26 de octubre de 2022

Leyendo por obligación y a las puteadas

Tengo que leer una novela de Kohan para atender una clase particular. Qué embole dedicarle tiempo al machirulismo novelístico. Todo sea por criticarlo con más más más fundamento.



Empiezo a leer Confesión, de Martín Kohan. Me acuso a mí misma de prejuiciosa, de entrar a la novela desde mis malas experiencias como alumna, como lectora de sus entrevistas y declaraciones, de algún cuento que reproduce macho macho aunque se haga el progre ("El amor" es un ejemplo perfecto) y decido relajar, intentar ver qué hay ahí sin defenderme. A la segunda página ya estoy con los tapones de punta: me jode, me eriza, me brota que asuma la voz de quien no debe, me jode que hable en primera persona como si fuera omnisciente y me doy cuenta que esa es la definición perfecta de discurso machirulo: digo yo y lo sé todo.



Yo, que vengo mapeando literaturas mesopotámicas de nuestra América escritas por mujeres y llenas de agua y de sabiduría "entre ríos", acabo de encontrar las dos páginas más claras de aquello que llamamos "literatura urbana androcéntrica" y todas sus características despreciables, incluída la noción de que el Río de la Plata es feo y la ciudad hace bien en "darle la espalda". (Se me ocurrió una hipótesis gay sobre lo de "ser la espalda" pero no podré plantéarsela a la pobre alumna que me encargó esta lectura y recién conoceré mañana).



Yo, que vengo mapeando literaturas mesopotámicas de nuestra América escritas por mujeres y llenas de agua y de sabiduría "entre ríos", acabo de encontrar las dos páginas más claras de aquello que llamamos "literatura urbana androcéntrica" y todas sus características despreciables, incluída la noción de que el Río de la Plata es feo y la ciudad hace bien en "darle la espalda". (Se me ocurrió una hipótesis gay sobre lo de "ser la espalda" pero no podré plantéarsela a la pobre alumna que me encargó esta lectura y recién conoceré mañana).



El narrador machirulo tira datos a troche y moche: escribe, cataloga, clasifica, incluso cita el catastro y las diferencias entre ordenes religiosas justificando que el narardor lo sabe porque "lo leyó en Juvenilla". Je. Transparente y orgulloso de sus filiaciones él, puteando a mansalva yo.



Se llama Río de la Plata y don machirulo se queja de que tiene color de barro, o de caca. Pero hacerse cargo de los efectos urbanos sobre el agua, jamás. Ah, y cita a Borges para contradecirlo. Habrase visto. (No se puede leer con tanto odio o el putear teórico es la única forma de sobrevivir a esta novela).



Uy, uy, uy: ahora a la cita de Borges, suma Saer, Guimaraes Rosa y Eduardo Mallea!!!!!! Y después dicen que yo soy la cerrada que tengo prejuicios contra el pobre machirulismo literario.


Continuando con mi lectura de novela de novelista machirulo y en honor más a mi lectura que a cualquier verdad única, confieso que encontré media página que me gustó mucho: es aquella en la que el narrador deja de fingir ser protagonista o testigo, dueño de ninguna voz, sino que juega a narrar y narra jugando con las palabras. Y no cualquier palabras sino las del Padre nuestro. Muy geniales las frases que arma la nena caliente con ese castigo repetitivo que le manda el cura.



Las púberes del narrador machirulo se masturban en la iglesia como cualquier pichón de machirulo poniendo las manos en los bolsillos. Ja. Lo que es no saber nada de vulvas ni de sacos de mujer.



El cura, el novio y el narrador machirulos deciden qué partes de la cuerpa de una mujer son vírgenes y hasta dónde ella inmaculada: los helados y la comida hacen que la boca no sea virgen ya, tocar y agarrar cosas hace que las manos sean experimentadas, dar "pequeños alivios" al varón ayuda a llegar pura al matrimonio.



 No se puede ser tan forro con un "personaje" como la abuela, la madre de un desaparecido. No se puede no hacerse cargo de tanta historia y tanto dolor o, peor, fingir que se está haciendo cargo como escritor comprometido y meter una historia que subvierte así todo los deseos y tristezas, las deudas y los miedos de la sociedad argentina, de una generación o dos, de las mujeres en particular, de las madres, de las abuelas. Odié la novela. Más fundamentos para mi aversión, ya fundada, hacia el autor.

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