Ensayos sobre poesía: una contramoda de la urgencia
La producción poética no se agota en la propia poesía sino que la excede y avanza hacia una verdadera reflexión sobre sus razones y sus pasiones. La autora analiza esta tendencia.
“Únicamente la poesía podrá ayudarnos durante el apocalipsis que ya está explotando como efecto de decenios de absolutismo financiero. Solo la poesía podrá curar el sufrimiento mental de los ingenieros y de los poetas, y podrá actuar como agente de liberación del lenguaje de la encerrona sofocante de la técnica” (Franco “Bifo” Berardi, Respirare. Caos y poesía).
Escribir sobre poesía siempre es caminar hacia un lenguaje extraviado. O hacia un guijarro debajo, detrás, enterrado en la niebla. A medida que nos acercamos, el poema (el guijarro) se escabulle. O se disipa. O se espanta. No se deja tocar. Apenas podemos reproducirlo. O mejor: cantarlo. Lo que no puede concebirse por medio de otra cosa debe concebirse por sí, enseña Spinoza. Esto refuerza mi idea de que toda obra que se precie no necesita quien la defienda.
Cada vez que escribo sobre poesía o sobre un o una poeta, repito este cantito que me obsesiona: qué agrega al poema lo que el poema forja sobre sí para desentenderse de sí y desnudarnos durante su ocultamiento. Es decir: qué agrega al poema el anexo de nuestros disparatados barullos críticos.
El poema habla por sí mismo. Es su propia exposición. Aun cuando se requiere de un contexto y de otras referencias esenciales que completan el sentido, como por ejemplo para leer a Góngora o, sin ir más lejos, a Rubén Darío, podríamos prescindir de teorías que iluminen. Leemos el lenguaje e intentamos meternos allí, en ese ritmo y luz propia, en ese pasado sonoro que reivindica lo mejor de nuestro idioma y del sentido del alma en nuestra lengua. Hay una relación excitante entre la lengua y el alma.
Leo con el desorden que me caracteriza ensayos sobre poesía que siempre me deparan alguna perla. Alguna reflexión que sumo a mis insubordinadas ideas ajenas que me colman. Todo se me escapa de las manos. Dejo que las frases me enrarezcan y me empolven. Dejo que la luz se haga pincelada sobre la condición perdida. Dejo que las palabras hipnoticen las hojas livianas que el sueño ha desechado.
Y anuncio una tendencia que conmociona a quienes amamos esta combustión.
Celebremos el ensayo poético
Aunque afirmo, apoyándome en la poeta María Negroni, que en literatura el único paisaje que interesa es el del lenguaje (“la escritura busca siempre lo mismo: rebelarse contra el automatismo y las petrificaciones del discurso, que cancelan el derecho a la duda, limitando a las criaturas el acceso a su propia inadecuación”, refuerza contundente Negroni en El arte del error, que reúne ensayos alrededor de la poesía), no puedo evitar circunscribir en esta ocasión un conjunto de libros que asumen su interés en y hacia la poesía, como así también el recién citado de Negroni publicado en 2016. Esto me induce a cercar el asunto y abocarme a una caprichosa clasificación: el ensayo poético. No deja de asombrarme que en un período bastante acotado se haya publicado un puñado nada desdeñable de ensayos sobre poesía, escritos por autores y autoras argentinos contemporáneos, poetas, además, de diferentes generaciones y estéticas. En 2024: Literatura de base de Martín Gambarotta, Los porqués de la rosa de Alejandro Crotto, Estética del error de Daniel Samoilovich, Pensar la poesía de Rafael Oteriño, Un poema pegado en la heladera de Martín Prieto, El poeta como clown de Osvaldo Bossi, Celebración de Edgardo Dobry y Una morada ambulante de Marcelo Cohen. Y en 2023: Abrir el mundo desde el ojo del poema de Alicia Genovese, la reedición de La pequeña voz del mundo de Diana Bellessi y de Animales tímidos. 23 poetas perdidos de Matías Serra Bradford, Nieva en los libros de Ana Arzoumanian, Polvera de las enciclopedias de Arturo Carrera y Gerardo Jorge y Nadie sabe qué hacer con los poetas de quien escribe este artículo.
Ni retóricas gastadas ni repeticiones sumisas: este magma de reflexiones viene a agitar y remover esa zona capciosa y discapacitada para el éxito que la poesía arrastra como turbio destino. O acaso se trata de una azarosa tendencia dado que la poesía insiste con representar y celebrarse cumbre de los caídos “en un estanque sin compasión” (dixit Rilke) y el poeta no deja de funcionar como “anónimo detector de reinos postergados”, en palabras de Marcelo Cohen a propósito del gran Dylan Thomas. Y en estos tiempos de “encerrona sofocante de la técnica”, como denuncia el filósofo italiano Bifo Berardi, la cumbre de los caídos y los reinos postergados destacan, con agonizante fosforescencia, sobre los campos minados que nos depara el mundo de hoy.
