Autocronograma

AUTOCRONOGRAMA

2008: 23 años deseando esta carrera.

2010: Bitácora de quien estudia en Puán porque la vida es justa y (si te dejás) siempre te lleva para donde querés ir.

2011: Te amo te amo te amo, dame más: Seminarios y materias al por mayor.

2012: Crónicas de la deslumbrada:Letras es todo lo que imaginé y más.

2013: Estampas del mejor viaje porque "la carrera" ya tiene caras y cuerpos amorosos.

2014: Emprolijar los cabos sueltos de esta madeja.

2015: Pata en alto para leer y escribir todo lo acumulado.

2016: El año del Alemán obligatorio.

2017: Dicen que me tengo que recibir.

2018: El año del flamenco: parada en la pata de la última materia y bailando hacia Madrid.

2019: Licenciada licenciate y dejá de cursar mil seminarios. (No funcionó el automandato)

2020: Ya tú sabes qué ha sucedido... No voy a decir "sin palabras" sino "sin Puán".

2021: Semipresencialidad y virtualidad caliente: El regreso: Onceava temporada.

2022: O que será que será Que andam sussurrando em versos e trovas 2023: Verano de escritura de 3 monografías y una obra teatral para cerrar racimo de seminarios. Primer año de ya 15 de carrera en que no sé qué me depara el futuro marzo ni me prometo nada.

2 de febrero de 2012

Ocampo por Mancini: Escalas de pasión


Domingo 03 de agosto de 2003 | Publicado en edición impresa

Una historia del mundo con tortícolis


Por Guillermo Saavedra
De la Redacción de LA NACION



Adriana Mancini ha consagrado los últimos ocho años a estudiar la producción de Silvina Ocampo. Fue guionista de la película Las dependencias, de Lucrecia Martel, y colaboró en la puesta teatral de Cortamos ondulamos, ambas basadas en la vida y la obra de la autora argentina. En esta entrevista habla de su ensayo Silvina Ocampo. Escalas de pasión (Norma), en el que desarrolla los resultados de su investigación



Adriana Mancini explora en su estudio el mundo cruel, inocente y kitsch de Silvina Ocampo. Foto: Sergio Llamera

"Estamos en el paraíso, creemos alcanzar la felicidad, pero viene la serpiente y uno la espera". Esa única frase, con su cintilante ambigüedad, alcanzaría para ubicar a su autora en un lugar central dentro de cualquier literatura. Sin embargo, Silvina Ocampo (1903-1994) fue hasta no hace mucho un lujo secreto de las letras argentinas, una flor extraña oculta tras un frondoso follaje de celebridades cercanas: su hermana Victoria, su amigo Jorge Luis Borges, su esposo, Adolfo Bioy Casares.

Por fortuna, durante la década de 1990 su obra extraordinaria y largamente desatendida comenzó a ser objeto de una reubicación, sobre todo, gracias a una antología de Matilde Sánchez para el Fondo de Cultura Económica, Las reglas del secreto , y a la progresiva reedición de su obra narrativa y poética completa por Emecé.

En este nuevo marco de recepción, se inscribe el flamante ensayo de Adriana Mancini (Buenos Aires, 1948): Silvina Ocampo. Escalas de pasión , que acaba de publicar en la Argentina la editorial Norma. Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, integrante de la cátedra de Literatura Argentina II e investigadora de esa universidad, Mancini dice haber llegado tardíamente a la obra de una autora a la que terminó dedicándole más de ocho años de trabajo: "A comienzos de los años 90, como integrante de la cátedra de Literatura Argentina, preparé para un seminario interno un trabajo sobre su obra. Me llamaron la atención sobre todo dos cosas: por un lado, la dificultad pare decir algo unívoco sobre esos textos; el solo hecho de intentar contarlos provocaba un trabajo infinito, porque siempre quedaba algo por fuera de la trama o del argumento; por otro lado, la disidencia entre las diversas lecturas críticas sobre su obra. Entonces me dije que allí había un objeto interesante para pensar".

Mancini, desde luego, tomó como punto de partida esas disidencias críticas, en el convencimiento de que éstas "ya habían establecido las líneas fundamentales de la lectura de Silvina Ocampo: la iridiscencia, la crueldad, la perversión, la confrontación de los opuestos, la extraña moralidad, la atmósfera kitsch ... A partir de allí, me dediqué a desmontar los mecanismos de esos relatos, un poco a la manera de los chicos cuando desarman un juguete que los fascina".

Esa literatura de secretos renuentes -carozos de la siempre resbalosa fruta del lenguaje- fue sometida por Mancini a un minucioso y lúcido relevamiento: "Primero, preparé pequeños análisis de los cuentos que me resultaban más interesantes. Me pasaba meses trabajando con cada cuento. Tenía una idea que me parecía una intuición primaria pero no podía argumentarla, y me proponía demostrarla rigurosamente, casi como en una ecuación de varias incógnitas. Hasta que, en algún momento, me dije que ese proyecto era digno de una investigación más extensa. Entonces hice un plan para estudiar el trabajo de Silvina con el género fantástico y, por otro lado, para poner esa producción en relación con su contexto histórico, ya que esa obra se lleva a cabo a lo largo de cincuenta años: su primer libro es de 1937 y el último, de 1988. Y comencé por preguntarme qué elementos la diferencian de otros escritores fantásticos, por qué su obra da la sensación de no parecerse a nada, como dijo alguna vez Bioy Casares".

