Según Derrida en "La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas" el discurso de la filosofía o de la metafísica occidental tiene una configuración estructural que se organiza alrededor de un centro ordenador. Este centro ordenador adquiere muchas formas y expresiones: esencia, alma, logos, consciencia, dios, significado, verdad, identidad, presente. Una de las consecuencias de este centro ordenador es que produce una distinción entre un interior (el centro) y un exterior que queda marginado. Esto es lo que crea oposiciones binarias: estructuras del pensamiento que generalmente se presentan como ahistóricas, universales, metafísicas o naturalizadas:
• Alma / cuerpo.
• Lenguaje / escritura.
• Espiritualidad / materialidad.
• Interior / exterior.
• Significado / significante.
• Identidad / diferencia.
• Esencia / apariencia.
• Natural / artificial.
El primer término de la pareja actúa como centro, gobernando al otro de forma lógica y axiológica. De esta manera, el segundo queda marginado, en un nivel inferior de la jerarquía, desplazado, rechazado, como si tuviera sólo un valor negativo o fuera meramente suplementario. El alma como superior al cuerpo, el lenguaje hablado como superior a la escritura y más próxima al alma, el significado como esencial en comparación con el significante, que es accidental. La esencia sobre la apariencia, que es su mera copia imperfecta, y así. Además, el primer término (el centro), se pretende puro, y se describe de tal manera que puede permanecer aislado completamente del segundo término y de sus falencias.
El asunto de la pureza es importante. Derrida alguna vez afirmó que la deconstrucción era “el pensamiento de la contaminación diferencial”. Y ahora es importante que prestemos atención al asunto de la contaminación y de la pureza. Lo que la deconstrucción hace, en este sentido, es mostrar que el primer término nunca puede aislarse completamente del segundo. Que no hay una pureza de un interior (un centro) que pueda aislarse de una exterioridad.
Esta contaminación de un miembro de la oposición (el marginado) sobre el otro (el centro) se puede presentar de múltiples maneras. La deconstrucción puede mostrar que las razones para rechazar al marginado aplican también para el centro. O que sólo podemos describir adecuadamente el centro usando recursos lingüísticos, metafóricos o estilísticos que de una u otra manera provienen del elemento marginado. O que el centro depende en algún sentido, para existir, de lo marginado. Cada una de estas estrategias de contaminación merecería un análisis independiente que no podemos presentar aquí. Pensemos por ejemplo en lo que Derrida afirma en “De la gramatología” sobre la relación oposicional entre lenguaje y escritura. Se supone que hay una jerarquía, donde el lenguaje oral es el único lenguaje, es decir, el lenguaje puro que se identifica con el logos, con la voz, con el hálito divino. La escritura queda reducida a ser una mera representación de sonidos. Los signos lingüísticos escritos son entonces desplazados, marginados, son incluso vistos como impuros y hasta criminales, ya que pretenden usurparle al logos puro su verdadero valor transcendente. Así sucede, cada cual a su manera, en Platón y en Saussure, y según Derrida, en casi toda la tradición filosófica occidental.
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