Autocronograma

AUTOCRONOGRAMA

2008: 23 años deseando esta carrera.

2010: Bitácora de quien estudia en Puán porque la vida es justa y (si te dejás) siempre te lleva para donde querés ir.

2011: Te amo te amo te amo, dame más: Seminarios y materias al por mayor.

2012: Crónicas de la deslumbrada:Letras es todo lo que imaginé y más.

2013: Estampas del mejor viaje porque "la carrera" ya tiene caras y cuerpos amorosos.

2014: Emprolijar los cabos sueltos de esta madeja.

2015: Pata en alto para leer y escribir todo lo acumulado.

2016: El año del Alemán obligatorio.

2017: Dicen que me tengo que recibir.

2018: El año del flamenco: parada en la pata de la última materia y bailando hacia Madrid.

2019: Licenciada licenciate y dejá de cursar mil seminarios. (No funcionó el automandato)

2020: Ya tú sabes qué ha sucedido... No voy a decir "sin palabras" sino "sin Puán".

2021: Semipresencialidad y virtualidad caliente: El regreso: Onceava temporada.

2022: O que será que será Que andam sussurrando em versos e trovas 2023: Verano de escritura de 3 monografías y una obra teatral para cerrar racimo de seminarios. Primer año de ya 15 de carrera en que no sé qué me depara el futuro marzo ni me prometo nada.

25 de abril de 2017

Ya elegí tema de nueva monografía

Ezequiel De Rosso

Una ciencia espectral
Informe sobre ectoplasma animal, de Roque Larraquy y Diego Ontivero,  Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2014.
I

El comienzo de Informe sobre ectoplasma animal nos ubica en un universo alternativo de manera abrupta: el espectro de Federico, el perro de una familia, bloquea el acceso a la casa. Se convoca entonces a un ectografista, Julio Heiss, para que determine la naturaleza del espectro y recomiende los pasos a seguir. Heiss admite que no hay nada que hacer:

…la única perduración de Federico es la de su gusto por la carne. La imagen, los ojos cerrados, la respiración en su vientre, son materia tenue residual, sin sobrevida: no es posible pedirle que se vaya.
Sobre él se construye un  peldaño que resuelve el problema.

Hay, pues un mundo en el que los espectros se reconocen, interactúan con los vivos y hay (en 1949, cuando sucede la acción) un oficio, el de ectografista, que parece dedicarse a estudiar las formas de esas apariciones. Pero hay, sobre todo, una prosa parca, que no condesciende a la explicación, y que remata el texto con una seca ironía: no hay nada que hacer frente a esos espectros. Esa ironía, esa prosa, se alimenta de la ilustración que la acompaña: una imagen abstracta que en sus ángulos y curvas parece remitir tanto a un animal como a una pieza de mobiliario.
En este sentido, el arco que recorre Informe sobre ectoplasma animal (pero no su cronología) es el arco que va de esa impotencia frente a los espectros a una voluntad de instrumentalización, con la que termina el libro. Entre ambos extremos, elInforme… cambia de registro: así como los textos de Larraquy pasan de las breves estampas y los fragmentos de diarios al desarrollo de las desventuras de Severo Solpe (el creador de la disciplina ectográfíca) durante la primera quincena de septiembre de 1930, las ilustraciones de Ontivero pasan de una serie de ilustraciones color a una serie de ilustraciones en blanco y negro cuya secuencia parece desarrollar una historia, diríamos, fabril.
Los episodios que narra Informe sobre ectoplasma animal están sostenidos en un doble procedimiento. Se trata, por una parte, de un conjunto de episodios más o menos ridículos (como el del licenciado Fairy o la muerte del gran danés a manos del ectógrafo Peller, o el modo en que se toman las ectografías), que a medida que avanza el libro se van mostrando cada vez más siniestros (como cuando se despliegan las diferentes interpretaciones de lo que siente una víbora cuando se la activa en cesio, o como cuando Solpe registra que son el dolor y la costumbre aquello que permite captar el ectoplasma animal). Pero, por otra, la prosa tiene un tono “científico”, distante, para narrar esos episodios. El resultado es por momentos muy divertido y por momentos inquietante, porque sugiere que toda esa farsa esconde un costado perverso al que Solpe (en el último apartado) parece indiferente. En el mismo sentido, las ilustraciones de Ontivero descreen de la representación realista y se decantan por las formas abstractas que parecen sugerir que las ocurrencias de la ectografía no pueden simplemente “mostrarse”.
Se trata, pues, de hacer delirar la ciencia, de encontrar en el discurso científico un espacio de absurdo (que recuerda a los experimentos de Lem en SolarisUn valor imaginario) que, en el fondo, no es más que un escepticismo radical.
Se trata, pues, de la historia de una disciplina imaginaria. Esa historia, sin embargo, no se nos presenta bajo una forma lineal. Antes bien, todo sucede enInforme sobre ectoplasma animal como si un narrador (cuyo nombre desconocemos) fuera recapitulando los materiales de una historia, como si estuviéramos ante una arqueología de la ectografía argentina. De ahí que las diferentes partes del libro parezcan ordenadas por temas antes que por períodos; que los diferentes fragmentos (salvo, notoriamente, los de la última parte) no respeten una cronología; que, finalmente, esa última parte revele en la forma de la narración, la articulación política de esa ciencia imaginaria. Ese despliegue sugiere que la historia de la ectografía no puede contarse, sino que sólo puede volver a contarse, que sólo puede escribirse bajo la forma espectral que estudian sus practicantes.

