Ser poeta es ser chaka-runa: Una
lectura heroica de Viaje del Parnaso
de Miguel de Cervantes Saavedra
Paula Irupé
Salmoiraghi. Instituto Amado Alonso. Universidad de Buenos Aires.
Resumen: El Viaje del Parnaso de Miguel de Cervantes
Saavedra, obra de estilo tardío leída por la crítica como alegoría, sátira o
testamento poético, se despliega en tal amalgama de tonos, intenciones y
episodios que puede ser leída como puente heroico entre poetas, lectores,
lenguas y épocas. El término quechua “chaka-runa” propuesto por Fredy
Chicangana para referirse a la función heroica del poeta nos permite recorrer
el texto cervantino como camino nolineal ni épico sino como figura circular,
puente, integral y múltiple.
Palabras
Clave: Cervantes; Viaje del Parnaso; poesía; heroísmos.
To be a poet is to be a chaka-runa: A heroic reading
of Miguel de Cervantes Saavedra's Viaje del Parnaso
Abstract: El Viaje
del Parnaso by Miguel de Cervantes Saavedra, a late-style work read by
critics as allegory, satire or poetic testament, unfolds in such an amalgam of
tones, intentions and episodes that it can be read as a heroic bridge between
poets, readers, languages and times. The Quechua term “chaka-runa” proposed by
Fredy Chicangana to refer to the heroic function of the poet allows us to go
through the Cervantes text as a non-linear or epic path but as a circular
figure, bridge, integral and multiple.
Keywords: Cervantes; Voyage of Parnassus; poetry;
heroics.
El poeta Fredy Chikangana, en “Indígenas y oralitura
como resistencia ante el olvido” (2017) propone el término quechua chaka-runa,
formado por los términos “puente” y “gente”, para definir la esencia del ser
poeta como cuerpo que reúne elementos dispares u opuestos: lo oral y lo
escrito, lo ancestral y lo actual, las lenguas y las experiencias, las memorias
y las luchas contra el olvido. Cervantes, por su parte, llega a componer su
Viaje del Parnaso a través de vida y obra dedicadas en su totalidad a poner en
juego esta cuestión poética y vital. Leído por la crítica como alegoría, sátira
o testamento, el texto cervantino es en sí mismo un puente entre modos de
lectura y escritura para su época y para el siglo XXI.
Chaka-runa es permanencia y es variedad de
materiales. Existen o pueden existir puentes de todas las formas, texturas y
medidas que podamos concebir y construir. Incluso existen puentes imaginarios y
fantasmas de puentes pasados o futuros. Puentes que ya no son y puentes que
deseamos que sean en el futuro.
Ser chaka-runa es heroico porque es útil y bello para
otres, no es héroe único y sin par por destino prefijado, ni recorrido lineal
hacia el universo de la aventura, ni por pruebas, obstáculos o combates
ganados. Ser chaka-runa es más ser heroína múltiple que héroe singular, porque
no abandona su lugar sino que, desde su centro móvil y dúctil, se entrega al
conocer, ampliar, conectar, reunir, abarcar, reproducir, narrar y transformar
en lengua, palabra y verso.
Para Marquez Villanueva, Viaje del Parnaso resulta diferente de otros catálogos o sátiras de
y sobre poetas y poesía porque asume la integralidad de una preocupación que
articula y recorre toda la obra de Cervantes y porque no se ocupa de criticar
ni enlistar desde afuera y sin inmiscuirse sino que integra la cuestión de la
Poesía con la del yo poético en toda su corporeidad temporoespacial. Marquez
Villanueva habla de una ética y de un vivir real del poeta. La obra es “...testimonio
vivo de la absoluta madurez de Cervantes y una suma reflexiva de toda su
experiencia poética (...y) habitual milagro cervantino de una plenitud de
comunicación con su lector en las últimas fronteras del lenguaje.” (Marquez
Villanueva, 1990: 694)
Los tercetos del Viaje del Parnaso establecen una
brillante gradación léxica de subtipos del poetastro algo similar a la de los
nombres de la alcahueta en Juan Ruiz e incluye a los madrigados, los tiernos,
los godescos, los cueros, los zarabandos, los alfeñicados, los melifluos, los
sietemesinos, los lagartijeros, los a cantimplora acostumbrados, los monas, los
no fénices sino /mices (por "fenicios", en rima con Alcañices), los
fríos, los frescos, los calurosos y los poetísimos (Marquez Villanueva, 1990:
721)
Desde el prólogo mismo al lector, Cervantes se
refiere a nosotres, sus lectores,
llamándonos “curiosos” y “poetas” e incitándonos a agradecer a Apolo si
somos incluidos en la obra como buenos poetas tanto como si no nos halláremos
en ella. Este inicio, amplio en el agradecimiento a Apolo, me mueve a leer este
Viaje como espacio de comunión heroica entre todes aquelles que nos sabemos en
él presentes o aludidos de cualquier modo y de todos los modos.
