16 de abril de 2017

Raro ni a palos

ENTREVISTAS

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Roque Larraquy

Damián Huergo
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Roque Larraquy es escritor, guionista y docente universitario. Su último libro,Informe sobre ectoplasma animal (Eterna Cadencia), se centra en la invención de la ectografía, una seudociencia capaz de captar mediante una fotografía “un tipo de residuo matérico inscripto en éter que el animal deja de sí cuando muere”. Es decir, logra recuperar en una imagen la convivencia entre vida y muerte, entre pasado y presente, habitando la misma materia. El libro-objeto incluye ilustraciones de Diego Ontivero que funcionan de un modo autónomo y complementario. En 2010 Larraquy publicó su primer libro, La comemadre, otra mezcla atractiva de ciencia, literatura y anatomy art. Aprovechando la aparición de su segundo libro, nos juntamos a hablar de seudociencias, ciencia ficción, Yrigoyen, Facebook y fábricas recuperadas.
¿Qué es ese artefacto llamado Informe sobre ectoplasma animal?
El Informe es una novela muy pequeña, fragmentaria, que intenta inscribirse en un tono que sea al mismo tiempo el de un informe y el de una prosa poética. Busqué que pueda dar cuenta de un fenómeno particular, a principios del siglo XX, cuando se termina de definir para el resto del siglo qué es una ciencia y qué no lo es. Al mismo tiempo, me interesaba laburar un relato que estuviera bordeando la ciencia ficción. Una ciencia ficción en retrospectiva, que tuviera cierta resonancia poética en la selección de una terminología que usualmente sería descrita como inefable.
¿Cuál fue el disparador de la invención de la ectografía?
Hace unos años me fui de vacaciones a una finca en Mendoza, donde había muchos animales. Me puse a sacar fotos. Había una chancha particularmente siniestra. Y cuando volví empecé a retocarlas con photoshop, burdamente. Después las subí a un fotolog y les ponía un texto debajo. En ese momento había un alto grado de relación entre imágenes y textos, al punto de la literalidad.
¿De ahí surgió la idea de la seudociencia?
Exacto, surgió de una imagen. Luego volé todo de la red. En ese momento, con Diego (Ontivero) nos conocíamos hace poco. Pero me interesaba su laburo y le dije que quería articular un libro que tenga imágenes y textos por igual. Imágenes diferentes a las fotografías que él ya conocía, que eran más aptas para un disco de hardcore que para cualquier otra cosa.
¿Cómo se complementan los textos y las ilustraciones?
La idea era que sean dos relatos que corran por su propio carril. Que tengan puntos de intersección, pero que nunca la ilustración reflejara directamente algún aspecto del texto, de su materialidad. Sí que fuese una interpretación de Diego. La discusión estuvo en que la imagen no literalizara el texto, en que no acotara las posibilidades de lectura. Laburamos mucho con imágenes del constructivismo ruso. Queríamos que tuviera una impronta muy gráfica, pero que escapara de una cuestión funcional.
La ectografía trabaja sobre la convivencia entre vida y muerte habitando la misma materia. ¿Qué zonas filosóficas o espirituales te fuiste cruzando durante la escritura?
Soy un tipo que no cree en fantasmas ni en nada de eso. Sin embargo, la figura del fantasma o del espectro siempre me pareció muy seductora, porque -de alguna manera- desde lo literario niega la linealidad del tiempo. Además, tiene esa mezcla entre memoria, recuerdo, materia, no materia. Me pareció atractivo laburarlo en principio desde ahí. Pero no hice ningún tipo de búsqueda de texto filosófico que abordara la cuestión. Sí investigué bastante sobre textos de espiritismo, sobre todo acerca de lo que ocurría a principios del siglo XX.
La comemadre (Entropía, 2010) también se construye sobre una red entretejida entre ciencia, arte y literatura. ¿De dónde viene el interés por los universos científicos?
Aún estoy intentando ver qué es lo que me interesa, escribiéndolo. Mi viejo era médico psiquiatra, mi hermano es psicólogo, vengo de una familia donde el pensamiento mágico -de alguna manera- estaba proscripto. En mi familia, había una actitud muy atravesada por una cierta idea del comunismo romántico, que yo disfruté mucho en la infancia. Pero a medida que iba creciendo me fui dando cuenta de que había un área de la literatura, de la ciencia ficción, del género fantástico, que me llevaba a un mundo distinto y seductor, a un mundo de incertidumbre.
En Informe… hay un personaje secundario fundamental para el desarrollo de la ectografía, un senador de la Liga Republicana. ¿Cuál es la importancia que tiene en la actualidad narrar el periodo del golpe de 1930?
La época del 30 es un periodo clave, porque inaugura una tradición de golpes militares. Además, me interesa porque -en particular- veo muchas resonancias de lo ocurrido con Yrigoyen con lo que ocurre hoy en día. Le hicieron un golpe desde los medios, se trabajó a la clase media consumidora de periódicos demonizando su figura, convirtiéndolo en un tipo que supuestamente estaba gagá, que era un pelotudo. Al mismo tiempo, otra resonancia que veo, es que Yrigoyen fue probablemente el primero de los presidentes argentinos que estaba intentando algún tipo de reforma social puntual. De hecho muchas de las propuestas de ese momento, fueron tomadas luego por el peronismo. Entonces me interesa esa época como un eco de la actual. Como un eco lejano, tampoco como un anclaje.