II

El centro de las preocupaciones de la ectografía parece concentrarse en la posibilidad de ver: el texto hace referencia a las técnicas de la visión (las “imágenes estancas” a las que se refiere Solpe), a los dispositivos de imágenes (se insiste, por ejemplo, en la representación del espectro “en giroscopio”), a una verdadera ontología de la imagen ectográfica (escribe Solpe: “Los espectros son pura superficie visible. La transparencia simultánea de todos sus secretos. […] El sentirse individuo nace de la tenaz opacidad del cuerpo. El individuo se hace en el secreto. No tener secretos equivale a estar muerto”). Esa obsesión por la mirada, por eliminar todos los secretos es, a la vez, el límite de la ectografía. No sólo porque el costado más siniestro de la disciplina se revela justamente cuando Solpe comienza a manipular los espectros, sino sobre todo porque esa mirada es engañosa: Solpe confunde su rostro facetado en una ectografía con una sudestada soñada por un perro, el procedimiento mismo de tomar una ectografía hace que el ectógrafo “vea doble”. Finalmente, el estatuto mismo de lo que se ve es conjetural: para el ectógrafo Martín Heiss los espectros están fuera del tiempo y “cada animal, vivo o muerto, ya tiene su espectro en algún sitio”. En este sentido, Informe sobre ectoplasma animal puede leerse como un conjunto de reflexiones sobre la imagen, y el texto de Larraquy como un comentario sobre las imágenes de Ontivero, ellas mismas conjeturales y ambiguas.
Como sucede con las historia de la ectografía misma, el final del texto anuda esa pulsión escópica con una ética de la mirada. Solpe transcribe, en el último fragmento del libro, uno de los consejos de su padre para la educación de los niños:

La distancia entre los ojos del niño y la pared debe ser escasa, a fin de provocar un efecto de pérdida de foco y la consiguiente reducción de las funciones cognitivas. El niño se sentirá adormecido, lejano, desapegado del mundo. En el espacio en blanco de su mirada se irán contando las imágenes de la buena conducta.