En él, todos los personajes son poetas, buenos o
malos, pero intrínsecamente poetas hechos “de una masa dulce, suave, correosa y
tierna”, capaces de reunir, en sí mismos y entre sí, todos los aspectos y modos
del vivir heroicamente para ser recordados o, al menos, recordar lo vivido,
digo: que lo vivido valga la pena de ser contado, cantado, repetido por las
voces de les poetas y las miradas de les lectores.
Desde el inicio mismo del capítulo primero se nos
describe al poeta, de linaje y nombres nebulosos, a quien le viene la voluntad,
por “capricho reverendo” y por huir del estruendo de la corte, de ir al
Parnaso. Parte solo y a pie hacia este destino idílico y tradicionalmente
prestigioso pero, en el andar, se irá uniendo a otres en compañía o
espejamiento: forma metafórica y a la vez literal de calificar la tarea
individual, solitaria pero, a la vez, comunitaria y necesitada de comunión, del
ser poeta. A los objetivos altruistas y líricamente elevados, se yuxtaponen sin
diferenciación ni jerarquías, las necesidades prosaicas de henchir el pancho,
tener la panza llena, llenarse, estar preñado de aguas inspiradoras:
Pues
descubriendo desde allí la bella
corriente
de Aganipe , en un saltico
pudiera
el labio remojar en ella,
y
quedar del licor suave y rico
el
pancho lleno, y ser de allí adelante
poeta
ilustre, o al menos magnífico . (Capítulo I, Versos 31-36)
El primer ser que se une al viaje es “una mula
antigua, de color parda y tartamudo paso”. Leída como alegoría de La Poesía, la
mula es tan perfecta para el “poetón valiente” como para nuestra lectura vital
de reunión de cuerpas y vidas heroicas:
Nunca
a medroso pareció estantigua
mayor,
ni menos buena para carga,
grande
en los huesos y en la fuerza exigua,
corta
de vista, aunque de cola larga,
estrecha
en los ijares, y en el cuero
más
dura que lo son los de una adarga. (I, 10-15)
Cuando el Yo lírico, ese que siempre trabaja y se
desvela por parecer que tiene de poeta, “la gracia que no quiso dar(le) el cielo”,
decida emprender el mismo viaje, aparecerá su cabalgadura como animalización
del Destino: partirá “sobre las ancas del Destino”, “cabalgadura maravilla” (I,
61) que se usa tanto en Castilla como en todo el mundo, cuyo “lomo” ningún
caminante rehúsa. El objetivo será doble: una transformación: de poeta
“desvalido e ignorante” a “poeta ilustre, o al menos magnifico”; y una reunión
de opuestos: las acciones de Marte y las de Venus, “llorando guerras o cantando
amores”:
Llorando
guerras o cantando amores,
la
vida como en sueño se les pasa,
o
como suele el tiempo a jugadores.
Son
hechos los poetas de una masa
dulce,
suave, correosa y tierna,
y
amiga del hogar de ajena casa.
El
poeta más cuerdo se gobierna
por
su antojo baldío y regalado,
de
trazas lleno y de ignorancia eterna.
Absorto
en sus quimeras, y admirado
de
sus mismas acciones, no procura
llegar
a rico como a honroso estado. (I, 88-99)
Este modo de heroísmo rompe con los estereotipos
tanto de género sexual como de género literario y nos permite construir un
arquetipo que no opone las armas y las letras, la acción y la representación,
las alegrías y las tristezas, sino que entrelaza y amalgama los espacios reales
y simbólicos de todo lo que es valioso para la vida universal. El yo se define
a sí mismo como compuesto por reunión de opuestos: “cisne en las canas y en la
voz un ronco/ y negro cuervo”, que se despide de los lugares conocidos y
cómodos, de su mismo ser hidalgo pobre y sale de su patria y de sí mismo. Es
este movimiento uno de los eslabones principales en el devenir heroico que
definiría el ser chaka-runa, dejando de ser individuo egoísta que solo busca la
fama y la palabra egocentradas.
