Tenía que pasar. Hubiera preferido hacerlo sobre la nueva edición, la crítica, la de Corregidor que dicen que tiene no sé cuántas notas y retoma todos los manuscritos en márgenes del autor. Hubiera preferido conservar intacta mi edición amarronada (amarillenta ya le queda corto) de Sudamericana, la que leí a los 19 años.
Es que Adán Buenosayres, el personaje, fue mi segundo amor de papel, luego de Sandokán. Y el Adán Buenosayres, la novela, fue de esos libros que le reproché a mi madre no haberme recomendado antes (era de ella, estaba en su biblioteca, me llamaba por lo gordo pero ella decía que era un bodrio) porque me pareció genial.
Claro que hace mucho que no tengo 19 años y en el 2010, cuando cursé Literatura argentina II, todavía pude sostener alguna babeada leyendo poca bibliografía, planteando mi propia hipótesis, ignorando hasta el eje del programa. Pero ya no más: Hoy, con toda la recepción crítica leída (lo genial ahora es la forma en que cambia la forma de leer un mismo texto y mirá quién habla), vuelvo a leer la novela sin saltearme nada, anotando procedimientos y escenas y el pobre Adán apenas lo soporta. Un poco de ternura me da, pero entre lo misógino, lo católico, lo platónico y lo boludo, solamente me queda la incredulidad sobre la monumentalidad de un texto con tantas cosas ahí dentro.
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