferencia de vuestros mayores? ¿Y de vuestros contemporáneos?
En el Atlas Literario de Sevilla se produjo una amalgama, generacional y artística, como intenté explicar en una carta de respuesta a Rojo en su blog de El País. A mí me interesan más los autores que consideran el lenguaje literario un problema que los que lo utilizan como una simple herramienta, o como una simple solución a la cuestión irresoluble de lo real. Si los lectores invierten cierto tiempo en leer las novelas, libros de cuentos o ensayos que se publican actualmente de autores como Juan-Cantavella, Ferré, Rosa, Bosch, Navarro, Moreno, Fernández, Sierra, Vilas, Doncel, por ejemplo, ellos mismos se darán cuenta de a qué me refiero.


Tomado de http://vicenteluismora.blogspot.com.ar/2007/07/generacin-nocilla.html

Imperialismo y poshispanismo en España

"El imperialismo es la negación de la conciencia. El imperialismo es la sustitición de la conciencia por un electrodoméstico o por un coche. No quise que mis hijos fuesen coches. El imperialismo es rutina. El imperialismo es aburrido. El imperialismo es siempre igual a sí mismo. El imperialismo estresa hasta a los mismos emperadores, que mueren plenos de miedo, de terror a perderlo todo. El imperialismo es sofocante. Los emperadores sufren por conservar lo que tienen. Y en lo que tienen no brilla la conciencia. El imperialismo no hace felices a los hombres. La conciencia tampoco, pero enseña un camino en donde las mentiras están ubicadas, se sabe cuáles son. Es un principio de felicidad: el señalamiento de la mentira."


Manuel Vilas. "Fidel. Último discuros. Sobre la movilidad de la Historia" En España. Ed. Mansalva.

Manuel Vilas en Española III y casi CF

"El mundo está lleno de extranjeros, gente que va de un sitio a otro, gente sin familia, pordioseros indistriales, los últimos perros románticos, los miserables, los que no saben, los ciegos, los que no se han dado cuenta de lo que ha pasado, los depositarios del calor, rostros muy calientes en los confines de las ciudades:

Muertos ilustres en ciudades perdidas
Ilustres ciudades con muertos perdidos
."


Manuel Vilas. España. Ed Mansalva.

2 de enero de 2013

Algunos de los textos fundantes del archivo latinoamericano

Revista Ñ 22.12.2012


La Conquista también fue una guerra lingüística

Una lectura atenta de los textos que escribieron Hernán Cortés y Cristóbal Colón deja ver una misión colonial de sometimiento político reforzada en lo discursivo.

POR Carolina Tosi




HERNAN CORTES. En él se lee la escritura como enfrentamiento.


Las palabras están allí: adormecidas y ocultas, hasta que alguien las despierta y las saca del letargo del documento archivado.

En este caso, Valeria Añón –doctora en Letras, investigadora del Conicet y docente en las Universidades de Buenos Aires y La Plata–, a través de un exhaustivo trabajo de investigación, logra llevar a cabo esta tarea y propone una nueva mirada sobre algunos de los textos fundantes del archivo latinoamericano. Desde un enfoque crítico y a partir de una rigurosa reconstrucción histórica y cultural, analiza el discurso de las crónicas de la Conquista de México.

Retomando las líneas metodológicas de sus trabajos anteriores –entre ellos, la edición y redacción del prólogo y las notas a la Segunda carta Relación y otros textos de Hernán Cortés y Diario, cartas y relaciones .

Antología esencial de Cristóbal Colón– en su reciente libro, La palabra despierta. Tramas de la identidad y usos del pasado en crónicas de la Conquista de México (los tres volúmenes publicados por editorial Corregidor), la autora ofrece una aproximación original respecto de los textos coloniales y resignifica sus alcances.

La investigación defiende el postulado de que la Conquista no es un proceso que atañe solamente al uso de armas o a las luchas empíricas, es decir, las libradas en campos de batalles “reales”, sino que también involucra los enfrentamientos discursivos, producidos mediante “artillería” argumentativa.

