28 de mayo de 2011

Lamento de Belisa

De pechos sobre una torre

Lope de Vega




De pechos sobre una torre

que la mar combate y cerca,

mirando las fuertes naves

que se van a Inglaterra,



las aguas crece Belisa

llorando lágrimas tiernas,

diciendo con voces tristes

al que se aparta y la deja:



«Vete, cruel, que bien me queda

en quien vengame de tu agravio pueda».



«—No quedo con solo el hierro

de tu espada y de mi afrenta,

que me queda en las entrañas

retrato del mismo Eneas,



y aunque inocente, culpado,

si los pecados se heredan;

mataréme por matarle,

y moriré porque muera—».



«Vete, cruel, que bien me queda

en quien vengarme de tu agravio pueda».



«Mas quiero mudar de intento

y aguardar que salga fuera

por si en algo te parece

matar a quien te parezca.



Mas no le quiero aguardar,

que será vívora fiera,

que rompiendo mis entrañas

saldrá dejándome muerta».



«Vete, cruel, que bien me queda

en quien vengarme de tu agravío pueda».



Así se queja Belisa

cuando la priesa se llega;

hacen señal a las naves

y todas alzan las velas.



«Aguarda, aguarda, le dice,

fugitivo esposo, espera...

Mas, ¡ay! que en balde te llamo;

¡plega a Dios que nunca vuelvas!—».



«Vete, cruel, que bien me queda

en quien vengarme de tu agravio pueda».

1er parcial de Griego II

8.50
2 horas 35
Mucha ayuda del profe.

21 de mayo de 2011

Debajo del faldellín de Dulcinea

"La Cueva (de Montesinos) se construye como una comarca paradójica donde las consabidas inversiones místicas se suprimen, por cuanto, en definitiva, las mismas
tienen cierta lógica en su ordenada mutación de criterios. En el más allá de Montesinos prima, en cambio, el encantamiento. Allí no hay una sentida progresión hacia Dios, sino, por el contrario, un aleatorio desplazamiento por los confines de los posesos, ya que, como bien lo puntualiza el guía de la comarca “con otros muchos de vuestros conocidos y amigos nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años”. Y si bien la narración sugiere que, conforme el dispositivo caballeresco,
será construida como la aventura guardada solo para don Quijote, la acción demuestra, a contrapelo de lo esperable, que nada de todo cuanto allí se le
dice, encripte un mensaje o una línea de acción para el futuro. Don Quijote,
a diferencia de tantos protagonistas de catábasis, no sale imbuido de una
renovación espiritual, de nuevos saberes o de certezas ineludibles.

El caballero debe volver a la superficie “porque se llegaba la hora donde
me convenía volver a salir de la sima”8 y porque, en definitiva, “sería en
balde”9 que intentara algo en el más allá. Y el mensaje ultraterreno del que
debería ser portador muda en una información que, oportunamente, se le haría saber. La verdad de ese otro mundo no resulta expresada por un mensaje propio de aquél, sino, en cambio, por saberes e informaciones que en éste se le comunicarían.
Dulcinea forma parte de ese universo ultraterreno, por cuanto su figura se hace presente tanto en los dichos de un encantado –el mismo Montesinos– cuanto en una peculiar visión que el caballero tiene de ella y del cortejo de dos figuras que la habían acompañado en el momento del encantamiento.
En el caso de los dichos de Montesinos, verdadero anuncio verbal de la
aparición de su figura, el motivo de su mención lo brinda una degradada
explicación del mal semblante de Belerma:
Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses y aún años, que no le tiene ni asoma por sus puertas; sino del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en las manos, que la renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante;
que si esto no fuera, apenas la igualara en hermosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos y aún en todo el mundo.
La descripción del guía infernal plantea, cazurramente, dos comparaciones, una de las cuales, burlescamente, irrita al caballero mientras que la otra, por el contrario, se desliza imperceptiblemente. Montesinos refiere, en primer lugar, que la “amarillez” de Belerma no obedece, como suele suceder, al “mal mensil, ordinario en las mujeres”, equiparación en la cual, evidentemente, se incluyen todas las restantes, y parangona, a posteriori, la hermosura de la dama encantada con aquella de “Dulcinea del Toboso”.

