27 de abril de 2021
Mi enjujeñamiento crónico
18 de abril de 2021
Volviendo a definir poeta con Cervantes
En Viaje del Parnaso:
Llorando guerras o cantando amores,
la vida como en sueño se les pasa,
o como suele el tiempo a jugadores.
Son hechos los poetas de una masa
dulce, suave, correosa y tierna,
y amiga del hogar de ajena casa.
El poeta más cuerdo se gobierna
por su antojo baldío y regalado,
de trazas lleno y de ignorancia eterna.
Absorto en sus quimeras, y admirado
de sus mismas acciones, no procura
llegar a rico como a honroso estado. ( I, 89-99)
Miguel de Cervantes Saavedra
Además de las patas en la fuente los poetas se lavaron las bolas
Este Cervantes siempre tan pillín. Miren lo que poema en Viaje del Parnaso:
"Llegóse, en fin, a la Castalia fuente
y, en viéndola, infinitos se arrojaron,
sedientos, al cristal de su corriente.
Unos no solamente se hartaron,
sino que pies y manos y otras cosas
algo más indecentes se lavaron." (III, 367-372)
10 de abril de 2021
Hablando de brujas y chorizos
El caldero de las brujas NO es una metáfora, ni lo fue para ellas, ni los es para nosotras, aprendices, mujercitas domesticadas que intentamos recordar.
Perdón por mi metáfora carnicera pero sientipienso que meto todo lo que leo, escucho, produzco, estudio, comparto en una máquina como las picadoras de carne o las tripas de chorizos o salchichas y empujo, empujo la pelota, el amasijo, para que salga un hilito finito, comestible, observable, producto híbrido y sabroso de tantos ingredientes.
9 de abril de 2021
Narradora y crítica de arte

Un movimiento centrífugo: literatura y crítica de arte en María Gainza
Una suerte de movimiento centrífugo, del centro hacia la periferia del ámbito periodístico, opera en la figura de la narradora y crítica de arte argentina María Gainza. Pero conviene empezar por el principio, aunque sea para rebelarnos. El padre de María Gainza fue Alberto Gainza Paz, periodista y empresario, quien dirigió durante años el importante diario bonaerense La Prensa, que fundó su abuelo —y bisabuelo de la autora— José Camilo Paz en 1869. Por su parte, José Camilo Paz fue una de las figuras más ricas y poderosas de la Generación del Ochenta, que gobernó Argentina después de las guerras civiles, iniciando así el período de la organización nacional. Estos dos hombres, con su estatus aristocrático y su importante relación con el periodismo de la época, representan para María Gainza un punto de partida, en el sentido genealógico (donde arraigan algunos de sus atributos) y en el sentido centrífugo que comentábamos al principio (esto es: desde donde se alejan esos mismos atributos). La clase alta y el periodismo, vinculados a la rama masculina de la familia, están tan ligados a la vida de la autora como su progresiva dilución.
Con la subida al poder de Juan Domingo Perón, el diario La Prensa, abiertamente disidente, entró en un declive del que nunca logró recuperarse. Por supuesto, la posición social y económica de la familia Gainza Paz sufrió las consecuencias de este declive, pero la fiebre del periodismo sobrevivió en María. Nacida en Buenos Aires en 1975, trabajó como corresponsal de The New York Times y de ArtNews. Durante más de diez años fue colaboradora regular de la prestigiosa revista ArtForum y del suplemento cultural del diario argentino Página/12. Fue coeditora de la colección sobre arte argentino «Los Sentidos», de Adriana Hidalgo Editora, y en 2011 publicó el libro Textos elegidos, que reúne algunas de sus notas y ensayos sobre arte, aparecidos durante años en distintos medios de prensa. En 2014, sin embargo, dio el salto hacia la narrativa de ficción con un libro titulado El nervio óptico, publicado originalmente por la editorial argentina Mansalva, que, ampliando su recorrido hacia Chile (Laurel Editores, 2016) y España (Anagrama, 2017), ha provocado la inesperada admiración conjunta de público y crítica.
En la línea de otras autoras como Siri Hustvedt, Rachel Kushner y Sheila Heti, o de las iberoamericanas Graciela Speranza, Laura Erber, Sònia Hernández y Verónica Gerber, el libro de Gainza navega entre la historia y la crítica del arte, la crónica social, el ensayo intimista, la ficción histórica y la tan controvertida autoficción. En El nervio óptico, la autora engarza once capítulos que son relatos pendulares, dialécticos, sobre la historia personal de una familia aristocrática venida a menos y la relación de este descenso con distintas incursiones furtivas en la historia de la pintura. A través del arte de Courbet, Rothko, Cándido López o Augusto Schiavoni, la narradora —también María, guía y curadora de muestras de arte— dibuja los trazos de una biografía fragmentaria y poco convencional, que rehúye los métodos tradicionales de la biografía y la investigación historiográfica, como la cronología lineal del nacimiento al fallecimiento del artista o la focalización difusa para evitar imprecisiones, y que, al contrario, hace confluir las funciones propias de la novela con las de la crítica: describir, interpretar y valorar.