¿Qué te interesa de la relación entre seudociencias y política?
Las seudociencias de principios del siglo XX, no lograron conformarse en ciencias porque tienen una gran porción de pensamiento mágico en sus sistemas. Pero al mismo tiempo se encuentran muy vinculadas a un pensamiento de derecha, por lo general. O a un pensamiento conservador. Desde el espiritismo que tuvo muchísimo que ver con la genealogía del nazismo, la frenología que estuvo al servicio del control social en manos de la policía, hasta incluso seudociencias más neutras como la medicina electrogalvánica, un tratamiento muy en boga entre cierta clase media alta que lo consumía y divulgaba. Me interesa indagar esa relación entre pensamiento conservador, de derecha, y pensamiento mágico.
Cuando apareció La comemadre tuvo muy buena recepción. Varios nos preguntamos por la continuidad de tu trabajo. Sin embargo, tu nombre era esquivo hasta del mismísimo dios Google. De golpe, con la publicación deInforme sobre ectoplasma animal volvieron a multiplicarse las entrevistas y reseñas. ¿Cómo te llevas con las críticas y la sobreexposición?
Cuando uno escribe, es difícil que alguien venga y te haga una devolución pensada, articulada. Entonces yo disfruto mucho cuando aparece una lectura crítica. Y por supuesto, aún más, cuando entra algún tipo de crítica negativa. Ahí hay una parte fundamental para el crecimiento. Después, todo lo que tiene que ver con la red nunca me pareció demasiado seductor. Prefiero más una cosa de intercambio personal. Pero eso es demasiado anticuado, algo decimonónico. Así que ahora dije, bueno, me armo un facebook de difusión, aunque sé que en algún momento -una vez que me acostumbre- voy a terminar subiendo fotos de todos los bichos que tenga.
¿Hubo algún cambio como autor entre un libro y otro?
La verdad, voy a ser sincero, cuando publiqué La comemadre lo único que tenía para decir era lo que tenía escrito. Si bien había hecho toda una reflexión interna, larguísima, para llegar al texto, no había hecho ese movimiento interno de convertir esa escritura creativa a una lectura crítica. Es decir, yo no era un muy buen crítico de mi propia escritura. Por lo tanto, no me parecía salir a hablar o a exponerme, diciendo tonteras, restringiendo las posibilidades de lectura del texto. Más bien esperé que hubiera un tiempo entre el texto y yo. Un tiempo de distancia, para poder verlo de lejos y poder hablarlo un poco mejor, difundirlo mejor. Eso fue clave. Sin dudas me interesa difundir lo que escribo, lo que no me interesa es difundirme a mi.
Hay una visión anacrónica que sigue buscando la vanguardia en lo -denominado- “raro”, en lo “inclasificable”. Tu proyecto literario logra satisfacer estos deseos. ¿Calificarías a tus libros de “raros”?
No, no me parece. Sí, creo que se pueden vincular con laburos de otros escritores que fueron llamados raros. Por ejemplo Juan Emar o Felisberto Hernández, autores que leí muchísimo. La identificación de un texto como raro me parece propio de una vagancia crítica, un gesto de holgazanería. Además, lo veo un gesto demasiado pendiente de una circunstancia contextual. Lo extraño es una sensación, el primer peldaño de una situación del texto. Uno debería poder ir un poco más allá. No creo que mis libros sean extraños. Es cierto que contextualmente no me interesa escribir historias de amor -aunque lo he hecho- ni sobre la mirada interna de mi generación, de cómo percibe las contradicciones. Me parece que hay gente que lo hace muchísimo mejor que yo. Me interesa otra área del potencial literario: la articulación ciencia-arte, la recuperación de discursos perimidos o fracasados como lo son las seudociencias. En todo caso, puedo decir que es un interés peculiar, no extraño ni raro.
¿Seguís pensando en indagar esos territorios?
Cada vez menos. Ahora estoy escribiendo una novela que transcurre en el 57, dos años después del derrocamiento de Perón. Y es algo así como una novela de espionaje que tiene algo de ciencia ficción, pero a la argentina. En retrospectiva, eso tal vez es lo que se junta con mis textos anteriores, pero ya el tema seudociencias no aparece.
Como guionista sos parte de la miniserie Fábricas, llevado adelante por la Productora de Contenidos Audiovisuales de la Universidad Nacional del Centro, que rescata la historia de dos empresas recuperadas por sus trabajadores. ¿Cómo conviven en tu proyecto creativo-laboral la cruza entre el lenguaje realista con esa especie de registro fantástico-científico que trabajas en tus novelas?
Fábricas fue un laburo por encargo. Vinieron y me dijeron, tenemos la posibilidad de filmar estas fábricas en Tandil, de que los obreros participen o den su testimonio. Y por suerte dije que sí, porque el proyecto me interesaba como desafío. De hecho fue una escritura bastante tortuosa, no estoy acostumbrado a este tipo de realismo. Mucho menos a algo que me obligaba a una investigación, por ser algo totalmente lejano a mi vida. Me interesaba el salto cualitativo que habían hecho al dejar de ser empleados para ser parte de una cooperativa, eso es un giro interno alucinante. Fue un laburo complicado, porque era ajeno a lo que venía haciendo, y la verdad es que me encontré con gente inteligentísima, sensible, lo cual me dio mucha alegría. Además lo trabajamos en equipo, con la gente con la que laburo en las cátedras de guión de Tandil, donde doy clases.
¿A qué le decís Ni a palos?
Al mundo Lanata, le diría. A eso.

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