La mención del “mal mensil”, impropia desde donde se la mire y mucho más aún en tanto instancia de justificación de una mengua estética de una dama cuya pertenencia al universo elevado de la literatura caballeresca ameritaría, en sí misma, un parámetro descriptivo diverso, no solo implica una puntualización de un aspecto de la corporeidad femenina habitualmente silenciado por el ethos del lenguaje –ningún poeta loa los menstruos de sus enamoradas, ni los caballeros los de sus damas– sino que también habilita, a partir del develamiento de ese componente negado, una desestructuración de las variables idealizantes de tales descripciones.
Las mujeres, bien lo sabe Montesinos, menstruan, y la negación de que el mal semblante de Belerma no pueda explicarse por ello porque “ha muchos meses y aún años, que no le tiene ni asoma por sus puertas”, no hace otra cosa que denunciar el componente traumático a nivel corpóreo del proceso fisiológico. Y a ello hay que sumarle que la violencia de la aclaración se potencia con la puntualización vulgar de ese estado en el que, efectivamente, las partes corpóreas involucradas se contaminan con otros imaginarios. La vagina por donde Belerma menstrua son “puertas” por cuanto se estaría sugiriendo la descripción anatómica de los labios vulvares, uno a cada lado, como las hojas de una puerta, o porque la vagina se hermana, en
el imaginario erótico, con otra vía de acceso carnal, el ano.
Montesinos, el más prolijo guía del cuerpo femenino que podría haberse encontrado en el infierno, ha liberado el imaginario proscripto de toda mujer celebrada por los órdenes literarios. El más allá en el cual guía a don Quijote es aquel que va de la cintura para abajo de toda mujer. Cuenta, lo que no se ve, naturaliza un interdicto, socializa lo que, en el otro lado, supondría una instancia de vergüenza y mácula.
Por ello es relevante que la pasión infernal de la dama encantada quede inscripta en la “amarillez” de su rostro, color que como bien explica Covarrubias es “la más infelice, por ser la de la muerte, y de la larga y peligrosa enfermedad”y el lector recuerda, tal como al mismo don Quijote se le hace saber, que Belerma no está muerta, sino encantada. La tez amarilla de la dama peregrinante resulta digna de una enferma cuya dolencia, en este contexto, no sería muy difícil de inferir. E incide también en ello el que la doliente mutación física de Belerma se actualice en sus “ojeras”, marco deformante del órgano más preciado del rostro en todas las tradiciones cancioneriles, a menos que, en concordancia con todo el imaginario venéreo que tiñe su exhibición, sea menester referirlas al ojo del culo de cuya actividad, dicho sea de paso, don Quijote parece estar muy al tanto cuando indica que en el más allá ha hecho experiencia de que los encantados “no tienen excrementos mayores”.
Humores y sequedad se cruzan en la descripción de Belerma y la declaración de unos reenvía, necesariamente, a los pares antagónicos faltantes. No hay sangre ni en el corazón que lleva en sus manos –con lo cual estaría vivo el amado– ni en su útero –con lo cual ella podría generar vida– y sus enjutas y secas ojeras –de los ojos que fueren– en un cuerpo amarillento, solo indican una abismal afección justificable en “las malas noches y peores días” que sobrelleva en el más allá."



Vila, Juan Diego. En EL INFERNAL MÁS ALLÁ FEMENINO:UNA VISIO ERÓTICA DEBAJO DEL FALDELLÍN DE DULCINEA

Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos, los generosos, los altamente nacidos

"Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos, los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta inreparable; pero de que me tengan por sandio los estudiantes, que nunca entraron ni pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite: caballero soy, y caballero he de morir, si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia, otros por el de la adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa, y algunos por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra. Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean, y, siéndolo, no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno: si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y duquesa excelentes."