“Caza del ciervo”, Alfred de Dreux
El libro de Gainza transita, de este modo, las tres principales formas de contacto entre literatura y arte descritas por Miguel Ángel Hernández, narrador e historiador del arte, en su importante artículo «La novela como laboratorio: espacios de contacto entre el arte y la literatura» (2019). Por un lado, hay ciertamente una aproximación temática, que sitúa al arte como escenario de la trama y que queda presente desde el inicio del libro. Por otro, se da también una aproximación procedimental, que traspasa algunas de las ideas y modos de hacer del arte al campo de la literatura, lo cual se aprecia en la forma en que las consideraciones críticas sobre arte afectan al desarrollo formal del relato. Y, por último, existe una aproximación que observa las modalidades en las que el arte se hace eco de ciertos problemas existenciales, lo cual permite a la narradora establecer analogías con sus propias preocupaciones: la relación con una madre abiertamente clasista, la enfermedad del marido, la distancia de sus amistades o la relación conflictiva con sus hermanos, entre otras.
En su acercamiento a la obra de arte, el crítico pierde muchas veces su conexión con la experiencia: la suya propia y la que desarrolla a partir de su lectura u observación de la obra. Sin embargo, el lugar que Gainza ocupa como autora de ficción le permite prescindir de los presupuestos de objetividad, exhaustividad, rigor institucional, originalidad o veracidad que sí se exigen, en cambio, al crítico profesional o académico. Este rechazo posibilita su incursión en las obras (las pinturas, en este caso) como materia viva, existencial, modificándola y dejándose modificar por ella; permitiendo que el mecanismo que las hace funcionar como obras de arte siga operando a pesar de su intervención, que no es ya disección ni taxidermia. En la novela de Gainza el arte está vivo, «funciona». La narración se ve afectada por el paso de lo visual, por su vivencia a través de los personajes y, muy especialmente, de la narradora protagonista, quien describe y analiza no solo los cuadros, sino el efecto que estos producen en ella.
La relación entre el arte y la literatura es antigua y su apreciación puede remontarse al célebre ut pictura poesis de Horacio. Sin embargo, es sabido que a partir de las vanguardias y, sobre todo, de su recuperación a partir de 1950, las barreras entre ambos mundos tienden a diluirse radicalmente con propuestas artísticas como las del grupo Art & Language, las del concretismo brasileño o las de autores conceptuales como Emilio Isgrò. En la actualidad, la contaminación —por decirlo de una forma directa, aunque insuficiente— del arte por la literatura y la narración puede observarse en las obras de Almudena Lobera, Dora García, Tacita Dean, Dominique Gonzalez-Foerster o Sophie Calle, entre otras muchas artistas. Pero la presencia del arte en la escritura de Gainza no opera de forma tan explícita, más allá de su presencia obvia como espacio de representación, sino que lo hace al nivel de la experiencia estética. El espectador, en el libro de Gainza, sufre la modificación de su realidad por el contacto con la obra de arte, que está presente de forma activa en el texto narrativo. Desde el punto de vista formal, la escritora logra estos trasvases utilizando, por ejemplo, la imagen barroca y enorme de la cara del famoso ciervo de Dreux, en expresión de pánico ante el ataque de los perros de presa y la muerte inminente que lo aguarda, para desarrollar una profunda meditación sobre la volatilidad de la vida. O bien la desbordante comunión del dogma y la sensualidad en las pinturas de El Greco para abordar la complicada y contradictoria relación con su hermano, su enfermedad y su muerte. No en vano, en una entrevista reciente con Scott McNamara, Gainza declara que una de sus mayores influencias conscientes es la del célebre The Story of Art, de Gombrich, y llama la atención la autora sobre el hecho de que no es The History of Art, sino The Story, la historia con minúscula: la narración, el relato.