Los ensayos en cuestión se refieren, a grandes rasgos, a la poesía como género, a otros poetas y sus obras, a poemas específicos o a épocas y estéticas. Y lo que recibimos en el conjunto es diversidad, complementariedad y ensamble, contraste y disonancia. En síntesis, citando a Edgar Bayley, una “infinita riqueza abandonada”.
Lo esencial de estos escritos se alinea en su defensa radical del lenguaje y sus circunstancias. Y todos, sin excepción, intentan, portando la antorcha de la imposibilidad, definir la poesía y, sobre todo, defenderla. “Un poema no es una reflexión, es una acción –entona Samoilovich–; no es un pensamiento, aunque puede dar lugar a muchos pensamientos; o mejor: del mismo modo que un poema suscita sentimientos en la medida en que no es la expresión completa y cruda de un sentimiento, suscita ideas en la medida en que no es una idea.”
Por su parte, Crotto nos alerta: “Recordar, una vez más, la imposibilidad de definir la poesía puede parecer una forma poco alentadora de empezar, ¿cómo escribirla si no sabemos qué es? Pero el razonamiento es falso: aunque no seamos capaces de definirla, sí sabemos qué es. Lo sabemos con todo el cuerpo, con un saber que funde pensamiento y emoción. Baldomero Fernández Moreno: ‘Ante la poesía, tanto da temblar como comprender'”.
Genovese ofrece un párrafo detallista acerca de la contingencia del poema durante su proceso creativo: “Detrás de un poema hay un antes del poema, un prepoema que aparece mientras algo azaroso ocurre captado por la atención: un objeto se descubre, se ilumina como tocado por un relámpago, una escena conmueve, conmociona, se instala con su vértigo. Detrás de un poema hay una contingencia, un accidente que atraviesa a alguien que está ahí, se detiene y percibe eso que sucede o le sucede como un tropiezo, eso que resulta en una alteración de la acostumbrada continuidad. Me veo, me he visto a menudo permanecer suspendida, tocada por ese acontecimiento que puede ser minúsculo, pero que invade como un filo, como un interrogante, como un derrame de la riqueza que anida en el mundo, hechos que me han dejado en esa suspensión, en un fuera del tiempo sucesivo”.
Dobry, muy avezado en el género, autor también de Orfeo en el quiosco de diarios, elabora un entramado más complejo y compacto, más propio de crítica literaria sesuda y abigarrada. Traza un eje esencial: el poema celebratorio en América, los puntos de encuentro y desencuentro entre autores sajones y latinos repartidos a lo largo de nuestro extenso continente, y, lo más crucial, advierte sobre la potencia de la tradición.
Si bien la lista de autores argentinos podría extenderse al siglo XX y a los comienzos del XXI (de esta época podría citar algunos títulos editados de manera dispersa: El oído del poema de Walter Cassara, Poéticas del vacío de Hugo Mujica, Camino de agua de Silvio Mattoni, Prosas de Hugo Gola, Ensayos murmurados de Arturo Carrera, Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco de Alicia Genovese, Los trabajos de Orfeo de Graciela Maturo), me interesa subrayar la producción de los últimos diez años, en los que surgieron títulos en nuestro país que podrían funcionar como piedra basal de esta tendencia: la reedición de los ya clásicos Las poéticas del siglo XX de Raúl Gustavo Aguirre (2016), La palabra amenazada de Ivonne Bordelois (2016) y El testigo lúcido de María Negroni (2017), a los que se suman Una intimidad inofensiva de Tamara Kamenszain (2016), Una conversación infinita y Continuidad de la poesía de Rafael Oteriño (2016 y 2020), La noche sagrada y La religión Hölderlin de Javier Galarza (2017 y 2022, respectivamente), Glosa continua y Prosas fugaces de Mercedes Roffé (2018 y 2022, respectivamente), Sombras bajo la lámpara de aceite y La casa de los pájaros de Mario Nosotti (2020 y 2021, respectivamente), Poesía y política de Jorge Aulicino (2021), América, lugar de la poesía de Graciela Maturo (2021) y Actos mínimos de Carlos Battilana (2022), quien nos arrima esta reflexión: “La poesía es un territorio perpetuo de experimentación que inaugura algo que desconocemos de nosotros, y sobre todo, algo que desconocemos del lenguaje”.
Tenemos tradición en nuestra lengua
Aunque Dobry nos advierte que la crítica de poesía debería salirse de la correntada de los poetas (“estoy muy lejos de pensar que solo los poetas deban encargarse de la crítica de poesía, por mucho que, en la modernidad, los poetas hayan ejercido con frecuencia esa labor, en todas las variedades de sus formas”), resulta evidente que no son tantos los poetas que se han volcado hacia el ensayo. Octavio Paz es quizás el mayor exponente de este género en nuestra lengua en el siglo XX. “Entre la revolución y la religión la poesía es otra voz. Su voz es otra porque es la voz de las pasiones y las visiones; es de otro mundo y es de este mundo, es antigua y es de hoy mismo, antigüedad sin fechas. Poesía herética y cismática, poesía inocente y perversa, límpida y fangosa, aérea y subterránea, poesía de la ermita y del bar de la esquina, poesía al alcance de la mano y siempre de un más allá que está aquí mismo”.