III

Bien puede decirse que, en lo que a Larraquy respecta, Informe sobre ectoplasma animal continúa el proyecto de La comemadre: contar a partir de la ciencia, y de la prosa científica, la historia de la Argentina del siglo XX. Ese proyecto que, imagino, abarca entre 1907 y 2009, encuentra ahora una segunda estación: los textos de Informe… están fechados entre 1911 y 1957 y es de esperar que los siguientes libros de Larraquy completen el recorrido que La comemadre cerraba en 2009.
Así, el proyecto de Larrraquy puede leerse como la articulación conflictiva de la historia argentina tratada a partir de una ciencia puesta a delirar, casi como si dijéramos Viñas con Lem. Esa historia, sin embargo, ha tenido otras formulaciones.
La historia de los científicos en la ficción argentina debería tal vez pensarse en relación con el Estado. Esa historia podría comenzar por el papel heroico del científico como representante de la modernidad y el Estado (en ficciones naturalistas comoIrresponsable [1903], de Manuel Podestá) y seguir, en los inicios de la ciencia ficción nacional, con los científicos paraestatales en las ficciones de Las fuerzas extrañas (1906) de Lugones y en textos de Quiroga como El hombre artificial (1910): científicos locos, creadores de monstruos, emprendedores que brevemente capturan algo de la llama de Prometeo para luego ser destruidos por su invento.
La ciencia finalmente será una fuerza antiestatal, una máquina de guerra que se piensa contra el Estado: Erdosain, como científico formado fuera de la lógica de Estado y conspirando contra él, es también un loco, uno de los siete locos. Ese pasaje también adquiere ciertas formas específicas: el naturalismo, la ciencia ficción, el folletín.
Estas ficciones son contemporáneas al período que describe la obra de Larraquy que entonces puede leerse como un comentario sobre esa línea de la narrativa argentina. Todo lo que en Podestá, Lugones, Quiroga y Arlt es tragedia o melodrama, se torna farsa en los libros firmados por Larraquy. Esa farsa, sin embargo, revela, en Informe…, el otro lado de esa progresiva relación de guerra entre Estado y ciencia: el predicamento de Solpe es justamente que sus inventos no son acogidos por el estado y se liberan en el mundo, contaminando la lógica política. La farsa es, pues, un cuarto modo de narrar esa relación conflictiva, es el modo en que se cuenta la voluntad de acceso a los mecanismos del estado.

IV

Dijimos que Informe… puede leerse como la historia astillada de una disciplina imaginaria. Esa historia, llena de precisiones y actores (Solpe, Heiss, Rubens, Peller) tiene, sin embargo, espacios liminares. Hay una prehistoria: Severo Solpe descubrió la ectografía por casualidad, intentando estafar a incautos. Esa primera estafa tiene como objeto un “simio espectral que flota en un quirófano abandonado”. Por otra parte, existe un único fragmento que no sucede en la Argentina. En efecto, el segundo fragmento sucede en Montevideo y cuenta cómo un mono conjeturalmente amaestrado (nadie lo vio, pero sus habilidades manuales así lo sugieren) escapa de un y se esconde en la campana de una iglesia, donde finalmente muere cuando el párroco la acciona. Otro mono colgado, esta vez del carrillón, está en las orillas de la ectografía. El relato de Montevideo no señala ningún ectógrafo en la toma, como si algo definitivo, irreductible, se jugara en esa captura. El fragmento termina con la frase: “Se obtienen seis segundos de giroscopio en los que el mono camina erguido como un ser humano”.
En los bordes de esa historia, antes y afuera de ella, está la pregunta que recorre Informe… y nunca se formula: ¿cómo es el ectoplasma humano? ¿Es posible distinguirlo del ectoplasma animal? La ilustración que acompaña al texto sugiere un tenedor curvado, que contrasta con las líneas rectas del fondo. Ese tenedor permite pensar en un momento de verdad. En palabras William Burroughs: permite vislumbrar “el momento helado en el que todos ven lo que hay en la punta de los tenedores”. O, como lo formula Informe sobre ectoplasma animal: “En el espacio blanco de su mirada se irán contando las imágenes de la buena conducta”.


(Actualización mayo - junio 2014/ BazarAmericano)

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