Pedir tinieblas al Sol
cuando por Oriente enseña
tras la hermosísima Flora
de su rostro la belleza;
pedir que la misma Flora,
cuando su madeja peina,
no borde, en vez de rocío,
los verdes campos de perlas;
pedir a los elementos
dejen su trabada guerra,
y en conformes voluntades
truequen su fiera contienda;
pedir al Cielo pena,
gloria a las almas
que el Infierno encierra,
es pedir a tus ojos,
que no tengan conmigo más enojos.
Pedir al mar que refrene sus olas,
y que se vuelva,
humilde, mansa, apacible,
siendo cruel y soberbia;
pedir que sus peces anden
sin peligro por la tierra,
y que saquen a las gentes
de aljófar las conchas llenas;
que las sirenas no canten
ni los oyentes se duerman,
y que habiten por los campos
los tritones y nereas;
pedir al Cielo pena,
gloria a las almas que el Infierno encierra,
es pedir a tus ojos,
que no tengan conmigo más enojos.
Pedir a los ruiseñores
no canten celosas quejas,
y que la tórtola viuda
segundo marido quiera;
pedir que la sola fenis
cuando en el fuego se quema,
no renazca en sus cenizas
y que una sola no sea;
pedir que el águila real,
cuya vista el Sol penetra,
deje de mirar los rayos
por mirar a las tinieblas;
pedir al Cielo penas,
gloria a las almas que el Infierno encierra,
es pedir a tus ojos,
que no tengan conmigo más enojos.
María de Zayas y Sotomayor. Novela VII: Al fin se apaga todo.
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