El profuso poeta cubano José Lezama Lima no se queda atrás. Más concentrado en la influencia del barroco como rasgo determinante y estilo propio, ha desarrollado una extensísima obra ensayística donde la cuestión poética es médula y obsesión: “Poetizar, ojos cerrados y la mano hecha al resbalar de cada palabra según su calentura comunicante. Aliento, ánima, ciencia de la respiración. Respiración: venillas de aire diferenciado que van marcando su existir entre el aire que se aparta saltando sobre las esencias, sobre las ausencias, arrastrando lo inorgánicamente estable y lo desesperadamente intraspasable. Ciencia de la respiración, poesía: fotografía de la respiración, por la que tan cómodamente resulta lo inesperado, habitual; lo impersonal, agua de todos”.
Y no podemos obviar la delicadeza lírica de las reflexiones del español José Ángel Valente: “En el poema el enigma se significa como tal. Nos pide entender con el inentendimiento, saber con la insapiencia. Fulgurante aparición de lo oscuro con todo el poderío de la luz”.
Ubicado ya en el siglo XXI, el peruano Mario Montalbetti, exégeta extraordinario, nos deleita cuando combina su erudición de lingüista con su imaginación de poeta: “Con la lengua se pueden hacer varias cosas, se puede mentir, decir la verdad, falsear, contar chistes, hacer sentido, etc. Pero eso lo único que quiere decir es que la lengua es anterior a sus usos. Los seres humanos privilegian ciertos usos a otros. La comunicación, por ejemplo, es una especie de becerro de oro al que adoramos irracionalmente. El sinsentido, por otro lado, es despreciado desde Aristóteles. Pero el poema es distinto. El poema no es un uso de la lengua sino que es la lengua sin valor de uso”.
Nuestro país ha legado poetas ensayistas de la talla de Aldo Pellegrini, representante del movimiento surrealista en lengua castellana: “La poesía, al poseer la esencia de las cosas y al expresarla establece un modo de conocimiento distinto del discursivo, más vivo que este, incorporado a la totalidad de nuestro espíritu. Sigue las vías de la sensibilidad intuitiva y no las de la razón. Novalis afirmaba que la poesía es la infancia de las ciencias, y en efecto, el conocer poético está vinculado con el conocer mágico del niño, y participa de esa misma materia adivinatoria que establece sus primeros contactos con la realidad, y sin la cual no sería posible ningún conocimiento racional posterior. No existe, pues, una diferencia radical entre ciencia y poesía; solo hay una diferencia de mecanismos. La poesía es el estado en que el conocimiento se hace vida, se humaniza; pero ambas, poesía y ciencia, marchan a la conquista de lo desconocido”.
Raúl Gustavo Aguirre se ocupó, durante los diez años que se mantuvo en pie la revista poesía buenos aires, de traducir y difundir ensayos breves de autores de todo el mundo, además de su propia y abundante producción, donde deja asentada una vocación sin límites: “El poema es lo que soy, mi única realidad posible, en continuo movimiento”.
Su compañero de revueltas, el ya citado Edgar Bayley, ejercitó el ensayo con la misma devoción y el mismo fuego que Aguirre: “Resulta claro que la poesía no es discurso, no es confidencia, no es lamento o efusión. Lo que a mí me pasa o pienso, lo que odio o amo no es poesía. Todo eso tiene que cambiarse, transmutarse en el proceso poético. Son materiales posibles –no los únicos– para la experiencia de la poesía, y esta no es algo meramente subjetivo, inefable, sino que precisamente culmina en el lenguaje, se completa y se determina en última instancia en la expresión verbal”.
Quizá no tuvo tiempo para desarrollar más a fondo su talento para la crítica, sin embargo, Francisco Urondo trabajó sus ensayos con precisión de orfebre y pasión de militante: “Hablar de poesía es una tentación. A lo mejor una necesidad. De todas formas, confieso que para mí no es tarea fácil explicar sistemáticamente la manera en que se forma; cómo acuden a vincularse y a constituir una entidad nueva la lucidez, la memoria y los sueños. Cómo esta entidad desencadena un nuevo tipo de experiencia humana tan diferente de otras; y, además, de las contingencias de la creación, y de los sucesos que provocan el hecho creador, está la vasta materia poética, común a todos los hombres, pero que suele comprometer la intimidad de alguien que a su vez debe seleccionarla para construir inexorablemente un poema, para que esa materia tome forma”.
Para cerrar deslizo, a modo de reguero, algunos nombres clásicos y universales del siglo XX que han dejado, a partir de sus ensayos, desafiantes improntas: Ezra Pound, Cesare Pavese, René Char, Marina Tsvietáieva, Seamus Heaney, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Adam Zagajewski, Joseph Brodsky, T. S. Eliot, Yves Bonnefoy, Kathleen Raine, Denise Levertov, Wallace Stevens, entre otros y otras que ya no caben en esta escena.
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