La nave de Mercurio, máquina puente, híbrido de
mito, naturaleza, artificio e idilio, que se acerca a ese yo lírico que es
nombrado por el dios mensajero de dioses como “Adán de los poetas, oh
Cervantes”, también es una cuerpa textual monstruosa compuesta con versos:
mágica y real a la vez, elogio de la belleza y de la ficción, extraña y, por
eso mismo, ùtil al que quiere emprender el viaje que reunirá los bordes de
mundos antitéticos:
Yo,
aunque pensé que todo era mentira,
entré
con él en la galera hermosa
y
vi lo que pensar en ella admira:
de
la quilla a la gavia, ¡oh estraña cosa!,
toda
de versos era fabricada,
sin
que se entremetiese alguna prosa;
las
ballesteras eran de ensalada
de
glosas; todas hechas a la boda
de
la que se llamó malmaridada;
era
la chusma de romances toda
gente
atrevida, empero necesaria,
pues
a todas acciones se acomoda;
la
popa de materia estraordinaria,
bastarda,
y de legítimos sonetos,
de labor peregrina en todo y varia;
eran
dos valentísimos tercetos
los
espalderos de la izquierda y diestra,
para
dar boga muy perfectos;
hecha
ser la crujía se me muestra
de
una luenga y tristísima elegía,
que
no es cantar sino en llorar es diestra (...)
el
árbol, hasta el cielo levantado,
de
una dura canción prolija estaba
de
canto de seis dedos embreado;
él
y la entena que por él cruzaba,
de
duros estrambotes de madera
de
que eran hechos claros se mostraba;
la
racamenta, que es siempre parlera,
toda
la componían redondillas,
con
que ella se mostraba más ligera;
las
jarcias parecían seguidillas
de
disparates mil y más compuestas,
que
suelen en el alma hacer cosquillas
las
rumbadas, fortísimas y honestas
estancias
eran, tablas poderosas
que
llevan un poema y otro a cuestas. (I, 241 y siguientes)
El capítulo dos se inicia con la
lectura, por parte del poeta Cervantes que cumple los mandados de Mercurio que
a su vez cumple los de Apolo, de una lista de poetas alabados jocosamente. Esta
colección de nombres se interrumpirá cuando nuestro poeta chaka-runa diga que
Francisco de Quevedo no puede venir porque “tiene el paso corto y no llegará en
un siglo entero”. La solución estará, nuevamente, en manos de cuerpas plurales,
bellas y monstruosas a la vez, y reuniones de elementos dispares agitados: se
le envía una nube al poeta para que venga caballero en ella, el mar se turba,
el viento sopla y crece, la tierra, el agua, el aire, el fuego se agitan y
comienzan a llover poetas
sobre
el bajel, que se anegara luego,
si
no acudieran más de mil sirenas
a
dar azotes a la gran borrasca,
que
hacía el saltarel por las entenas.
Una,
que ser pensé Juana La Chasca,
de
dilatado vientre y luengo cuello,
pintiparado
a aquel de la tarasca,
se
llegó a mí, y me dijo:”De un cabello
desde
bajel estaba la esperanza
colgada,
a no venir a socorrello.
Traemos
y no es burla, a la Bonanza,
que
estaba descuidada oyendo atenta
los
discursos de un cierto Sancho Panza”. (II, 339-351)
La alusión a Sancho Panza nos remite
a una nueva unión de nuestro chakaruna: la que se opera entre obras literarias,
redes de lo intertextual que entraman multiversos simultáneos, y la conformada
en el Quijote mismo entre los dos protagonistas como pares antitéticos y
complementarios de lo ideal y lo material, lo loco y lo cuerdo, lo
caballerosamente heroico y lo amistosamente silencioso, constante, fiel a la
confianza y a la unión en sí misma sin moldes ni límites.
Del mismo modo que Sancho, los
poetas llovidos sobre el bajel como sapos o ranas vienen muertos unos de sed y
otros de hambre. El yo lírico inventará para nombrarlos un neologismo jocoso
que es, a la vez, puente a su modo: “¡Cuerpo de mí con tanta poetambre!” (II,
396), dirá el poeta Cervantes mientras Mercurio mismo se dedica a zarandar “mil
poetas de gramalla” y otros dos mil entre buenos y malos, sin mucho orden ni
método, para arrojar montones al mar. Y es en este final del segundo capítulo
que vemos que los poetas, aún los arrojados del bajel por el desprolijo
Mercurio, tienen oficios humildes como sastre, zapatero o fundidor, voz potente
para enojarse con el trato recibido por Apolo, valoran más la vida que la honra
y, ante todo, se atreven “a profanar del monte la grandeza con libros nuevos y
en estilo nuevo” (II, 431-432).
