Reseña: Enterrados, de Miguel Vitagliano
Trama que juega con las digresiones
Un hombre con medio cuerpo sepultado bajo unos escombros es el extravagante propulsor de la narración de Enterrados. El libro de Miguel Vitagliano (Buenos Aires, 1961) aborda dos historias amorosas –la de Bartolomé Mitre y Delfina Vedia, y la de Elisa Lynch y Francisco Solano López– que se van ramificando con pequeños comentarios al margen y confluyen en la Guerra de la Triple Alianza.
El anónimo "enterrado" funciona más bien como una abstracción y es asistido por una primera persona muy intermitente ("creo que dijo…"; "lo vi girar la cabeza…"). En las piedras que lo rodean ve los rostros de quienes aparecen en su relato: "Como si el territorio de escombros estuviera parcelado en su imaginación y los escombros fueran fichas de una biblioteca. Fichas de piedra que obedecían a la necesidad de lo que contaba".
El tema de las piedras reaparece en diferentes momentos ("Elisa jugaba a ser piedra y él [el enterrado] se empeñaba en hacerlas hablar") y es uno de los elementos con los que Vitagliano pone en marcha un infatigable motor asociativo: de las "manchas" que Xavier de Quatrefages, el esposo de Elisa Lynch, ve cuando pierde la visión de un ojo, pasa a Flaubert y a las "manchas de lo que debía ser su novela", Madame Bovary (que será leída en cinco tardes por Elisa). En un pasaje (vía Dupin-Estados Unidos) vincula los nombres de George Sand, Edgar Allan Poe y Sarmiento. En otro, la berlina que lleva a la dama irlandesa por las calles de Asunción le da pie para analizar la evolución de los medios de transporte y citar a Ezequiel Martínez Estrada a propósito de lo que representó la invención del automóvil. O, en otra parte, compara las infecciones padecidas en sus piernas por los soldados de la Triple Alianza con los tormentos similares sufridos por la columna guerrillera enviada por el Che Guevara a Salta en la década de 1960 y recuerda que en esa provincia se filmaron varias secuencias de Taras Bulba.
Si estas digresiones (o "derivas") hubiesen sido insertadas en notas al pie de página, el texto habría sido despojado de su coloratura esencial. Deben aceptarse como piezas fundamentales de la estructura de Enterrados, porque invitan a disfrutar de un laborioso juego intelectual cuyas sutiles conexiones, además de ir conformando una envolvente sincronía de hechos e ideas referidos a ese período del siglo XIX, trascienden la época y resuenan en el presente con nuevos interrogantes.
La Divina Comedia, obra a la que Mitre dedicó gran parte de su vida a traducir, proporciona un leitmotiv a Enterrados que no solo permite relacionar a Galileo, Boccaccio, Balzac, Virgilio o Borges, sino también explorar un aspecto más íntimo de la compleja personalidad de Mitre y adentrarse en los dilemas idiomáticos que implica traducir al español los versos de Dante.
El horror de la Guerra del Paraguay que, junto con la de Crimea, fue considerada la más sangrienta entre 1815 y 1914, sirve para analizar las ambiguas máscaras que se exhiben en torno al enfrentamiento conceptual de civilización versus barbarie. Vitagliano menciona a Sarmiento, la frase de Borges sobre el Facundo y el Martín Fierro, alude a su cuento "El fin" y cita también a Alberdi que, en El crimen de la guerra, escribió: "¿Será la civilización el interés que lleva a los aliados al Paraguay? A este respecto sería lícito preguntar si la llevan o van a buscarla…".
El autor elige un estilo despojado y distante que otorga fluidez a las idas y venidas entre la trama central de Enterrados y las partes más expositivas. No pierde el hilo de la narración, pero tampoco renuncia al afán asociativo que, en los momentos más extremos, parece querer dar la impresión de que todo puede relacionarse con todo.
Enterrados
Por Miguel Vitagliano
Edhasa274 páginas$ 495
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