En la página 20 de la novela, Gainza ha escrito una de esas frases que antes de nacer ya parecen inmortales. Después de describir la absurda muerte de una vieja amiga, la narradora dice: «Y no sé qué hacer con esa muerte tan tonta, tan gratuita, tan hipnótica, y tampoco sé por qué lo estoy contando ahora, pero supongo que siempre es así: uno escribe algo para contar otra cosa». Quizá en esa diferencia, en ese acto diferido, podamos identificar un rasgo distintivo importante entre la crítica de arte como género ensayístico, e incluso como un tipo de texto periodístico, y la narrativa de ficción. Quizá ese acto diferido sirva para representar simbólicamente el alejamiento entre el diario bonaerense La Prensa, que fundó José Camilo Paz en 1869, y la novela El nervio óptico que escribió su nieta, María Gainza, 145 años después. Uno escribe algo para contar otra cosa, dice María, la narradora de El nervio óptico. Cabría preguntarse ahora, para terminar, si no será esa, precisamente, la distancia que media entre la crítica de arte y el arte de la crítica.
“Instant Narrative” (2008), Dora García
Mario Aznar
Profesor de UNIBA
Referencias
Aznar Pérez, M. (2018): «Un arte general del signo: Imagen y escritura en las cancellature de Emilio Isgrò», Escritura e Imagen, 14, 9-14.
Aznar Pérez, M. (2019): Crisis del lenguaje y ficción crítica. De Borges a Vila-Matas. Tesis Doctoral. Universidad Complutense de Madrid.
Gainza, M.ª (2011): Textos elegidos 2003-2010. Buenos Aires: Editorial Capital Intelectual.
Gainza, M.ª (2017): El nervio óptico. Barcelona: Anagrama.
Gerber Bicecci, V. (2015): Conjunto vacío. Logroño: Pepitas de calabaza.
Gombrich, E. (1950): The Story of Art. Londres: Phaidon.
Hernández, M. Á. (2013): Intento de escapada. Barcelona: Anagrama.
Hernández, M. Á. (2019): «La novela como laboratorio: espacios de contacto entre el arte y literatura», Cuadernos Hispanoamericanos, 823, 38-48.
Hernández, S. (2017): El hombre que se creía Vicente Rojo. Barcelona: Acantilado.
Hustvedt, S. (2004): Todo cuanto amé. Barcelona: Anagrama. Trad. de G. Castelli.
Hustvedt, S. (2014): Un mundo deslumbrante. Barcelona: Anagrama. Trad. de C. Ceriani.
Speranza, G. (2017): Cronografías. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo. Barcelona: Anagrama.
Pato, A. (2012): Literatura expandida. Arquivo e citação na obra de Dominique Gonzalez-Foerster. São Paulo: Sesc/Associação Cultural Videobrasil.
McNamara, S. (2019): «An Afternoon at María Gainza’s Buenos Aires Home. Talking About Art, Criticism, and Autofiction», Literary Hub, 31 de marzo. En línea: https://lithub.com/an-afternoon-at-maria-gainzas-buenos-aires-home/
Su tatarabuelo
La mano del pintor, de María Luque
En su primera novela gráfica, María Luque (Rosario, 1983) parte de un hecho histórico para contar una historia bella y simple: su tatarabuelo, Teodosio Luque, fue médico de campaña durante la Guerra del Paraguay (1864-1870) y sirvió en el Batallón de San Nicolás, donde también había sido reclutado como soldado el pintor Cándido López (1840-1902). Herido en la batalla de Curupayty, López sufrió la amputación de la mano derecha, con la que pintaba, y a partir de este suceso Luque imagina un nexo con la historia hipotetizando que fue su ancestro quien operó al pintor. El fantasma de Cándido se le presenta y le pide que, dado que ella es artista y descendiente de su cirujano, le ayude a completar su obra inconclusa. Así, ambos construyen una extraña amistad, con el fantasma del pintor relatando su vida pasada mientras ambos recorren la Buenos Aires actual. Luque dibuja la voz de Cándido, quien cuenta la guerra como tragedia, crimen y absurdo, con una pizca de humor para descomprimir la densidad del relato y reflexionar sobre lo que implica ser artista en una sociedad determinada. El cuerpo es clave en esta última cuestión: Cándido es manco y Luque sufre del síndrome de De Quervain, una tendinitis de la mano conocida como mal del dibujante.
La autora juega con el concepto del mal dibujo, en espejo con la figura de López, quien nunca pudo acceder al circuito del arte ni ser reconocido como artista mayor hasta mucho tiempo después. María admite no dibujar “bien” (académicamente hablando), pero al mismo tiempo su labor parece compulsiva —de ahí que el reposo obligado de su mano sea una especie de mutilación de su voluntad y fruición—. Lo que urge es contar, aunque eso implique ser rechazado por el canon (del arte y de la historieta respectivamente).