Don Quijote de la Mancha, Caballero de los Leones

14 de mayo de 2011

El retablo de Maese Pedro


Gaiferos liberador



GAIFEROS LIBERA A MELISENDRA

Jugando estaba Gaiferos
en su tablero real,
con los dados en la mano,
que los quería tirar.
-¡Para eso sois, Gaiferos,
para los dados jugar
y no coger el caballo
e ir Melisendra a buscar!
-Siete años la he buscado,
no la he podido encontrar,
cuatro por la morería
y tres por la cristiandad.
-Dicen que estaba en Sansueña,
en Sansueña esa ciudad,
si pronto no la rescatas,
mora te la harán tornar.-
Él se fuera paso a paso
a casa de don Roldán:
-Un favor te pido, tío,
no me lo quieras negar:
tus armas y tu caballo
para mi esposa buscar.
-Tengo hecho juramento
sobre un libro misal
mis armas y mi caballo
a nadie los vaya a dar,
los tengo bien avezados
y los vas a avezar mal.-
Bajara la vista al suelo
y encomenzara a llorar:
-Quédese con Dios, mi tío,
siempre me ha querido mal.
-Vuelve, vuelve, mi sobrino,
que a ti te las voy a dar,
mi cuerpecito ligero
para irte a acompañar.
-Solo me tengo de ir, solo,
a Melisendra buscar.
-Los usos de mi caballo
te los tengo de enseñar:
dándole una sopa en vino
y una corteza de pan
y aflojándole la cincha
y apretándole el petral
siete batallas de moros
bien las sabría saltar.-
Maldiciendo iba el vino,
maldiciendo iba el pan,
el que los moros comían,
que no el de la cristiandad;
él reniega de aquel árbol
que solo en el campo nace,
todas las aves que pasan
en él suelen aposarse;
él reniega de la madre
que tan sólo un hijo pare,
si se lo cautivan moros,
no tiene quien lo rescate,
si se le cae una espuela,
no tiene quien se la calce.
Cuando a Sansueña llegó,
moros en mezquita están,
no siendo un moro viejo
para las damas guardar.
-Ábreme la puerta, moro,
que vengo de allende el mar,
tanto oro y plata traigo
cuenta de él no puedo dar.-
El moro, con la codicia,
las abrió de par en par;
cuando las tenía abiertas,
ya las quería cerrar:
-Fuera, fuera, cristianillo,
aquí no debes de entrar,
en las armas y caballo
pareces a don Roldán.-
Entre vueltas y revueltas,
el moro en el suelo cae.
Se fue paso contra paso
donde las damas están:
-¿Sois vos hijas de villanas
o de más bajo lugar,
que vos hablo con política
y no queréis contestar?
-Somos hijas de señores,
de buena sangre real.
-¿Con cuáles dormía el perro,
con cuáles solía holgar?
-Con todas, señor, con todas,
con todas, por nuestro mal;
no siendo con Melisendra,
que la van a encoronar
reina de los siete reinos
por la noche de San Juan,
que es una noche muy larga
por con ella solazar.-
Con el ruido de las armas,
ella se salió a asomar:
-Caballero de armas blancas
¿sois de Francia natural?,
¿conocéis a don Gaiferos,
sobrino de don Roldán?
Le daréis mis encomiendas,
bien pagadas os serán.
-Las encomiendas, señora,
vos se las heis de llevar.-
La cogiera entre los brazos,
la pusiera en el ruán.
Con los aullidos del moro
se alborotó la ciudad;
tantos moros van tras ellos
que el sol hacen anublar.
Por milagro que Dios hizo,
el caballo empieza a hablar:
-Si me dieras sopa en vino,
como me solían dar,
siete batallas de moros
habría de traspasar.-
Si el cristiano mata muchos,
el caballo mata más;
tanta es la sangre que corre,
que hacía un río caudal.
-Allí viene un perro moro
¡ay Dios mío!, ¿qué traerá?,
¡trae las herraduras de oro,
los clavos de pedernal!-
Se conocen los caballos
en el modo de rinchar;
se conocen las espadas
en el modo de cortar;
se conocen tío y sobrino
en el modo de pelear.

