En “Prosa de Estado y estados de la prosa”, y en muchos otros de sus ensayos, Marcelo Cohen reflexiona sobre las mismas cuestiones que aparecen, bajo la forma de la figuración y la metáfora, en sus textos de ficción, estableciendo una zona de diálogo como modo de construir una poética. Cohen propone el término “prosa de Estado” para referirse al “compuesto que cuenta las versiones prevalecientes de la realidad de un país, incluidos los sueños, las fantasías y la memoria” (Cohen 2006: 1). La “prosa de Estado” incluye al aglomerado de mensajes y discursos vinculados a las funciones de intercambio y comunicación; es el lenguaje de la prensa, la política, la publicidad, la radio y la televisión. Es un “virus verbal” que se expande modelando los deseos y aspiraciones, las formas del placer y del ocio, los ritos e intercambios sociales. Ejerce una función de vigilancia y control, le pone nombre a aquello que puede (debe) ser nombrado, apresando la vida cotidiana y el pensamiento en formas hegemónicas de orden simbólico. Pero, además, la “prosa de Estado” es “omnívora”, absorbe y coloniza todo lo que encuentra a su paso, haciéndolo funcional a su ímpetu de dominio. Por esto, se esfuerza por conquistar también a la literatura, patrocinando una hueste literaria servil, capaz de oficiar como la exquisitez que la “prosa de Estado” se permite para “elevarse”.
Silvina Sanchez, en http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.1161/ev.1161.pdf
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