Una segunda cuestión aparece en la elección de la historieta para contar los sucesos de la guerra. Llegado un momento, el relato se encuentra con el límite de la representación del horror. ¿Cómo solucionar ese dilema? Cuando Luque admite no poder seguir dibujando, sus conversaciones con Cándido de alguna manera completan lo inabarcable de ese pasado.
Finalmente, tenemos la actividad independiente y colectiva que sostiene Luque como dibujante de sus propios fanzines. Cándido se muestra fascinado por los métodos de reproducción contemporáneos y la libertad que estos proveen para los artistas. De alguna manera, esa historieta es posible gracias a una ética de trabajo, un compromiso con uno mismo y con la historia del país.
La mano del pintor fue editada gracias a una exitosísima campaña en Ideame. Es la cristalización de ese esfuerzo colectivo e independiente: públicos, autores y editoriales que no responden a los patrones clásicos del consumo de historieta, pero que de alguna manera se han integrado al circuito, transformándolo a base de un esfuerzo plural, valiente y decisivo.
María Luque, La mano del pintor, Sigilo, 2016, 192 págs.
El pintor y la dibujante
En este libro María Luque narra el encuentro de Cándido López, el artista que documentó la Guerra del Paraguay, y una dibujante, alter ego de la autora.
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Por Alejandro Caravario
Durante la Guerra de la Triple Alianza, masacre infligida al pueblo paraguayo de la que jamás se recuperó, el soldado y pintor argentino Cándido López perdió su mano hábil, la que usaba para registrar cada pormenor de la campaña comandada por el general Bartolomé Mitre. La amputación, medida extrema para salvar la vida de López tras la batalla de Curupaytí, en la que resultó herido de gravedad, estuvo a cargo de Teodosio Luque, por entonces estudiante de medicina.
Este dato de la guerra es el origen remoto de La mano del pintor, la hermosa novela gráfica en la que María Luque –tataranieta de Teodosio– homenajea a un artista soslayado por la academia de la manera más contundente y amorosa: recreando su obra.
El fantasma de Cándido se presenta ante la dibujante María, alter ego de la autora, para pedirle, ya que “los muertos no podemos pintar”, que termine su obra inconclusa sobre la Guerra del Paraguay.
Tal es el punto de partida de una aventura privada –el pintor y su pupila–, que de algún modo reproduce el itinerario biográfico del propio López, quien durante la contienda realizó bocetos que solo transformó en pinturas a su regreso. Para lo cual, además de evocar las acciones con el máximo rigor, tuvo que entrenar su mano inhábil. De modo similar, en las viñetas de Luque, el pintor manco (mejor dicho, su espíritu) acude a una delegada –en este caso la mano es ajena– para cumplir el cometido documental que Cándido, el Cándido histórico, se había planteado.
La reconstrucción de la guerra a escala personal –la memoria de la muerte– escande el relato. María, mientras se prepara para ser Cándido, lo interroga sobre el pasado. Pero no hay en esta exploración ningún sesgo político, sino la impresión del ojo testigo, las sensaciones que luego se volcarán en la tela.
“Muchas de las viñetas del libro están basadas en pequeños detalles de las pinturas de Cándido. Tuve la ventaja de no tener que imaginar casi nada. Él nos muestra el paisaje, el vestuario de los soldados, los preparativos para la batalla y los enfrentamientos con mucho detalle. Sí tuve que adaptarlo a mi manera de dibujar y al espacio a veces reducido de las viñetas”. Luque nos explica su procedimiento. Sus herramientas –lápices de colores, marcadores, acuarelas, acrílico– y las dimensiones cambiantes de las viñetas hacen del libro una mezcla de cómic y pintura. Dos lenguajes que Luque engloba en el dibujo. Ella se considera dibujante, oficio que, dice, puede acoger otras disciplinas plásticas.
La obra de Cándido es incomparable. Tildada de naif (con la actitud despectiva que esconde una descripción en apariencia solo técnica), a la cátedra le gusta decir que está inspirada en la cartografía militar europea. Vale la pena darse una vuelta por el Museo Nacional de Bellas Artes para comprobarlo o refutarlo in situ. Allí están colgados algunos de estos relevamientos obsesivos de la guerra a los que se abocó el pintor que murió en 1902.
Luego de mucho trajinar, logró venderle sus trabajos al estado nacional. Padre de 12 hijos, las penurias económicas de López superan con su verismo cruel cualquier mitología acerca de la bohemia del artista. Para Cándido su pintura era, en primer lugar, un acto de servicio. Un gesto patriótico, y ese era el reconocimiento que exigía.