Este romance tradicional del siglo XX tiene su origen conocido en un romance “juglaresco” de 612 octosílabos (o 306 versos dieciseisílabos con cesura, contados como versos épicos). Repetidamente impreso en el s. XVI, fue, sin duda, compuesto por uno de esos cantores profesionales que, a fines de la Edad Media, se especializaron en los temas “carolingios” (sobre los personajes adscritos a la corte de Carlomagno).
“Sansueña”, que Sancho identificaba con la moderna Zaragoza, cuando advertía a don Quijote que su empresa de ir a Berbería, como un nuevo Gaiferos, con solas sus armas y caballo a sacar de cautiverio al joven don Gregorio “a pesar de toda la morisma” tenía el inconveniente de no poderse hacer por “tierra firme”, es derivación de “Sansoigne”,‘Sajonia’, pronunciado con el diptongo provenzal “Sansuenha”; en ella, al otro lado del Rin, se situaba obviamente la acción de la chanson de geste de Saisnes, des Saxons o de Guideclin, pero las derivaciones provenzales y españolas de ese poema épico la colocaron en un ignoto lugar de la morería española, pues ya no concebían otros “paganos” que no fueran musulmanes. “Melisendra” es “Belissend”, la hija del Emperador , que figura asimismo en un romance tradicional , el del “Despertar de Melisendra”, inspirado en una escena de la chanson de geste francesa de Amis et Amil , donde también lleva ese nombre. En cuanto a “Gaiferos”, es claro que se trata del héroe pan-germánico “Walther de España “ o ¨de Aquitania”, cantado por Ekkehard en su Waltharius, en el viejo Waldere anglosajón, en el Biterolf medio-alto-alemán y en la Thidrekssaga noruega, y que de su leyenda procede la trama del rescate desarrollada por nuestro romance juglaresco. No es convincente la hipótesis de que hubiera en España una tradición épica de orígenes remotos referente a “Waltharius”; los elementos que aproximan alternativamente este romance y el de “La escriveta” a las distintas obras europeas referentes al héroe lo que sí demuestran es la existencia de una tradición épico-baladística más compleja que la que manifiestan los textos por nosotros conocidos. Los romances son herederos de ella.
Los cantores tradicionales, al dar acogida al tema, lograron ir reduciendo el romance juglaresco al estilo característico del Romancero oral, conservando lo que de la narración les pareció esencial, sin desechar lo más brillante de su decir formulístico. Me salió por primera vez al paso el romance tradicional cuando, en 1977, el extraordinario depositario de saber romancístico David Ramón, a sus 69 años, nos llamó a Antonio Cid y a mí en Trascastro (La Fornela, León) para comunicarnos su repertorio en el ambiente exclusivamente masculino de la taberna. El texto tradicionalizado del romance se conserva, entre buenos trasmisores, en pueblos de León, Galicia, Portugal, Cataluña y entre los gitanos de Cádiz.
La tradición sefardí heredó, por su parte, dos romances relativos al tema.

b)

Por los palacios de Carlos
no hacen más que jugar.
Ganó Carlos a Gaiferos
sus villas y sus ciudades;
ganó Gaiferos a Carlos
a la su esposa real,
con dado de oro en la mano
y tablero de cristal.
Más le valiera perderla,
perderla, que no ganar,
que se la robaron moros
mañanica de San Juan,
cogiendo rosas y flores
en el jardín de su padre.
-Sobrino, el mi sobrino,
el mi sobrino carnal,
yo te crié chiquitico,
Dios te hizo un barragán;
él te dio barbica roja
y en tu cuerpo fuerza grande,
yo te di a Julïana
por mujer y por igual;
un día fuiste cobarde,
te la dejaste robar.
Maldición te echo, sobrino,
si no la vas a buscar:
-Desnudo vayas por soles
descalzo por muladares;
no topes árbol ni hoja
para el caballo alazán.
Por los caminos que vayas,
no topes vino ni pan,
no topes aguas de río
para tu alma confortar.
No tengas dinero en bolsa
para el camino gastar.
La gente a quien preguntes
de ti no tengan piedad:
no den cebada al caballo
ni carne a tu gavilán,
ni menos halles candela
con que te acalentar.-
Ya se parte el caballero,
ya se parte, ya se va.
Por las calles que había gente,
caminaba de vagar;
por las que no había nadie,
centellas hace saltar.

c)

Cautiva estaba, cautiva,
la esposica de Gaiferos;
pensando está que le envíe
uno de sus mensajeros.
Asomose a la ventana,
vio venir un caballero
todo vestido de malla,
en traje de hombre guerrero.
-Así logréis, caballero,
ventura en armas tengáis,
que si para Francia ibais
y a Gaiferos encontráis,
decidle que la su esposa
se la quieren desposar
con un mal morico, moro
que mora allende la mar,
que tiene mucha moneda
y la soberbia muy grande;
más querría ella ser muerta
que con moro consagrar.

