20 de marzo de 2022

Ser poeta es ser chaka-runa: Una lectura heroica de Viaje del Parnaso de Miguel de Cervantes Saavedra

 

Ser poeta es ser chaka-runa: Una lectura heroica de Viaje del Parnaso de Miguel de Cervantes Saavedra

 

 

Paula Irupé Salmoiraghi. Instituto Amado Alonso. Universidad de Buenos Aires.

paula_irupe@yahoo.es

 

Resumen: El Viaje del Parnaso de Miguel de Cervantes Saavedra, obra de estilo tardío leída por la crítica como alegoría, sátira o testamento poético, se despliega en tal amalgama de tonos, intenciones y episodios que puede ser leída como puente heroico entre poetas, lectores, lenguas y épocas. El término quechua “chaka-runa” propuesto por Fredy Chicangana para referirse a la función heroica del poeta nos permite recorrer el texto cervantino como camino nolineal ni épico sino como figura circular, puente, integral y múltiple.

 

Palabras Clave: Cervantes; Viaje del Parnaso; poesía; heroísmos.

 

 

To be a poet is to be a chaka-runa: A heroic reading of Miguel de Cervantes Saavedra's Viaje del Parnaso

 

Abstract: El Viaje del Parnaso by Miguel de Cervantes Saavedra, a late-style work read by critics as allegory, satire or poetic testament, unfolds in such an amalgam of tones, intentions and episodes that it can be read as a heroic bridge between poets, readers, languages and times. The Quechua term “chaka-runa” proposed by Fredy Chicangana to refer to the heroic function of the poet allows us to go through the Cervantes text as a non-linear or epic path but as a circular figure, bridge, integral and multiple.

 

Keywords: Cervantes; Voyage of Parnassus; poetry; heroics.

 

 

El poeta Fredy Chikangana, en “Indígenas y oralitura como resistencia ante el olvido” (2017) propone el término quechua chaka-runa, formado por los términos “puente” y “gente”, para definir la esencia del ser poeta como cuerpo que reúne elementos dispares u opuestos: lo oral y lo escrito, lo ancestral y lo actual, las lenguas y las experiencias, las memorias y las luchas contra el olvido. Cervantes, por su parte, llega a componer su Viaje del Parnaso a través de vida y obra dedicadas en su totalidad a poner en juego esta cuestión poética y vital. Leído por la crítica como alegoría, sátira o testamento, el texto cervantino es en sí mismo un puente entre modos de lectura y escritura para su época y para el siglo XXI.

Chaka-runa es permanencia y es variedad de materiales. Existen o pueden existir puentes de todas las formas, texturas y medidas que podamos concebir y construir. Incluso existen puentes imaginarios y fantasmas de puentes pasados o futuros. Puentes que ya no son y puentes que deseamos que sean en el futuro.

Ser chaka-runa es heroico porque es útil y bello para otres, no es héroe único y sin par por destino prefijado, ni recorrido lineal hacia el universo de la aventura, ni por pruebas, obstáculos o combates ganados. Ser chaka-runa es más ser heroína múltiple que héroe singular, porque no abandona su lugar sino que, desde su centro móvil y dúctil, se entrega al conocer, ampliar, conectar, reunir, abarcar, reproducir, narrar y transformar en lengua, palabra y verso.

Para Marquez Villanueva, Viaje del Parnaso resulta diferente de otros catálogos o sátiras de y sobre poetas y poesía porque asume la integralidad de una preocupación que articula y recorre toda la obra de Cervantes y porque no se ocupa de criticar ni enlistar desde afuera y sin inmiscuirse sino que integra la cuestión de la Poesía con la del yo poético en toda su corporeidad temporoespacial. Marquez Villanueva habla de una ética y de un vivir real del poeta. La obra es “...testimonio vivo de la absoluta madurez de Cervantes y una suma reflexiva de toda su experiencia poética (...y) habitual milagro cervantino de una plenitud de comunicación con su lector en las últimas fronteras del lenguaje.” (Marquez Villanueva, 1990: 694)

Los tercetos del Viaje del Parnaso establecen una brillante gradación léxica de subtipos del poetastro algo similar a la de los nombres de la alcahueta en Juan Ruiz e incluye a los madrigados, los tiernos, los godescos, los cueros, los zarabandos, los alfeñicados, los melifluos, los sietemesinos, los lagartijeros, los a cantimplora acostumbrados, los monas, los no fénices sino /mices (por "fenicios", en rima con Alcañices), los fríos, los frescos, los calurosos y los poetísimos (Marquez Villanueva, 1990: 721)

