Ya por el balcón de Oriente
muestra la madeja riza el Alba,
quitando al Sol de la noche la cortina.
Ya vierte la copia hermosa,
de olorosas flores rica,
y con aljófar y perlas
los floridos campos pisa.
Ya el Sol fulminando rayos
dora las peñas altivas,
borda los soberbios montes,
mira las playas vecinas.
Ya brota el suelo claveles,
acantos y maravillas,
madreselvas, alhelíes,
azucenas, clavellinas.
Los pajarillos se alegran,
cantando amorosas liras
saltan los mansos arroyos,
murmuran las fuentecillas.
Sólo llora Marfisa,
cuando los campos vierten alegría.
Adora un ingrato dueño,
cuya condición esquiva
los más libres pechos prende,
mata las más libres vidas.
«¡Qué es esto, campos hermosos!
(con lágrimas les decía).
Parece que de mi pena
nace vuestra gloria misma!.
Si porque lloro os reís,
detened, campos, la risa,
pues es más piadoso oficio
llorar las pasiones mías.
Selvas que escuchando estáis
los pesares que en mí habitan,
y a mis muertas esperanzas
cubrís con cenizas frías:
si estas lágrimas que veis
a lástima no os obligan,
cuando yo os [ll]amare ingratos
la culpa es vuestra, no mía».
Así llora Marfisa,
cuando los campos vierten alegría.
María de Zayas. Noche quinta en Novelas amorosas y ejemplares.
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