Según Mancini, el mundo fantástico de los relatos de Silvina Ocampo tiene características nítidas: espacios cerrados, erotismo mucha veces perverso, niños crueles con acceso al mundo de la magia. Y en relación a estos rasgos emblemáticos, Mancini analizó el comportamiento de las voces que narran los cuentos, "con la intuición de que ése era un elemento importante para conferir a esos relatos su iridiscencia, su inquietante ambigüedad".

Puntos de vista que cambian en medio de un párrafo o de una frase, o que revelan inesperadamente su equívoca procedencia, tiempos y modos verbales que se suceden también a velocidad lumínica, evitando las formas más habituales del genéro fantástico -el subjuntivo, el condicional-, constituyen lo más visible de un conjunto de procedimientos y técnicas que, en el momento de la aparición de su primer libro de cuentos, como recuerda Mancini, "le hicieron decir a su hermana Victoria que muchas de las imágenes de Silvina tenían tortícolis. Sin embargo, y como ya empezó a reconocerse a comienzos de la década de 1960, todos esos rasgos, más que defectos de una fallida voluntad clasicista, eran parte de un estilo, el modo muy personal en que Silvina Ocampo practicaba el género fantástico".

Desde el título mismo, el estudio de Mancini ubica la pasión en el centro del mundo narrativo de Ocampo. Mientras apura un café, la investigadora aclara que esa decisión se fue imponiendo en el transcurso del trabajo mismo: "En un comienzo, era un eje de búsqueda más, en el mismo plano que el kitsch o los niños crueles y adivinos. Pero cuando comencé a escribir ese capítulo, me di cuenta de que lo que iba trabajando desbordaba los límites de ese capítulo y que todo se reubicaba a su alrededor, al punto que se podía organizar toda mi lectura a partir del eje de la pasión. Los temas seguían siendo los mismos pero cambió el eje, la forma de organizarlos, desde el momento en que todos comenzaron a quedar teñidos por la pasión y sus mecanismos".

Como suele ocurrir, cuando alguien postula un eje que debe ser común a las más diversas manifestaciones de una realidad compleja, algunas piezas suelen resistirse a entrar en el esquema: "Así me ocurría, al principio, con los elementos evidentemente kitsch de la obra de Silvina. Pero, luego de leer la bibliografía sobre este punto, comencé a comprender que lo kitsch aparece en la obra de Silvina sin ninguna ironía; sus personajes manifiestan una fuerte tensión entre la fascinación y el horror ante el kitsch , no se instalan cómodamente en ese universo como los de Manuel Puig. Y eso es así porque lo kitsch aparece como un recurso para atenuar el impacto de algunas pasiones".

Organizar los materiales de su exposición en torno a las pasiones no fue el único problema que afirma haber enfrentado Mancini: "Otra de las complejidades de esa obra es que en cada frase, en cada párrafo y en cada cuento está contenido prácticamente todo su potencial, así como en la oruga está contenido todo el esplendor de la mariposa. Lo más difícil fue, en ese sentido, desplegar esas cuestiones en las coordenadas espaciales y temporales de un libro. Me resultaba muy complejo y a veces me llevaba a volver a usar la misma cita de un cuento que ya había elegido comentar para trabajar otra cosa".

Ese sistema de remisiones múltiples -"un cuento me llevaba a otro cuento, y así al infinito", dice Mancini- está tan plenamente logrado en su libro que uno siente, al recorrerlo, estar moviéndose en una espiral ascendente: se gira en torno a un centro, pero al mismo tiempo se gana altura y el centro aparece cada vez un poco más cerca.

Sorprende escuchar a la autora de este libro decir, luego de haber estado trabajando ocho años sobre los cuentos de Ocampo, "Vuelvo a leer cualquiera de ellos al azar y siento el mismo escozor que la primera vez. Es que, más allá de las técnicas y los procedimientos asombrosos que allí se despliegan, creo que lo que pasa en esta obra es que están expuestos los más sutiles afectos en forma descarnada. Yo padecí la envidia, el odio, la venganza, las crueldades... a medida que aparecían en esos cuentos, me atravesaban a mí también. Comencé a verlos como radiografías de las pasiones, pasiones que, si uno se detiene a leer y explorar en esos cuentos, también termina por padecer".

La autora, que trabajó también en el guión de la película Las dependencias , una cautelosa aproximación a la vida de Silvina Ocampo producida por Lita Stantic y dirigida por Lucrecia Martel, y asesoró a la directora y actriz Inés Saavedra en la realización de la obra teatral Cortamos, ondulamos , basada en textos de Silvina, parece realmente alcanzada por la inquietante gracia de una escritura que fue capaz de decir: "Estamos en el paraíso, creemos alcanzar la felicidad, pero viene la serpiente y uno la espera". En cualquier caso, hay que agradecer a Mancini que haya puesto su espiralada lucidez a comentar una obra que puede leerse, como dijo alguna vez la propia Silvina, "como una pequeña historia del mundo". .

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