Desde el prólogo mismo al lector, Cervantes se refiere a nosotres, sus lectores,  llamándonos “curiosos” y “poetas” e incitándonos a agradecer a Apolo si somos incluidos en la obra como buenos poetas tanto como si no nos halláremos en ella. Este inicio, amplio en el agradecimiento a Apolo, me mueve a leer este Viaje como espacio de comunión heroica entre todes aquelles que nos sabemos en él presentes o aludidos de cualquier modo y de todos los modos.

En él, todos los personajes son poetas, buenos o malos, pero intrínsecamente poetas hechos “de una masa dulce, suave, correosa y tierna”, capaces de reunir, en sí mismos y entre sí, todos los aspectos y modos del vivir heroicamente para ser recordados o, al menos, recordar lo vivido, digo: que lo vivido valga la pena de ser contado, cantado, repetido por las voces de les poetas y las miradas de les lectores.

Desde el inicio mismo del capítulo primero se nos describe al poeta, de linaje y nombres nebulosos, a quien le viene la voluntad, por “capricho reverendo” y por huir del estruendo de la corte, de ir al Parnaso. Parte solo y a pie hacia este destino idílico y tradicionalmente prestigioso pero, en el andar, se irá uniendo a otres en compañía o espejamiento: forma metafórica y a la vez literal de calificar la tarea individual, solitaria pero, a la vez, comunitaria y necesitada de comunión, del ser poeta. A los objetivos altruistas y líricamente elevados, se yuxtaponen sin diferenciación ni jerarquías, las necesidades prosaicas de henchir el pancho, tener la panza llena, llenarse, estar preñado de aguas inspiradoras:

 

Pues descubriendo desde allí la bella

corriente de Aganipe , en un saltico

pudiera el labio remojar en ella,

y quedar del licor suave y rico

el pancho lleno, y ser de allí adelante

poeta ilustre, o al menos magnífico . (Capítulo I, Versos 31-36)

 

El primer ser que se une al viaje es “una mula antigua, de color parda y tartamudo paso”. Leída como alegoría de La Poesía, la mula es tan perfecta para el “poetón valiente” como para nuestra lectura vital de reunión de cuerpas y vidas heroicas:

 

Nunca a medroso pareció estantigua

mayor, ni menos buena para carga,

grande en los huesos y en la fuerza exigua,

corta de vista, aunque de cola larga,

estrecha en los ijares, y en el cuero

más dura que lo son los de una adarga. (I, 10-15)

 

Cuando el Yo lírico, ese que siempre trabaja y se desvela por parecer que tiene de poeta, “la gracia que no quiso dar(le) el cielo”, decida emprender el mismo viaje, aparecerá su cabalgadura como animalización del Destino: partirá “sobre las ancas del Destino”, “cabalgadura maravilla” (I, 61) que se usa tanto en Castilla como en todo el mundo, cuyo “lomo” ningún caminante rehúsa. El objetivo será doble: una transformación: de poeta “desvalido e ignorante” a “poeta ilustre, o al menos magnifico”; y una reunión de opuestos: las acciones de Marte y las de Venus, “llorando guerras o cantando amores”:

 

Llorando guerras o cantando amores,

la vida como en sueño se les pasa,

o como suele el tiempo a jugadores.

Son hechos los poetas de una masa

dulce, suave, correosa y tierna,

y amiga del hogar de ajena casa.

El poeta más cuerdo se gobierna

por su antojo baldío y regalado,

de trazas lleno y de ignorancia eterna.

Absorto en sus quimeras, y admirado

de sus mismas acciones, no procura

llegar a rico como a honroso estado. (I, 88-99)

 

Este modo de heroísmo rompe con los estereotipos tanto de género sexual como de género literario y nos permite construir un arquetipo que no opone las armas y las letras, la acción y la representación, las alegrías y las tristezas, sino que entrelaza y amalgama los espacios reales y simbólicos de todo lo que es valioso para la vida universal. El yo se define a sí mismo como compuesto por reunión de opuestos: “cisne en las canas y en la voz un ronco/ y negro cuervo”, que se despide de los lugares conocidos y cómodos, de su mismo ser hidalgo pobre y sale de su patria y de sí mismo. Es este movimiento uno de los eslabones principales en el devenir heroico que definiría el ser chaka-runa, dejando de ser individuo egoísta que solo busca la fama y la palabra egocentradas.

