21 de mayo de 2011

Debajo del faldellín de Dulcinea

"La Cueva (de Montesinos) se construye como una comarca paradójica donde las consabidas inversiones místicas se suprimen, por cuanto, en definitiva, las mismas
tienen cierta lógica en su ordenada mutación de criterios. En el más allá de Montesinos prima, en cambio, el encantamiento. Allí no hay una sentida progresión hacia Dios, sino, por el contrario, un aleatorio desplazamiento por los confines de los posesos, ya que, como bien lo puntualiza el guía de la comarca “con otros muchos de vuestros conocidos y amigos nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años”. Y si bien la narración sugiere que, conforme el dispositivo caballeresco,
será construida como la aventura guardada solo para don Quijote, la acción demuestra, a contrapelo de lo esperable, que nada de todo cuanto allí se le
dice, encripte un mensaje o una línea de acción para el futuro. Don Quijote,
a diferencia de tantos protagonistas de catábasis, no sale imbuido de una
renovación espiritual, de nuevos saberes o de certezas ineludibles.

El caballero debe volver a la superficie “porque se llegaba la hora donde
me convenía volver a salir de la sima”8 y porque, en definitiva, “sería en
balde”9 que intentara algo en el más allá. Y el mensaje ultraterreno del que
debería ser portador muda en una información que, oportunamente, se le haría saber. La verdad de ese otro mundo no resulta expresada por un mensaje propio de aquél, sino, en cambio, por saberes e informaciones que en éste se le comunicarían.
Dulcinea forma parte de ese universo ultraterreno, por cuanto su figura se hace presente tanto en los dichos de un encantado –el mismo Montesinos– cuanto en una peculiar visión que el caballero tiene de ella y del cortejo de dos figuras que la habían acompañado en el momento del encantamiento.
En el caso de los dichos de Montesinos, verdadero anuncio verbal de la
aparición de su figura, el motivo de su mención lo brinda una degradada
explicación del mal semblante de Belerma:
Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses y aún años, que no le tiene ni asoma por sus puertas; sino del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en las manos, que la renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante;
que si esto no fuera, apenas la igualara en hermosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos y aún en todo el mundo.
La descripción del guía infernal plantea, cazurramente, dos comparaciones, una de las cuales, burlescamente, irrita al caballero mientras que la otra, por el contrario, se desliza imperceptiblemente. Montesinos refiere, en primer lugar, que la “amarillez” de Belerma no obedece, como suele suceder, al “mal mensil, ordinario en las mujeres”, equiparación en la cual, evidentemente, se incluyen todas las restantes, y parangona, a posteriori, la hermosura de la dama encantada con aquella de “Dulcinea del Toboso”.

La mención del “mal mensil”, impropia desde donde se la mire y mucho más aún en tanto instancia de justificación de una mengua estética de una dama cuya pertenencia al universo elevado de la literatura caballeresca ameritaría, en sí misma, un parámetro descriptivo diverso, no solo implica una puntualización de un aspecto de la corporeidad femenina habitualmente silenciado por el ethos del lenguaje –ningún poeta loa los menstruos de sus enamoradas, ni los caballeros los de sus damas– sino que también habilita, a partir del develamiento de ese componente negado, una desestructuración de las variables idealizantes de tales descripciones.
Las mujeres, bien lo sabe Montesinos, menstruan, y la negación de que el mal semblante de Belerma no pueda explicarse por ello porque “ha muchos meses y aún años, que no le tiene ni asoma por sus puertas”, no hace otra cosa que denunciar el componente traumático a nivel corpóreo del proceso fisiológico. Y a ello hay que sumarle que la violencia de la aclaración se potencia con la puntualización vulgar de ese estado en el que, efectivamente, las partes corpóreas involucradas se contaminan con otros imaginarios. La vagina por donde Belerma menstrua son “puertas” por cuanto se estaría sugiriendo la descripción anatómica de los labios vulvares, uno a cada lado, como las hojas de una puerta, o porque la vagina se hermana, en
el imaginario erótico, con otra vía de acceso carnal, el ano.
Montesinos, el más prolijo guía del cuerpo femenino que podría haberse encontrado en el infierno, ha liberado el imaginario proscripto de toda mujer celebrada por los órdenes literarios. El más allá en el cual guía a don Quijote es aquel que va de la cintura para abajo de toda mujer. Cuenta, lo que no se ve, naturaliza un interdicto, socializa lo que, en el otro lado, supondría una instancia de vergüenza y mácula.
Por ello es relevante que la pasión infernal de la dama encantada quede inscripta en la “amarillez” de su rostro, color que como bien explica Covarrubias es “la más infelice, por ser la de la muerte, y de la larga y peligrosa enfermedad”y el lector recuerda, tal como al mismo don Quijote se le hace saber, que Belerma no está muerta, sino encantada. La tez amarilla de la dama peregrinante resulta digna de una enferma cuya dolencia, en este contexto, no sería muy difícil de inferir. E incide también en ello el que la doliente mutación física de Belerma se actualice en sus “ojeras”, marco deformante del órgano más preciado del rostro en todas las tradiciones cancioneriles, a menos que, en concordancia con todo el imaginario venéreo que tiñe su exhibición, sea menester referirlas al ojo del culo de cuya actividad, dicho sea de paso, don Quijote parece estar muy al tanto cuando indica que en el más allá ha hecho experiencia de que los encantados “no tienen excrementos mayores”.
Humores y sequedad se cruzan en la descripción de Belerma y la declaración de unos reenvía, necesariamente, a los pares antagónicos faltantes. No hay sangre ni en el corazón que lleva en sus manos –con lo cual estaría vivo el amado– ni en su útero –con lo cual ella podría generar vida– y sus enjutas y secas ojeras –de los ojos que fueren– en un cuerpo amarillento, solo indican una abismal afección justificable en “las malas noches y peores días” que sobrelleva en el más allá."



Vila, Juan Diego. En EL INFERNAL MÁS ALLÁ FEMENINO:UNA VISIO ERÓTICA DEBAJO DEL FALDELLÍN DE DULCINEA

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