Fragmento:
"Los brujos de las luciérnagas, descendientes de los grandes estrechocadores de pedernales, hicieron siembra de luces con chispas en el aire negro de la noche para que no faltaran estrellas guiadoras en el invierno. Los brujos de las luciérnagas con chispas de piedras de rayo. Los brujos de las luciérnagas, los que moraban en las tiendas de piel de venada virgen.
Luego se encendieron fogarones con quien conversar del calor que agostaría las tierras si venía pegando con la fuerza amarilla, de las garrapatas que enflaquecían el ganado, del chapulín[4] que secaba la humedad del cielo, de las quebradas sin agua, donde el barro se arruga año con año y pone cara de viejo.
Alrededor de los fogarones, la noche se veía como un vuelo tupido de pajarillos de pecho negro y alas azules, los mismos que los guerreros llevaron como tributo al Lugar de la Abundancia, y los hombres cruzados por cananas, las posaderas sobre los talones. Sin hablar, pensaban: la guerra en verano es siempre más dura para los hombres de la montaña que para los de la montada, pero en el otro invierno vendrá el desquite, y alimentaban la hoguera con espineros de grandes shutes[5], porque en el fuego de los guerreros, que es el fuego de la guerra, lloran hasta las espinas."
Migual Angel Asturias, Hombres de maiz
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