La nave de Mercurio, máquina puente, híbrido de mito, naturaleza, artificio e idilio, que se acerca a ese yo lírico que es nombrado por el dios mensajero de dioses como “Adán de los poetas, oh Cervantes”, también es una cuerpa textual monstruosa compuesta con versos: mágica y real a la vez, elogio de la belleza y de la ficción, extraña y, por eso mismo, ùtil al que quiere emprender el viaje que reunirá los bordes de mundos antitéticos:

 

Yo, aunque pensé que todo era mentira,

entré con él en la galera hermosa

y vi lo que pensar en ella admira:

de la quilla a la gavia, ¡oh estraña cosa!,

toda de versos era fabricada,

sin que se entremetiese alguna prosa;

las ballesteras eran de ensalada

de glosas; todas hechas a la boda

de la que se llamó malmaridada;

era la chusma de romances toda

gente atrevida, empero necesaria,

pues a todas acciones se acomoda;

la popa de materia estraordinaria,

bastarda, y de legítimos sonetos,

 de labor peregrina en todo y varia;

eran dos valentísimos tercetos

los espalderos de la izquierda y diestra,

para dar boga muy perfectos;

hecha ser la crujía se me muestra

de una luenga y tristísima elegía,

que no es cantar sino en llorar es diestra (...)

el árbol, hasta el cielo levantado,

de una dura canción prolija estaba

de canto de seis dedos embreado;

él y la entena que por él cruzaba,

de duros estrambotes de madera

de que eran hechos claros se mostraba;

la racamenta, que es siempre parlera,

toda la componían redondillas,

con que ella se mostraba más ligera;

las jarcias parecían seguidillas

de disparates mil y más compuestas,

que suelen en el alma hacer cosquillas

las rumbadas, fortísimas y honestas

estancias eran, tablas poderosas

que llevan un poema y otro a cuestas. (I, 241 y siguientes)

 

            El capítulo dos se inicia con la lectura, por parte del poeta Cervantes que cumple los mandados de Mercurio que a su vez cumple los de Apolo, de una lista de poetas alabados jocosamente. Esta colección de nombres se interrumpirá cuando nuestro poeta chaka-runa diga que Francisco de Quevedo no puede venir porque “tiene el paso corto y no llegará en un siglo entero”. La solución estará, nuevamente, en manos de cuerpas plurales, bellas y monstruosas a la vez, y reuniones de elementos dispares agitados: se le envía una nube al poeta para que venga caballero en ella, el mar se turba, el viento sopla y crece, la tierra, el agua, el aire, el fuego se agitan y comienzan a llover poetas

 

sobre el bajel, que se anegara luego,

si no acudieran más de mil sirenas

a dar azotes a la gran borrasca,

que hacía el saltarel por las entenas.

Una, que ser pensé Juana La Chasca,

de dilatado vientre y luengo cuello,

pintiparado a aquel de la tarasca,

se llegó a mí, y me dijo:”De un cabello

desde bajel estaba la esperanza

colgada, a no venir a socorrello.

Traemos y no es burla, a la Bonanza,

que estaba descuidada oyendo atenta

los discursos de un cierto Sancho Panza”. (II, 339-351)

 

            La alusión a Sancho Panza nos remite a una nueva unión de nuestro chakaruna: la que se opera entre obras literarias, redes de lo intertextual que entraman multiversos simultáneos, y la conformada en el Quijote mismo entre los dos protagonistas como pares antitéticos y complementarios de lo ideal y lo material, lo loco y lo cuerdo, lo caballerosamente heroico y lo amistosamente silencioso, constante, fiel a la confianza y a la unión en sí misma sin moldes ni límites.