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La perspectiva panorámica recuerda la visión de un chico que dispone sobre el suelo del patio su batería de soldaditos de plomo. Ese mirador, que podría darles la razón a los que subrayan cierta ingenuidad, contrasta con el celo mimético, testimonial, de un cronista que no ahorra sangre ni opta por detalles metafóricos que atenúen la cantidad de soldados en acción, la cantidad de vidas en juego. Ni el tenor sobrecogedor de una batalla real, con sus muertos desperdigados, su carnicería anónima.
“Creo que Cándido no pensaba mucho en etiquetas ni trató de adaptarse a las modas y los mandatos de su época. Me parece que su obra es muy difícil de catalogar. Tampoco vamos a encontrar artistas que hayan continuado con su tradición. Es una especie de punto solitario y hermoso en la historia del arte”, lo elogia María Luque.
Debido a la necesidad de una impresión y un papel que les hiciera justicia al dibujo y el color (se trata de un libro-objeto, bello objeto), La mano del pintor es unos de esos emprendimientos descabellados para las finanzas de las editoriales. Así como Cándido y María se asociaron para continuar una obra inconclusa en una suerte de producción colectiva y sucesiva, el volumen publicado por Sigilo contó con un financiamiento grupal. Gracias a la contribución de los lectores, el libro pudo ver la luz. “Era genial ver el entusiasmo de la gente y saber que antes de que el libro estuviera impreso ya había cerca de 400 colaboradores que lo habían comprado”, recuerda María. Se supone que la novela gráfica no tiene un público masivo ni mucho menos. Otro riesgo asumido por esta obra que la confirma como excepcional.
Todo era huir. Todo era resucitar. Todo era calcinarse al sol, junto a un palo
sábado, enero 23, 2010
Martín Rodríguez: Paraguay
¿Corrientes no era Polonia?
El Mariscal quería pisar tierra, una vez.
Paraguay era una ciudad de agua, un pantano.
Mato Grosso-Corrientes, países de agua también
pero que van hacia el mar…
Las aguas como la piel de gallina:
llegó a Corrientes pisando las aguas,
en patas, tirando flores. Quería pisar tierra, una vez.
Con su vapor de la marina paraguaya, de una marina sin mar.
No te duermas sin haber cantado las nanas de la guerra. Decía.
Pintate con carbón no sólo los bigotes, el ceño fruncido, la bala hundida, el
orificio: todo.
Después llegó la guerra, Mitre, Caxias, las batallas, una a una, en series:
Curupaytí: el flujo temporal de la batalla.
Curupaytí: 3ra columna, 4ta columna, columnas de humo hacia el fuego.
Pero fueron necesarios los niños. Los niños: la bala líquida.
”Esquema semiótico básico”: ataque-defensa, aliados-enemigos, derrota-victoria.
Pero los niños, como el agua, se escurrían en los dedos. Grababan sus figuras en
el barro, temblaban con el racimo de sus dedos (la uva blanca), contra el agua
dejaban caer el polvo de la pólvora como polvo dorado, se sacaban todo de
encima. Incluso la guerra se la sacaban de encima: corrían como si tuviesen
encima un hormiguero. Hormigas rojas corrían en ellos también.
Siguieron al Mariscal hasta la muerte, en manos de los negros-esclavos-libres.
Camorra
Los árboles, los árboles, los árboles,
Los niños, los niños, los niños.
Los camorreros, la saliva, la rabieta,
desnudos junto al fuego...
El fuego, el fuego, el fuego.
Hay que leer el mundo.
Palo
Vuelve a la Normalidad el Caos Original…
Al primer niño lo hallaron sólido, abrazado a un palo.
Sentado de espaldas a un hormiguero,
recitando estos versos:
“El mundo se acabará.
No se encontrará el secreto.”
Palangana
La obsesión del espíritu está hirviendo: la guerra en la pava abollada.
En esas circunstancias de amor y condena.
De una palangana cayó un callo de piel blanca: la nueva ser para la guerra.
Calcio: un estero te baña.
Una isla de té verde bañada insistentemente con leche.
Guerra
Todo era huir de la madre.
De la muerte de la madre,
la madre muerta,
morir con la madre,resucitar entre sus piernas
crucificado, deseoso el que huye de la muerte de la madre
porque es su propia muerte en sustancia, el que
huye de la locura de la madre,
de sus voces en el sueño,
de sus pasos en el corral.
Todo era huir.
Todo era resucitar.
*Martín Rodríguez, poeta argentino (buenos aires 1978). Publicó, entre otros libros, Agua negra, Natatorio, El conejo, Lampiño, Maternidad Sardá.