Una vez puestos en marcha los remos
y entregados al viento, los navegantes se entretendrán glosando, recitando églogas,
cantando, refiriendo sonetos y casos amorosos, “alfeñicados y deshechos en puro
azúcar”, celebrando el poder alquímico del verso capaz de transformar en dulces
versos los excrementos que la amada echa por la boca. Quien los une andando de
uno a otro es la Poesía, personificada y con nombre en mayúsculas pero tan
incluyente como para hacer que uno hable latín y otro algarabía.
La armonía del viaje se romperá con
algunos accidentes míticos pero me interesa en particular el momento en que
todos deben sentarse alrededor de Apolo, ubicarse en forma jerárquica en
troncos de laureles, palmas, mirtos, yedras o robles y el poeta Cervantes se
quede de pie “despechado, colérico y marchito”. Este final del tercer capítulo
que podría leerse como corte o reproche a la fama o el reconocimiento que le es
negado, se narra, a su modo, como puente explícito (“Y volviéndome a Apolo, con
turbada/ lengua le dije lo que oirá el que gusta/ saber, pues la tercera es
acabada,/ la cuarta parte de esta empresa justa.”) entre el juicio ajeno y la
autopercepción del poeta: el capítulo cuarto comienza con la enumeración anafórica
de todo lo que el Yo Cervantes ha dado a la humanidad: su hermosa Galatea, La
confusa nada fea, el Don Quijote pasatiempo al pecho melancólico, el gran
Persiles, las Novelas que en la invención exceden a muchos.
El poeta chaka-runa, parado en medio de quienes han
ocupado cómodamente los lugares asignados por Apolo, rodeado de la Poesía, las
Musas y las Horas, entrega sus dones a quienes lo leemos y escuchamos: desde
sus más tiernos años amó el arte de la agradable poesía, nunca entregó su pluma
a la bajeza de la sátira, siempre tiene los pensamientos libres de toda
adulación, nunca pone los pies donde camina la mentira, el fraude y el engaño,
se contenta con poco aunque mucho desea, no reconoce a La Poesía cuando la ve
suntuosa y adornada porque siempre la ha tratado “envuelta en pobres paños”
(IV, 154), no entiende por qué algunos pretenden ocultar su nombre de poetas y
deja claro que detesta la hipocresía de la falsa humildad reclamando “alabanzas
de lo que bien hice”.
Si este capítulo 4 fue centrado en el
“Yo soy” del poeta y en las trazas y cualidades de La Poesía personificada, el
capítulo siguiente se caracteriza por la pintura de las escenas más ágiles y
violentas del libro: llega otra nave de poetas, abonando nuestra idea de que
incluso lo múltiple puede ser multiplicado, y Neptuno surge del mar decidido a
dar muerte a todos los que “en sus versos han dicho cien mil veces:/azotando
las aguas del mar cano” (V, 161-162). La batalla se completa con la llegada de
Venus para decirle al viejo dios que “Ni viejo ni azotado me pareces” (V, 163) y
transmutar a los poetas nadadores en calabazas y odres que Neptuno no pueda
hundir. La escena se recorta, entonces, como puente entre la vida y la muerte,
recorrido narrado por la voz heroica que ha dejado de hablar de sí misma pero
se ve y se reconoce en los que luchan por llegar a la “amada orilla”. Los
poetas, en palabras de la diosa Venus, aparecen como capaces de muchas muertes,
incluso enfrentados a algo tan eterno como el mar, y de morir, si fuese
imprescindible, contentos:
“Primero
acabarás que los acabes”,
le
respondió madama, la que tiene
de
tantas voluntades puerta y llaves;
“que,
aunque el hado feroz su muerte ordene,
el
modo no ha ser a tu contento,
que
muchas muertes el morir contiene”.
