Autocronograma

AUTOCRONOGRAMA

2008: 23 años deseando esta carrera.

2010: Bitácora de quien estudia en Puán porque la vida es justa y (si te dejás) siempre te lleva para donde querés ir.

2011: Te amo te amo te amo, dame más: Seminarios y materias al por mayor.

2012: Crónicas de la deslumbrada:Letras es todo lo que imaginé y más.

2013: Estampas del mejor viaje porque "la carrera" ya tiene caras y cuerpos amorosos.

2014: Emprolijar los cabos sueltos de esta madeja.

2015: Pata en alto para leer y escribir todo lo acumulado.

2016: El año del Alemán obligatorio.

2017: Dicen que me tengo que recibir.

2018: El año del flamenco: parada en la pata de la última materia y bailando hacia Madrid.

2019: Licenciada licenciate y dejá de cursar mil seminarios. (No funcionó el automandato)

2020: Ya tú sabes qué ha sucedido... No voy a decir "sin palabras" sino "sin Puán".

2021: Semipresencialidad y virtualidad caliente: El regreso: Onceava temporada.

2022: O que será que será Que andam sussurrando em versos e trovas 2023: Verano de escritura de 3 monografías y una obra teatral para cerrar racimo de seminarios. Primer año de ya 15 de carrera en que no sé qué me depara el futuro marzo ni me prometo nada.

3 de junio de 2014

Drama em gente

¿Qué importa quién habla?

26-01-2012 |
En torno a los heterónimos de Pessoa flotan algunas ideas de Alan Badiou, Michael Foucault, Mallarmé, Roland Barthes y Marcelo Cohen sobre las configuraciones del autor. “El nacimiento del lector se paga con la muerte del autor”.
Por Florencia Parodi y Carmen M. Cáceres.
pessoa
El heterónimo no es un escudo de valentía. No se trata de decir con la máscara lo que el rostro no puede nombrar. Fernando Pessoa no es sinónimo de Ricardo Reis o de Caeiro porque cada uno de estos nombres trabaja con materiales y voces distintas. No hay entonces un rostro que se esconde en la función resonante de las máscaras. Se trata de múltiples rostros, cada uno con su fisonomía y sus obsesiones. Así, “más que escribir una obra, Fernando Pessoa exhibió un todo, una configuración literaria en la que se inscriben todas las oposiciones, todos los problemas del pensamiento del siglo”, ha dicho el escritor y filósofo Alain Badiou. Pessoa es la medusa literaria: un cuerpo que soporta a múltiples autores, todos legítimos, escribiendo en paralelo.
Pero, si Dios ha muerto, ¿lo ha reemplazado el “autor”?
Foucault se pregunta por el autor en el mismo momento histórico que hemos mencionado para ubicar a Pessoa: el momento en que la obra goza de la posibilidad de transgredir y el autor cuenta con un derecho que al menos supone suyo.  “Como si el autor, a partir del momento en que fue colocado en el sistema de propiedad que caracteriza nuestra sociedad, compensara… practicando sistemáticamente la transgresión, restaurando el peligro de una escritura a la que, por otro lado, se le garantizaban los beneficios de la propiedad… Esta noción de autor constituye el momento fuerte de individuación en la historia de las ideas”.
Desde el punto de vista del lector, podemos rastrear esta pregunta en Mallarmé: “¿Qué importa quién habla?”. Es decir: ¿cuánto agrega un nombre propio a la obra? Esto no sólo postula la desaparición del autor sino que incluso plantea esta ausencia como un cuestionamiento ético de la escritura contemporánea. El autor cumple en el texto una función articuladora del discurso y lo único importante es  “localizar, como lugar vacío –indiferente y apremiante a la vez– los sitios en donde ejerce su función”. Mallarmé encuentra una respuesta al problema de la modernidad postulando “la desaparición elocutoria del yo”: no hay un yo organizado ni un yo gobernando como fuente de “expresión”. Juegan las mismas palabras pero ya no hay necesidad de un sujeto que les otorgue el sentido y la direccionalidad. Mallarmé es para Pessoa una referencia explícita, toma su idea pero además la expande. La respuesta íntegra que da Pessoa a la crisis del poeta en la modernidad es la de los heterónimos. Mallarmé suprime el yo; Pessoa lo multiplica.
En La muerte del Autor, Roland Barthes dice: “El alejamiento del Autor (se podría hablar, siguiendo a Brecht, de un auténtico ‘distanciamiento’, en el que el Autor se empequeñece como una estatuilla al fondo de la escena literaria) no es tan solo un hecho histórico o un acto de escritura: transforma de cabo a rabo el texto moderno (o –lo que viene a ser lo mismo– el texto, que a partir de entonces se produce y se lee de tal manera que el autor se ausenta de él a todos los niveles)”.
En le caso de la obra de Pessoa la ausencia es multiplicación, una composición de sujetos. Este sistema de heterónimos que el poeta crea a modo de proyecto tanto poético como cultural, se opone en sí mismo a la noción de “expresión” puesta en jaque por la modernidad. Firmar con heterónimos es postular una situación de fingimiento como primer gesto. El escritor del texto tal como lo entiende y define Barthes –que ya no es su Autor, ni su narrador– también incluye al lector como simulador en el pacto de lectura: quien lee finge olvidar al sujeto porque lo que interesa es el texto. “El nacimiento del lector se paga con la muerte del autor”.
Y es que sin dudas con Pessoa aparece un lector diferente. Ya lo dice Marcelo Cohen en el prólogo a la edición de Poemas editados por Losada: “…como si tantos miles de páginas hubieran sido escritos para inducir en el lector un hábito de lo intrincado”.
Según Alain Badiou: “Los heterónimos se oponen al anonimato porque no pretenden ni lo Uno, ni el Todo. En cambio instalan originariamente la contingencia de lo múltiple”. Si multiplicar el yo fue una decisión insólita –teniendo en cuenta la tradición literaria anterior a Pessoa– sin duda el gesto se desbordó con la idea de Drama em gente. Como concepto, está íntimamente emparentado con la noción de escritura que tenía el poeta: escribir como un performativo. Los heterónimos salieron del texto y escribieron prólogos y epílogos, dialogaron incluso dentro de la obra de cada uno y fuera de la literatura: un heterónimo llegó a escribirle una carta a una mujer advirtiéndole que Pessoa no era un buen hombre para ella.
Muerta la omnipresencia de Dios, el autor no ha podido instaurarse como referencia hegemónica en la escritura. La modernidad nos enseñó a dudar de él pero tampoco llegó a sostener el anonimato. Bienvenidos a la contingencia de lo múltiple en donde se ha gestado un pedido de transparencia: el nuevo lector no quiere leer el “yo biográfico” de un nombre propio sino la condensación de su experiencia, y para eso necesita que el autor sea transparente, necesita que el autor no luzca. Un politeísmo sin nombres propios que, en palabras de Álvaro de Campos –uno de los tantos heterónimos de Pessoa–, dice:
Me he multiplicado, para sentir,
para sentirme, he necesitado sentirlo todo,
me he transbordado, no he hecho sino extravesarme,
me he desnudado, me he entregado,
y hay en cada rincón de mi alma un altar a un dios diferente.



Tomado de  http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/19654

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