Del primero, conozco versiones impresas en libritos de cordel en caracteres hebraicos de Salónica y Sofia y versiones oídas directamente a cantores de Istib, Salónica, Constantinopla y Jerusalén. Las maldiciones con que el Emperador conmina a Gaiferos para que emprenda la búsqueda de su hija, substitutas de los juramentos del propio Gaiferos en su camino, son una trasmigración de otro romance carolingio, de raíces épicas, el de “Floresventos” (descendiente de la chanson de geste francesa del siglo XII Floovent), que en el Romancero del siglo XX sólo pervive en Portugal.
El segundo también se cantaba en el Oriente mediterráneo: Salónica, Lárissa y Jerusalén. Esta escena, presente en el romance juglaresco, tuvo vida autónoma desde antiguo, siendo objeto de la atención preferente de los músicos y glosadores de romances. En los comienzos del siglo XVI, fue ya aprovechada musicalmente para ser cantada con un texto muy abreviado, introducido por los octosílabos: “Si d’amor pena sentís / por mesura y por bondat”. Pero fue a finales del siglo, cuando comenzaba a abrirse paso el que vendría a ser llamado “Romancero nuevo”, cuando la escena adquirió gran resonancia en manos tanto de músicos como de glosadores y romanceristas. Los cartapacios literarios, los cancioneros musicales y los autores de romanceros nos dan a conocer un conjunto de textos, relacionados entre sí, que comparten motivos adicionados, a la vez que recogen o introducen notables variantes, sin perder de vista la herencia del romance juglaresco viejo (al que, según parece, los diversos retocadores vuelven a veces la vista). El punto de partida de las innovaciones fue la presencia, en la queja de la cautiva, del motivo del olvido a causa de unos posibles amores nuevos de Gaiferos:

deve tener otros amores
de mí no lo dexan recordar,
los ausentes por los presentes
ligeros son de olvidar,

que contrastan con la fidelidad de Melisendra:

mas amores de Gayferos
yo no los puedo olvidar.

En las versiones de fines del siglo, se insiste, por un lado, en que Melisendra no está únicamente “presa” por hallarse en cautiverio, sino que se halla muriendo en soledad por haber voluntariamente dejado que Gaiferos se lleve consigo su libertad. De otra parte, se reformula el reproche del posible olvido por tener nuevos amores, diciendo, en formas varias, que los ausentes no se deben olvidar o mudar por los presentes (al menos, “·quando los que están presentes / son de menos calidad”). La génesis y encadenamiento de las novedades es, por el momento, imposible de determinar comparando la docena de textos distintos llegados hasta nosotros.
Cuando, en el Quixote, el galeote Ginesillo de Pasamonte, disfrazado de maese Pedro, va mostrando el famoso retablo, el muchacho que lo explica señala cómo Melisendra “habla con su esposo creyendo que es algún passagero, con quien passó todas aquellas razones y coloquios de aquel romance que dizen ‘cavallero, si a Francia ides, por Gayferos preguntad’, las quales no digo yo aora porque de la prolixidad se suele engendrar el fastidio”. Aunque no cite más texto del romance, sus palabras introductorias nos bastan para saber que el muchacho (y, por tanto, Cervantes) tenía presente el romance tal como aparece glosado en la más divulgada de estas glosas de que vengo hablando, la cual comienza:

Estando en prisión cautiva
la esposa de don Gayferos
buscando con quien le escriva,
vio que, entre los pasajeros,
uno hazia París yva,
y díxole en puridad:
-Cavallero, si a Francia ydes,
por Gayferos preguntad,

toda vez que de ella hubo de tomar necesariamente la referencia a los “passageros”, sobre los cuales nada decía el romance propiamente dicho. Cervantes, aparte de tener presente este texto glosado de “Cavallero, si a Francia ydes” (que, muy probablemente, leyó en el Romancero historiado de Lucas Rodríguez, Alcalá, 1582), citó en el retablo unas octavas de Melchor de Horta, que comienzan “Jugando está a las tablas don Gayferos / que ya de Melisendra está olvidado”, en que se resume el comienzo del viejo romance juglaresco, y también un famosísimo “romance nuevo” de Miguel Sánchez, que comienza “Oyd, señor don Gayferos / lo que como amigo os hablo”, del que cita el verso proverbial “harto os he dicho, miradlo”, que en él aparecía engastado en su comienzo:

Melisendra está en Sansueña,
vos en París descuidado,
vos ausente, ella muger,
harto os he dicho, miradlo.