Desde esta perspectiva, el discurso puede ser considerado como una zona bélica, donde para poder sobrevivir es necesario emplear bien las estrategias lingüísticas que, entre otros fines, permiten construir una imagen apropiada del cronista o una representación del “otro” que justifique su sometimiento. De este modo, las crónicas brindan herramientas histórico-legales para la conformación del imperio español y delinean ideales de ocupación y de guerra, intentando demostrar las ventajas de una conquista no autorizada, atravesada por ilegitimidades y rebeliones.

Se producen, así, verdaderas luchas por el sentido a partir de intereses, reclamos, herencias y legados. Tal como explica Añón, “el narrador asume la escritura como enfrentamiento; en el rival que elige para sus diatribas se juega también su valentía y el enaltecimiento de su propia imagen. Esto es así tanto en los relatos de batallas como en esa otra batalla: la de la reescritura de la historia”.

Si bien las crónicas requieren de la narración para construir el relato de la experiencia personal, la dimensión argumentativa se vuelve fundamental para sostener las polémicas y los reclamos, que se concreta mediante la apelación a otras tradiciones discursivas y tipos textuales –como el discurso legal, el escatológico, el providencial, la biografía, los anales, el relato de viaje, etcétera–.

De ahí que el discurso historiográfico puesto en escena en las crónicas se articula en el cruce de fórmulas legales, políticas, retóricas y literarias y, a la vez, muestra la tensión entre los polos de la narración y la argumentación.

La investigación pone el foco sobre la trama de voces y tradiciones que confluyen, divergen e, inevitablemente, entran en tensión.

De esta forma, como los hilos de un quipu que se entrelazan, los sentidos entretejen la trama del discurso de la Conquista. En ella convergen las tramas de la identidad, donde se bosquejan las fronteras, los cautivos y el problema de la lengua; las tramas de la violencia, en la que emergen los primeros contactos, la aprehensión del “otro” y las matanzas; las tramas del espacio cimentadas en las primeras fundaciones urbanas (Villa Rica) y las antiguas ciudades indígenas y, finalmente, se bosquejan las zonas textuales del fracaso en torno a dos hechos específicos: la expedición a las Hibueras y la derrota española en la Noche Triste.

Si el proceso de la Conquista consistió en el desplazamiento por el territorio latinoamericano y el sometimiento del “otro” indígena, la escritura de las crónicas también implica un recorrido dinámico por diversos tópicos, así como la representación de un “nosotros” y un “otro” en términos de movimiento.

Por un lado, se fundan las concepciones de la identidad y la alteridad a partir de la definición de un “yo” enunciador, cuya autoridad se construye en virtud del excluido.

Por otro lado, se vislumbran los usos del pasado que configuran la memoria en una dinámica constante; de este modo, “memorias e historias buscan volver inteligible el pasado, brindar sentido al desencuentro, la destrucción y el cambio”. En este punto y respecto de la representación del espacio, se observa cómo es vital la mirada retrospectiva, en la medida en que, evocando a ciudades españolas o mesoamericanas, las crónicas erigen distintos tipos de urbes con funciones textuales específicas: las ciudades aliadas (Cempoala), las ciudades del castigo y la matanza (Cholula), las ciudades deseadas y destruidas (Tenochtitlan).

Vale destacar que la investigación no sólo indaga el relato del conquistador –las epístolas de Hernán Cortés y la “Historia” de Bernal Díaz del Castillo–, sino también las voces autóctonas, que sobrevivieron en secreto huyendo del sistemático proceso de destrucción. Y ese es otro gran logro de La palabra despierta : evidenciar los textos mestizos, la configuración del enunciador y del “otro” español y los mecanismos de autocensura desplegados.

Sin dudas, las crónicas de la Conquista se escriben “a partir o en contra del silencio”, y la reconstrucción crítica que realiza Añón habilita una novedosa interpretación sobre las distintas tramas discursivas, iluminando lo dicho pero también lo indecible por ser “radicalmente otro”.


Tomado de http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Conquista-guerra-linguistica_0_833316681.html