            Del mismo modo que Sancho, los poetas llovidos sobre el bajel como sapos o ranas vienen muertos unos de sed y otros de hambre. El yo lírico inventará para nombrarlos un neologismo jocoso que es, a la vez, puente a su modo: “¡Cuerpo de mí con tanta poetambre!” (II, 396), dirá el poeta Cervantes mientras Mercurio mismo se dedica a zarandar “mil poetas de gramalla” y otros dos mil entre buenos y malos, sin mucho orden ni método, para arrojar montones al mar. Y es en este final del segundo capítulo que vemos que los poetas, aún los arrojados del bajel por el desprolijo Mercurio, tienen oficios humildes como sastre, zapatero o fundidor, voz potente para enojarse con el trato recibido por Apolo, valoran más la vida que la honra y, ante todo, se atreven “a profanar del monte la grandeza con libros nuevos y en estilo nuevo” (II, 431-432).

            Una vez puestos en marcha los remos y entregados al viento, los navegantes se entretendrán glosando, recitando églogas, cantando, refiriendo sonetos y casos amorosos, “alfeñicados y deshechos en puro azúcar”, celebrando el poder alquímico del verso capaz de transformar en dulces versos los excrementos que la amada echa por la boca. Quien los une andando de uno a otro es la Poesía, personificada y con nombre en mayúsculas pero tan incluyente como para hacer que uno hable latín y otro algarabía.

            La armonía del viaje se romperá con algunos accidentes míticos pero me interesa en particular el momento en que todos deben sentarse alrededor de Apolo, ubicarse en forma jerárquica en troncos de laureles, palmas, mirtos, yedras o robles y el poeta Cervantes se quede de pie “despechado, colérico y marchito”. Este final del tercer capítulo que podría leerse como corte o reproche a la fama o el reconocimiento que le es negado, se narra, a su modo, como puente explícito (“Y volviéndome a Apolo, con turbada/ lengua le dije lo que oirá el que gusta/ saber, pues la tercera es acabada,/ la cuarta parte de esta empresa justa.”) entre el juicio ajeno y la autopercepción del poeta: el capítulo cuarto comienza con la enumeración anafórica de todo lo que el Yo Cervantes ha dado a la humanidad: su hermosa Galatea, La confusa nada fea, el Don Quijote pasatiempo al pecho melancólico, el gran Persiles, las Novelas que en la invención exceden a muchos.

El poeta chaka-runa, parado en medio de quienes han ocupado cómodamente los lugares asignados por Apolo, rodeado de la Poesía, las Musas y las Horas, entrega sus dones a quienes lo leemos y escuchamos: desde sus más tiernos años amó el arte de la agradable poesía, nunca entregó su pluma a la bajeza de la sátira, siempre tiene los pensamientos libres de toda adulación, nunca pone los pies donde camina la mentira, el fraude y el engaño, se contenta con poco aunque mucho desea, no reconoce a La Poesía cuando la ve suntuosa y adornada porque siempre la ha tratado “envuelta en pobres paños” (IV, 154), no entiende por qué algunos pretenden ocultar su nombre de poetas y deja claro que detesta la hipocresía de la falsa humildad reclamando “alabanzas de lo que bien hice”.

            Si este capítulo 4 fue centrado en el “Yo soy” del poeta y en las trazas y cualidades de La Poesía personificada, el capítulo siguiente se caracteriza por la pintura de las escenas más ágiles y violentas del libro: llega otra nave de poetas, abonando nuestra idea de que incluso lo múltiple puede ser multiplicado, y Neptuno surge del mar decidido a dar muerte a todos los que “en sus versos han dicho cien mil veces:/azotando las aguas del mar cano” (V, 161-162). La batalla se completa con la llegada de Venus para decirle al viejo dios que “Ni viejo ni azotado me pareces” (V, 163) y transmutar a los poetas nadadores en calabazas y odres que Neptuno no pueda hundir. La escena se recorta, entonces, como puente entre la vida y la muerte, recorrido narrado por la voz heroica que ha dejado de hablar de sí misma pero se ve y se reconoce en los que luchan por llegar a la “amada orilla”. Los poetas, en palabras de la diosa Venus, aparecen como capaces de muchas muertes, incluso enfrentados a algo tan eterno como el mar, y de morir, si fuese imprescindible, contentos:

 

“Primero acabarás que los acabes”,

le respondió madama, la que tiene

de tantas voluntades puerta y llaves;

“que, aunque el hado feroz su muerte ordene,

el modo no ha ser a tu contento,

que muchas muertes el morir contiene”.