Este romance nuevo desarrolla la contrapartida al tema ausencia-infidelidad-celos del episodio posterior, haciendo que ese oficioso “amigo” advierta al confiado Gaiferos el peligro que corre, por muy moros que sean aquellos con que convive su esposa. La popularidad de estos arreglos de la vieja historia romancística es lo que llevó a maese Pedro (o, mejor dicho a Cervantes) a rememorar la liberación de Melisendra, que excitaría la imaginación de don Quijote.
La vida autónoma de “Cavallero, si a Francia ydes” en el siglo XVI nos plantea el dilema de si los judíos expulsados de España y asentados en el Imperio Otomano realizaron por su cuenta la segregación de la escena o si la heredaron de la boga peninsular del “fragmento”, antes o después de su forzada emigración. Aunque el texto sefardí nada contiene de las novedades observables en la documentación escrita de la escena en el siglo XVI, el trecho introductorio asonantado en –é.o podría haber sido inspirado por la misma glosa que proporcionó la explicación de lo mostrado en el retablo cuando la cautiva se dirige a su esposo sin conocerle, visto que en ambos relatos se presenta a Melisendra planeando escribir a Gaiferos (y ello se expresa usando dos octosílabos rimando en –eros). Sabemos de algunos casos en que textos españoles de aquel tiempo llegaron a influir en la tradición oral sefardí de Oriente. Pero en éste, la sugerida vinculación no es un hecho indiscutible.

Diego Catalán

Gaiferos el mutilado

Los sàbados a la mañana son para mí una experiencia religiosa, un momento en el que todos los instantes de mi complicada vida adquieren sentido y justificación, explicación y alegría. En general, por lograr estar en Puán estudiando Letras y, en particular, este cuatri y el anterior, por participar de la cursada de la cátedra de Juan Diego Vila de Española del Siglo de Oro (Programa especial toooooodo alrededor del Quijote).
Hoy el grupo que expuso como parte del cronograma del seminario estuvo particularmente interesante, organizado y coherente. El tema era los capìtulos 24 a 30 de 1615 y apareció el cuento de los rebuznos y el retablo de Maese Pedro y su mono y la presentación de la duquesa para rematarla (a la clase y a la duquesa). Las chicas hablaron de animalización, universo asnal, referencias al mal y a lo diabòlico, la creación, la ficción como fingimiento y como verdad, como verdad maléfica o como maleficio verdadero. Buenísimo. Pero Vila y sus secuaces (divinas, extraño a Saba) siempre tienen algo para agregar: Vila se mandó con la historia de Gaiferos que en los capítulos aparece en la representación del retablo de Maese Pedro. Todos sabíamos que era el caballero que, en los romances viejos, debe ir a salvar a su esposa Melisenda que está cautiva de los moros. Pero resulta que el tal Gaiferos (ya encontré el romance carolingio que lo cuenta) había sido mandado matar por su padrastro como Blancanieves y los cazadores se habían apiadado de él y en vez de matarlo le cortan el bracito (dijo Vila), el dedo dice el romance menos cruel, y huye a tierras extrañas para volver y vengar la muerte de su padre. Desde allí Vila planteó como eje el lugar que Cervantes le da a lo mutilado, lo baldado, el que tiene la marca física de lo defectuoso, el tuerto, el izquierdo, el loco, el demoníaco, la mujer, el converso, el moro, el expulsado rumbo a extranjería. Apoteòtico.
Me mata la ternura de lo acadèmico. O lo académico recubierto de ternura. Lo jugado de las propuestas formales de análisis.
Lástima que mi mamá no está para contarle, para escucharla decirme de nuevo que soy yo la que entiendo todo para el mismo lado, la que vive en una nube de pedos, la que tiene la cabeza llena de pajaritos.
Mi psicoloca tambièn me diría que la corte con el Quijote, que me acueste con alguien más joven que Cervantes.
En fin: antes de conocer a la gente de esta cátedra yo era una chica incomprendida.

7 de mayo de 2011

Me falta mi dosis

Se me rompió el auto en la autopista a las 8 de la mañana camino a la facu: Me tiraron, tras 35 minutos de espera, en la primer (peligrosa) bajada. Mi seguro tardó 3 horas 20 en mandarme auxilio. El de la grúa toda la onda, más dos pasajeros más en la doble cabina, fue una jornada interesante. Llegué a casa a las 3 de la tarde y conocí un mecánico del borde de la autopista Delepiane que cree que una no sabe de dónde se levanta el capot de su propio auto y que te puede cobrar 120 pesos para "darle buena chispa" a un motor que sí arrancaba pero hacía un ruido raro. (Hasta me amenazó con que mi grúa iva a tarde 7 horas).

Extraño mi dosis semanal de Vila y su cátedra sobre el Quijote!!!!!