11 de febrero de 2013

Cruzando Borges y Muñoz Molina


Lo primero que hace Borges es inventar una tradición cultural para ese lugar ex-céntrico que es su país. Esta operación estética e ideológica recorre su obra en la década del veinte y la primera mitad de la década del treinta, hasta Historia universal de la infamia, donde publica su primer cuento de cuchilleros. Pero la operación no está terminada entonces: el problema de la cultura argentina vuelve a las ficciones de Borges hasta sus últimos libros, especialmente en algunos cuentos de El informe de Brodie, escritos a mediados de la década del sesenta. Borges reinventa un pasado cultural y rearma una tradición literaria argentina en operaciones que son contemporáneas a su lectura de las literaturas extranjeras. Más aún: puede leer como lee las literaturas extranjeras, porque está leyendo o ha leído la literatura rioplatense. En Borges, el cosmopolitismo es la condición que hace posible inventar una estrategia para la literatura argentina; inversamente, el reordenamiento de las tradiciones culturales nacionales lo habilita para cortar, elegir y recorrer desprejuiciadamente las literaturas extranjeras, en cuyo espacio se maneja con la soltura de un marginal que hace libre uso de todas las culturas. Al reinventar una tradición nacional Borges también propone una lectura sesgada de las literaturas occidentales. Desde la periferia, imagina una relación no dependiente respecto de la literatura extranjera, y está en condiciones de descubrir el 'tono' rioplatense porque no se siente un extraño entre los libros ingleses y franceses. Desde un margen, Borges logra que su literatura dialogue de igual a igual con la literatura occidental. Hace del margen una estética.


Beatriz Sarlo, en Borges, un escritor en las orillas

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