Turbóse en esto el líquido elemento

de nuevo renovose la tormenta

sopló más vivo y más apriesa el viento;

la hambrienta mesnada, y no sedienta,

se rinde al huracán recién venido

y, por más no penar, muere contenta. (V, 172- 183)

 

Finalmente, el Viaje del Parnaso se completa con el clásico combate entre bandos opuestos que podríamos leer como alegoría de una España que sufre la expulsión de los moriscos y de los judíos y de un poeta puente entre márgenes y marginades, que se sabe ubicado en el “católico bando” pero esquiva las divisiones religiosas y políticas para esencializar el ser poeta y el estar del lado de La verdadera Poesía y no de la falsa Vanagloria a quien él mismo ha visto en sueños y no reconocido aunque fuese hermosa, enorme y capaz de abarcarlo todo. La lista de amigos que se suman a la lucha y a la conquista del territorio poético crece siempre a través de nombres y cuerpos líricos en despliegue jocoso de alegría, luminosidad, profundidad, gozo, plenitud. El Yo lírico es testigo, bufón, víctima, juez, acusado, acusador, cobarde, valiente, gracioso, ridículo, hambriento, saciado, y todo a la vez en la narración y descripción de sus pares y adversarios.

No hay un Parnaso único que premie y reconozca solo al mejor poeta o a tres o a nueve de ellos, ni una Italia mejor que España en cuanto a poesía, ni dioses griegos que evalúen sin lugar a dudas. Todos son espacios al mismo nivel de cercanía, unidos por toda cuerpa chakaruna, centralizados en la cuerpa femenina, amplia y multireinos de la Poesía, sin más nombre propio que ese, sin autoridad para elegir buenos y malos poetas sino poetas a secas, Poetas como nombre propio más allá de sus adjetivos. Todos reciben lo suyo:

 

Pero todo deseo impertinente

Apolo resfrió, premiando a cuantos

poetas tuv el escuadrón valiente;

de rosas, de jazmines y amarantos

Flora les presentó cinco cestones,

y la Aurora, de perlas, otros tantos;

estos fueron, lector dulce, los dones

que Delio repartió con larga mano

entre los poetísimos varones,

quedando alegre cada cual y ufano

con un puño de perlas y una rosa,

estimando el premio sobrehumano. (VIII, 115-126)

 

            En la Adjunta, apéndice excesivo y deforme, agregado textual monstruoso, ruptura de lo anterior por su prosa y su trama dialogal, el yo lírico Cervantes, devenido narrador cansado del largo viaje, a la vez que personaje teatral en escena junto a un joven poeta llamado Pancracio, es interpelado en la calle por este mancebo que lo reconoce como viajero más que como poeta: le pregunta si es “el señor Miguel de Cervantes Saavedra, el que a pocos días que vino del Parnaso”. Dentro del diálogo entre ambos, repleto de guiños metatextuales y desviaciones de todo género, Pancracio entregará a Cervantes una carta del mismo Apolo, escritor de correspondencia para quien se fue sin despedirse y encargado de tapar con sal los cuerpos de los malos poetas muertos para que no rebroten. En dicho texto se incluirá otro texto aún: “Privilegios y ordenanzas que Apolo envía a los poetas españoles”, decálogo irónico y chocarrero en el que se incluyen tanto pedidos de atención a los puntos sueltos de las medias de los poetas pobres como derecho a decirse siempre enamorado e inventarse una amada, excepción del poeta de toda convención moral o religiosa estricta tanto como posibilidad de ser el coco que toda madre necesita para asustar a los niños traviesos y llorones. Poeta, en no resumidas sino rebrotadas cuentas, es ser: monstruo y héroe, chakaruna y mensajero, traductor, anunciador y testigo, voz idéntica a todas y diferente, entre lenguas humanas y divinas.

           

 

 

Bibliografía

 

            Cervantes Saavedra, Miguel de (2016) Viaje del Parnaso y poesías sueltas.  Madrid: RAE.

Chikangana, Fredy (2017) “Indígenas y oralitura como resistencia ante el olvido”. Bogotá: Revista Errata. En https://revistaerrata.gov.co/contenido/indigenas-y-oralitura-como-resistencia-ante-el-olvido; obtenido el 20/03/2022.

Márquez Villanueva F. (1990). “El retorno del Parnaso”. Nueva Revista De Filología Hispánica (NRFH), 38(2), 693-732. En https://doi.org/10.24201/nrfh.v38i2.811; obtenido el 20/03/2022.

 

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