28/6/15 Del blog de Javier Avilés
Varamo, de César Aira
Un día de 1923, en la ciudad de Colón (Panamá), un escribiente de tercera salía del Ministerio donde cumplía funciones, al terminar su jornada de trabajo, después de pasar por la Caja para cobrar su sueldo, porque era el último día hábil del mes. En el lapso que fue entre ese momento y el amanecer del día siguiente, unas diez o doce horas después, escribió un largo poema, completo desde la decisión de escribirlo hasta el punto final, tras el cual no habría agregados ni enmiendas. Para terminar de cerrar sobre sí mismo este lapso, debe decirse que nunca antes, en su medio siglo de vida, había escrito un solo verso, ni se le había ocurrido ningún motivo para hacerlo; tampoco volvió a hacerlo después. Fue una burbuja en el tiempo y en su biografía, sin antecedentes ni consecuentes. La inspiración quedó dentro de la acción, y viceversa, alimentándose una a la otra y consumiéndose entre sí, sin dejar restos. Aun así, no habría pasado de ser un episodio privado y secreto si su protagonista no hubiera sido Varamo, y el poema resultante la celebrada obra maestra de la moderna poesía centroamericana El Canto del Niño Virgen.
Este es mi primer y exitoso acercamiento a la narrativa de Aira. Un texto que aparentemente intenta responder a la pregunta “¿qué relación puede haber entre un par de billetes falsos y una obra maestra literaria?” pero que supone una maravillosa reflexión sobre la literatura o más bien, sobre los azarosos caminos del acto de la escritura. Al final, nos viene a decir Aira en la novela, todo relato, todo poema, toda creación literaria no es más que una falacia a la que le atribuimos (a posteriori) ciertos valores (que seguramente no tiene en sí mismo)
El Canto del Niño Virgen entra en la categoría de la llamada «literatura experimental», como que es un ejemplo sobresaliente de las vanguardias latinoamericanas de las primeras décadas del siglo. Su capacidad de contener todos los rasgos circunstanciales previos a su escritura es un elemento histórico definitorio. Y no es que tenga ese poder por ser una obra de vanguardia, sino al revés: es vanguardista porque permite esta deducción. Vale decir que es de vanguardia todo arte que permite la reconstrucción de las circunstancias reales de las que nació. Mientras que la obra de arte convencional tematiza la causa y el efecto, y con ello se cierra alucinatoriamente sobre sí misma, la obra vanguardista queda abierta a sus condiciones de existencia.
La novela relata una serie de acontecimientos absurdos y demasiado anclados en lo material, que nada tienen que ver con la literatura, que se suceden a lo largo de un día, que concluyen en la creación de la obra maestra de la moderna poesía centroamericana.
Pero durante la lectura me saltan todas las alarmas. Porque Varamo se puede leer como una novela amable y simpática (muy, muy divertida) sobre las exageradas desventuras de un mediocre funcionario, pero también, a causa de las digresiones del narrador sobre la función del estilo indirecto libre:
De hecho, si esto fuera una novela, su principal defecto estaría en la fría abstracción intelectual que envuelve sus páginas, y que procede del uso del indirecto libre para crear un punto de vista a la vez exterior e interior del protagonista, que por ello se vuelve un ente discursivo, sin vida.
Y esto me lleva a imaginar que Varamo sea en ciertas manera un intento de deconstrucción del Ulises de Joyce partiendo de esa premisa que apunta el texto de Aira, la falta de vida del personaje como “ente discursivo”. Varamo reúne la personalidad de Bloom y de Dedalus (aunque su vertiente de “poeta” sea circunstancial y accidental) personajes, según los criterios que expone Aira, “sin vida”, entes discursivos y, por tanto, extrapolables a otras demarcaciones en el espacio y en el tiempo. El Ulises de Joyce se publicó en 1922 y la acción de Varamo transcurre (sin que se justifique la fecha) en 1923. Ambas transcurren en un único día, se componen de una sucesión de escenas en las que se interactúa con distintos personajes y ambas concluyen en una especie de texto cercano al sin sentido considerado una obra maestra, el monólogo de Molly Bloom y el poema (“la idea de la prosa, ese refinamiento de las viejas civilizaciones, le era por completo ajena”) de Varamo, que no aparece en la novela.
Incluso aparece una mujer coja.
(Como siempre, soy demasiado vago para profundizar en las similitudes... pero en Varamo se oculta un gran tema para un ensayo)
Hay mucho más en Varamo de lo que aparenta. Y aún así, la simple apariencia de Varamo, es suficiente para tenerla en cuenta.
Definitivamente no será la última novela que lea de Aira.
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