Registro haber pensado durante años que no haber leído a Virginia Wolf me era imperdonable. Mientras, había intentado con Las olas pero no había podido avanzar (sólo recuerdo sensaciones confusas y una narrativa nada narrable). Mientras, juntaba ediciones de oferta que aguardaban su momento en mis nobibliotecas.
Ha llegado: Leo La señora Dallowey y me crea una terrible extrañeza escuchar con todo mi cuerpo esa voz dulcemente dolorosa, esa voz de una escritora muerta que me habla de una personaje creada por ella y me cuenta sus pensamientos más vulgares e íntimos mezclados con los de otros y otras que cruzan por su vida, por su calle, por su Londres fantasmal de tan íntima y no dicha en voz alta. El modo en que en una misma oración, de un párrafo a otro, en el espacio mismo entre palabras, la Wolf te muestra lo más descarnado de una vida, lo que es imposible para la mayoría de los mortales poner en palabras, es increíble. Las preguntas que se hace la señora Dallowey y sus autorrespuestas, sus reacciones frente a Peter, a su marido, a su criada, a los recuerdos de la amiga de la cual se enamoró, te meten en un cuerpo que sentís latir y no podés separar del tuyo.
Si existe la quijotización y la bovarización, seguro existe también la virginización (Porque me gusta el juego con su nombre que va de "virgen" pero que al implicar proceso de "transformación en" virgen implica que no lo sos y carga, creo, con el dolor de la experiencia, una experiencia de la que no te arrepentís pero cuyo recuento te sacude como la puta madre)
No hay comentarios:
Publicar un comentario