Turbóse
en esto el líquido elemento
de
nuevo renovose la tormenta
sopló
más vivo y más apriesa el viento;
la
hambrienta mesnada, y no sedienta,
se
rinde al huracán recién venido
y,
por más no penar, muere contenta. (V, 172- 183)
Finalmente, el Viaje
del Parnaso se completa con el clásico combate entre bandos opuestos que
podríamos leer como alegoría de una España que sufre la expulsión de los
moriscos y de los judíos y de un poeta puente entre márgenes y marginades, que
se sabe ubicado en el “católico bando” pero esquiva las divisiones religiosas y
políticas para esencializar el ser poeta y el estar del lado de La verdadera
Poesía y no de la falsa Vanagloria a quien él mismo ha visto en sueños y no
reconocido aunque fuese hermosa, enorme y capaz de abarcarlo todo. La lista de
amigos que se suman a la lucha y a la conquista del territorio poético crece
siempre a través de nombres y cuerpos líricos en despliegue jocoso de alegría,
luminosidad, profundidad, gozo, plenitud. El Yo lírico es testigo, bufón,
víctima, juez, acusado, acusador, cobarde, valiente, gracioso, ridículo,
hambriento, saciado, y todo a la vez en la narración y descripción de sus pares
y adversarios.
No hay un Parnaso único que premie y reconozca solo
al mejor poeta o a tres o a nueve de ellos, ni una Italia mejor que España en
cuanto a poesía, ni dioses griegos que evalúen sin lugar a dudas. Todos son
espacios al mismo nivel de cercanía, unidos por toda cuerpa chakaruna,
centralizados en la cuerpa femenina, amplia y multireinos de la Poesía, sin más
nombre propio que ese, sin autoridad para elegir buenos y malos poetas sino
poetas a secas, Poetas como nombre propio más allá de sus adjetivos. Todos
reciben lo suyo:
Pero
todo deseo impertinente
Apolo
resfrió, premiando a cuantos
poetas
tuv el escuadrón valiente;
de
rosas, de jazmines y amarantos
Flora
les presentó cinco cestones,
y
la Aurora, de perlas, otros tantos;
estos
fueron, lector dulce, los dones
que
Delio repartió con larga mano
entre
los poetísimos varones,
quedando
alegre cada cual y ufano
con
un puño de perlas y una rosa,
estimando
el premio sobrehumano. (VIII, 115-126)
En la Adjunta, apéndice excesivo y deforme, agregado textual monstruoso,
ruptura de lo anterior por su prosa y su trama dialogal, el yo lírico
Cervantes, devenido narrador cansado del largo viaje, a la vez que personaje teatral
en escena junto a un joven poeta llamado Pancracio, es interpelado en la calle
por este mancebo que lo reconoce como viajero más que como poeta: le pregunta
si es “el señor Miguel de Cervantes Saavedra, el que a pocos días que vino del
Parnaso”. Dentro del diálogo entre ambos, repleto de guiños metatextuales y
desviaciones de todo género, Pancracio entregará a Cervantes una carta del
mismo Apolo, escritor de correspondencia para quien se fue sin despedirse y
encargado de tapar con sal los cuerpos de los malos poetas muertos para que no
rebroten. En dicho texto se incluirá otro texto aún: “Privilegios y ordenanzas
que Apolo envía a los poetas españoles”, decálogo irónico y chocarrero en el
que se incluyen tanto pedidos de atención a los puntos sueltos de las medias de
los poetas pobres como derecho a decirse siempre enamorado e inventarse una
amada, excepción del poeta de toda convención moral o religiosa estricta tanto
como posibilidad de ser el coco que toda madre necesita para asustar a los
niños traviesos y llorones. Poeta, en no resumidas sino rebrotadas cuentas, es
ser: monstruo y héroe, chakaruna y mensajero, traductor, anunciador y testigo,
voz idéntica a todas y diferente, entre lenguas humanas y divinas.
Bibliografía
Cervantes Saavedra, Miguel de (2016)
Viaje del Parnaso y poesías sueltas. Madrid: RAE.
Chikangana, Fredy (2017) “Indígenas y oralitura como
resistencia ante el olvido”. Bogotá: Revista Errata. En https://revistaerrata.gov.co/contenido/indigenas-y-oralitura-como-resistencia-ante-el-olvido; obtenido el 20/03/2022.
Márquez Villanueva F. (1990). “El retorno del
Parnaso”. Nueva Revista De Filología Hispánica (NRFH), 38(2), 693-732. En https://doi.org/10.24201/nrfh.v38i2.811; obtenido el 20/03/2022.
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