Autocronograma

AUTOCRONOGRAMA

2008: 23 años deseando esta carrera.

2010: Bitácora de quien estudia en Puán porque la vida es justa y (si te dejás) siempre te lleva para donde querés ir.

2011: Te amo te amo te amo, dame más: Seminarios y materias al por mayor.

2012: Crónicas de la deslumbrada:Letras es todo lo que imaginé y más.

2013: Estampas del mejor viaje porque "la carrera" ya tiene caras y cuerpos amorosos.

2014: Emprolijar los cabos sueltos de esta madeja.

2015: Pata en alto para leer y escribir todo lo acumulado.

2016: El año del Alemán obligatorio.

2017: Dicen que me tengo que recibir.

2018: El año del flamenco: parada en la pata de la última materia y bailando hacia Madrid.

2019: Licenciada licenciate y dejá de cursar mil seminarios. (No funcionó el automandato)

2020: Ya tú sabes qué ha sucedido... No voy a decir "sin palabras" sino "sin Puán".

2021: Semipresencialidad y virtualidad caliente: El regreso: Onceava temporada.

2022: O que será que será Que andam sussurrando em versos e trovas 2023: Verano de escritura de 3 monografías y una obra teatral para cerrar racimo de seminarios. Primer año de ya 15 de carrera en que no sé qué me depara el futuro marzo ni me prometo nada.

11 de diciembre de 2011

Ayer leí sobre esta autora en Cuerpos que importan. Hoy me la encuentro blogueando


Granite & Rainbow




“Claroscuro”, de Nella Larsen (Editorial Contraseña)

Recomendaciones Reseñas — 11 diciembre 2011



“Claroscuro” es una sorpresa. Quizás porque el final te deja con la boca abierta, quizás porque nada tiene que ver con esa obra maldita que nos enseñan a los filólogos ingleses en la carrera “El hombre invisible”, de Ralph Ellison, quizás porque tiene mucho de “Diario de un ama de casa desquiciada”, de Kaufman, un poco de Sylvia Plath, un poco de “Reina Lucía”, de Benson. Es una sorpresa por la fluidez con la que narra el racismo, la marginación, el falseamiento de identidad, el querer y no ser. Es una sorpresa conocer, en las primeras páginas del libro, la realidad de la escritora. Desde el título de la novela, a la ilustración de la siempre genial Sara Morante, hasta el final mismo, “Claroscuro” es una novela de lectura obligatoria.

Esconderse para no huir. Disfrazarse para no sufrir. Enmascararse (qué razón tenías, Françoise, cuando decías que nada aliviaba más que una máscara) para poder vivir. Esconder el alquitrán para no desistir en el ahogo de la sociedad. Así podría definirse “Claroscuro”: el paso del negro al blanco sin encontrar en el camino menos sufrimiento que si lo hiciésemos al revés. Conclusión: el dolor no desaparece con el blanco; el blanco es, en sí, el epitafio. Las dos protagonistas de la novela, Irene Redfield y Clare Kendry (Bellew de casada), son negras blancas. Es decir, su aspecto no las delata como negras, perteneciendo a esa raza. Y mientras la primera, Irene, no esconde su identidad, la segunda sí que lo hace. Y lo hace, al menos, hasta que se reencuentran, muchos años después, y comienza a echar de menos habitar entre gente que es igual a ella. Las raíces, se llaman, y ella las redescubre. Tarde o no, acertadamente o no, justamente o no, Clare Kendry pasa a formar parte de la vida de una Irene Redfield a la que no acaba de gustarle esa intromisión en su vida. Es el hogar el poder, igual que pasaba en “Reina Lucía“. Y, en cierto modo, Irene Redfield es la Sylvia Plath de “Diario de un ama de casa desquiciada”, publicada en Libros del Asteroide: es esa mujer encerrada en una caja de cristal que ve su vida pasar al lado de un hombre infeliz que busca consuelo en otro cuerpo, en otra casa, en la calle misma si hace falta; es esa mujer insatisfecha que, pese a no esconderse, necesita de un refugio donde estar, sin más: estar. Y ese sitio donde está lo invade la bella y egoísta Clare Kendry, a la que es difícil resistirse. Y su castillo en el aire comienza a dar bandazos. Sálvese quien pueda.

“Claroscuro” habla de la verdad, sin tratarla, porque de lo que habla en realidad es de la mentira, y del egoísmo, y de las apariencias. Y la envidia. Por momentos le parecerá al lector encontrarse en el Londres o en la Nueva York victoriana más asquerosa, donde lo único importante, como en “La edad de la inocencia”, es la apariencia: pretender. Y habla también de la manipulación como único modo de supervivencia. El principio y el fin es la falsedad. De ahí que la novela hable de la verdad sin tocarla ni mirarla a los ojos: porque nos muestra la sociedad más repelente de todas, la racista, la de los guettos, la de los prejuicios. Y es que América siempre ha sido el mejor protagonista principal; el personaje al que más amamos odiar. “Claroscuro” vuelve a conseguirlo.

Dicen en la introducción del libro que “Claroscuro”, “no sólo trata la identidad racial, sino que también explora la relación entre apariencia y realidad, el engaño, la manipulación y la identidad sexual”. Sólo falta que el lector descubra quién encarna qué: ¿Será Irene Redfield la manipuladora o lo será Clare Kendry? ¿Escapa alguna de las dos del pecado recurrente de la sociedad americana de la Nueva York de los años veinte? ¿Se salvará alguna de nuestro juicio? “Claroscuro” es toda una sorpresa, no por el final, ni por la fluidez, ni por estar bien escrita, ni por conocer la realidad de la autora o la realidad de los personajes; es una sorpresa por su genialidad. Quien se acerca a este libro no espera lo que le viene encima, y esa es su grandiosidad. Es difícil que una novela sorprenda, y “Claroscuro” lo consigue. Quizás por la distancia con la que la leemos, pero qué más da. “Claroscuro” es un pequeño gran milagro que hay que disfrutar.



Tomado de http://www.graniteandrainbow.com/?p=2553

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